Monday, March 14, 2005

San Josemaría Escrivá y la familia

San Josemaría no tuvo una vida fácil. Tres de sus cuatro hermanas fallecieron consecutivamente siendo muy niñas. Experimentó la pobreza severa, la repentina muerte de su padre y la inesperada de su madre, esta última poco tiempo después de terminar la guerra civil española.

Todo su explosivo y operativo amor a Dios se volcó en una vida de entrega radical al cumplimiento de la Voluntad divina: la fundación y el crecimiento de la Obra de Dios, el Opus Dei. San Josemaría habló con fuerza del matrimonio como verdadera y concreta vocación a la santidad en una época en la que decir esto resultaba insólito. Ahora es doctrina común reconocida expresamente en el Concilio Vaticano II. San Josemaría comprendía con profundidad el amor humano porque entendía y paladeaba el amor divino, cuya lumbre avivaba con astillas de cruz, en pequeños y no tan pequeños vencimientos diarios. Habló del lecho matrimonial como de un altar a la vez que se exigía a sí mismo y exigía a sus hijos espirituales una lucha heroica por guardar la virtud de la santa pureza, cada uno según su estado.

Al vivir en la Cruz, donde se sabía y se engolfaba en su ser hijo de Dios, veía con profundidad la verdad recóndita de muchas almas que se le acercaban, detonando la verdad más íntima de los corazones humanos: su vocación a la sencilla y diamantina comunión con Dios Padre, a través del consanguineamiento afectivo y efectivo con el Redentor, secundando el soplo creativo, discreto y majestuoso del Espíritu Santo. Su vida estuvo hecha de normalidad, de vivir al día, de sentido común y de saber querer a todos y a cada uno. Si la categoría de una persona se mide por su capacidad de hacer familia, la de este apóstol de la santificación del trabajo ordinario fue eximia. Muchos matrimonios viven de las enseñanzas de San Josemaría, quien les ha avivado su amor a La Iglesia y al Romano Pontífice. Lejos de cualquier tipo de angelismo, el Padre –como así le llaman sus hijos de la Obra y muchos otros que así le consideran- animaba a los matrimonios a querer al marido o a la esposa con sus defectos -que no fueran ofensa a Dios-, a no cegar las fuentes de la vida, a saber que el camino que lleva al Cielo tiene el mismo nombre del cónyuge. Así, reestrenando el amor cada día, como si fueran novios, San Josemaría motivaba a vivir la vocación matrimonial con esa novedad de sentido que arranca desde la poquedad personal pero que se lanza con confianza hasta regocijarse en las aguas de vida eterna de la gracia. Fue un hombre de buen humor porque lo fue de buen amor y de un Amor con mayúscula como a él le gustaba insistir. Si repetía de sí mismo que era nada y menos que nada, un estorbo, no hacía comedía: Dios le hacía verse así. Liberado de sí mismo por un agudo afán de santidad, San Josemaría ha fomentado la vida cristiana de tantísimas personas, comprendiendo, consolando, levantando. Por esta energía de carga de su espíritu, que en ocasiones tiraba de un cuerpo muy enfermo, supo -en nombre del Señor- mover también a muchos jóvenes, chicos y chicas, a seguir una vocación divina que por solicitud apostólica específica –el celibato apostólico- es incompatible con el matrimonio, pero no con el espíritu de familia sustancial en el Opus Dei. Con frecuencia muchas de estas vocaciones han surgido, con el tiempo, en hijos de matrimonios de personas de la Obra, así como en todo tipo de familias de cualquier condición social, económica y racial. Familias santas, cristianas, donde una hija guapísima se entrega a Dios, donde un hijo con síndrome de Down es el tesoro de la Casa, donde el tedio se convierte en hilo conductor de alegría, donde las penas que no faltan se enjugan y se convierten en sonrisas porque esas familias no son más que un rinconcito de la casa de Jesús, María y José de donde San Josemaría sacó la fuerza, la simpatía y el Amor para hacer la gran familia del Opus Dei al servicio de la Iglesia.

No comments: