Monday, March 14, 2005

Creo

Creer en un Dios creador supone, entre otras cosas, emplear el sentido común y no dejarse llevar por la ingenua credulidad de que un día el universo salió de la nada porque si. La Revelación cristiana va mucho más allá: nos habla de Dios Padre todopoderoso, de Dios Hijo –Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero- y de Dios Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Dios es tres Personas: Dios es familia. La entraña de Dios es entrega. Dios Padre es todo paternidad; Dios hijo es todo filiación y Dios Espíritu es todo Amor entre el Padre y el Hijo. La ley más propia del ser humano, en palabras de Juan Pablo II: el don de si mismo, se ve cumplida de modo eminente en las Personas divinas.

La teología cristiana milenaria se ha intentado aproximar a este misterio de fe explicando que Dios Hijo es el Verbo, la Idea que Dios Padre tiene de si mismo. Idea, generada eternamente por el Padre, con la misma naturaleza. La espiración divina de Amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, Amor que es Persona divina. Cuando el hombre intenta equivocadamente eso, tomarse así como Dios, cae en el absurdo más completo.

La realidad del mal y del pecado lleva al excederse de Dios por el hombre participando de su misma naturaleza humana en la Persona de Dios Hijo, naciendo de una Madre Virgen. Jesucristo, en toda su vida y especialmente en la Cruz es la respuesta definitiva del Amor de Dios a los hombres. Juan Pablo II afirma “La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca” (Fides et ratio, n. 23). La única respuesta, aunque misteriosa e inabarcable, a los crímenes de Auschwitz y a toda la serie de barbaridades que en el mundo han ocurrido y ocurren es la Cruz de Cristo. Creer, acto que requiere de la ayuda de Dios, nos impulsa hacia algo que va más allá de nuestras fuerzas y que, sin embargo, nos realiza plenamente: la comunión con Dios y con los demás en el amor. Los enfermos, los desemparados, los marginados, son los especialmente queridos por Cristo: ¿El mundo al revés? Más bien el mundo dado la vuelta…hacia Dios. Las cosas y las personas puestas en su sitio, contando con esta vida y con la que Jesús nos ganó después de la muerte.

¿Qué es la Iglesia? –Cristo. La Iglesia es la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. Si la Iglesia es una, santa, católica –es decir: universal- y apostólica es porque Cristo lo es. Al participar de su Cuerpo y su sangre somos, en expresión de San Juan Crisóstomo “concorpóreos y consanguíneos de Cristo”.Esto ha de llevarnos a vivir como Él y a identificarnos con su Voluntad: toda una aventura de felicidad, aunque en ocasiones haya dolor.

Hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados porque solo pueden perdonarse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El cristianismo es la religión de la liberación, de la liberación del pecado, siendo los sacramentos el camino ordinario del caudal de la gracia sanante y elevante de Dios. Los sacramentos y toda la Liturgia de la Iglesia no son otra cosa que la acción sacerdotal de Cristo actuando hoy y ahora.

Hay más, hay Resurrección. Jesús de Nazaret resucitado es la garantía de nuestra futura resurrección. Si Jesucristo no hubiera resucitado los Apóstoles no hubieran dado su vida por Él, la mayoría con martirio. Se nos promete un nuevo cielo y una nueva tierra que ya está incoado entre nosotros en la Eucaristía y que nos habla de un nuevo tipo de conducta: servir, darse, entregarse a los demás por Dios.De esa conducta es maestra y ejemplo la que fue sangre de su sangre: Santa María, a quien San Agustín llama “forma Dei”,en traducción algo libre: el “estilo” de Dios.

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