Saturday, August 02, 2025

La verdad es la sustentación necesaria de las relaciones


En los vuelos de Madrid a Las Palmas de Gran Canaria hay un momento en el que el avión gira ciento ochenta grados, para enfilar el aeropuerto: entonces es impresionante divisar, al oeste, cómo surge entre las nubes el volcán Teide de la vecina isla de Tenerife. Sin embargo, si uno está en algunos lugares tinerfeños no se ve bien el gran volcán, porque otras elevaciones del terreno lo cubren. Está claro que las perspectivas, de las que tanto habló Ortega y Gasset, son algo a tener en cuenta en nuestro conocimiento.

Las cosas están relacionadas por una concatenación de hechos milenarios: los olivos actuales provienen de otros, cuyos orígenes se nos esconden en el tiempo. Todas las cosas están relacionadas con las demás; por ejemplo: las ondas gravitacionales -que se dan en el universo por una distorsión provocada por lejanos agujeros negros- fueron detectadas por primera vez en 2015, aunque Einstein habló de su existencia en su teoría de la relatividad.

Unas cosas son relativas a otras; pero esta afirmación, pese a su apariencia, no tiene nada que ver con un relativismo escéptico que niega la posibilidad de llegar a la verdad. La relación conecta dos o múltiples realidades entre sí. Se trata de relaciones reales y operativas; es decir: verdaderas. La verdad es la sustentación necesaria de las relaciones. Un relativismo sin verdad es un puro concepto de razón contradictorio. Decir que nada es verdad es como decir: es verdad que nada es verdad. Si no se cree en la verdad, lo mejor es callarse, aunque nuestras necesidades más inmediatas tampoco facilitarían ese silencio.

Relación y verdad no se contradicen; sino que la segunda es el marco real de la primera. Agustín de Hipona, que superó un periodo escéptico en su vida, insistía en que sin una verdad absoluta es imposible afirmar la existencia de verdades parciales. Por esto, cuando no se cree en la verdad, el diálogo no es más que una lucha sorda de intereses.

La vida de cada ser humano no se puede valorar solo desde la propia interpretación personal. Influye en ella todo el peso de la historia y, especialmente, las relaciones con nuestros seres más cercanos. La visión de la gente que nos aprecia es muy valiosa para entendernos a nosotros mismos. Los demás nos aportan luces para dirigir nuestros pasos, y esto orienta   nuestras decisiones libres. Por esto puede ser importante la siguiente pregunta: ¿Las personas que me quieren, qué esperan de mí?...

Las relaciones humanas como la filiación, maternidad, paternidad, conyugalidad, forman parte de nuestro ser de un modo profundo. Tenemos una dimensión relacional evidente. La felicidad depende, entre otros factores, de la calidad de estas relaciones humanas.

Estamos llamados a salir de nosotros mismos: conocemos una realidad que nunca podremos abarcar. Nuestro propio corazón, dentro de su misteriosa intimidad, es capaz de querer a un número ilimitado de personas, si lo educamos para ser capaz de tener una visión buena de nuestros semejantes.

Nuestra limitación personal es patente, pero al mismo tiempo es raíz de apertura hacia toda la realidad. Necesitamos ayuda a lo largo de toda la vida, entre otras cosas para saber ayudar a otros. Tenemos una autonomía deseable; pero lo equivocado es pretender una autonomía radical, en que pretendamos redefinirnos por completo: esto es ir contra nosotros mismos. Necesitamos aceptar nuestra vida, con sus limitaciones, porque es lo real. Sin embargo, tan solo lo lograremos cuando tengamos un sentido satisfactorio de nuestra vida, cuando nos sepamos queridos incondicionalmente por alguien que nos importa y que nos diga algo así como “es bueno que existas”; es decir: que nos quiera.

La revelación cristiana aporta una inmensa plenitud de sentido a la realidad. Requiere de fe, de una confianza que el propio Dios nos brinda si libremente la queremos acoger. Pero también su racionalidad es clara: necesitamos una guía que trascienda el mundo para poder entender el sentido del mundo y de nosotros mismos. El hecho de la venida a la historia de Jesucristo, Dios y hombre, es el acontecimiento más asombroso e imprevisible de cuantos hayan sucedido. La relación con el Hijo de Dios nos aporta una conexión con toda la historia y con la eternidad. La verdad de fe que afirma que Dios es tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos da a conocer que las Personas divinas son relaciones subsistentes: Paternidad, Filiación y Amor. Podríamos decir que un único Dios es familia. La convicción bíblica de que somos imagen y semejanza divina, incluso hijos de Dios, hace que nuestra sencilla vida personal cobra una plenitud inmensa, abierta a mejorar las relaciones entre todos los seres humanos.



José Ignacio Moreno Iturralde

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