Se ha iniciado la era de
la Inteligencia Artificial, que ya está modificando nuestra vida; y no ha hecho
más que empezar. La Biotecnología, entre otras ciencias, también presenta una
serie de avances asombrosos. No es menos cierto que asistimos, abrumados, a
problemas sociales serios, que chocan por completo con el alto grado de
desarrollo del que venimos hablando. Me refiero, entre otras cuestiones, a las
tremendas guerras existentes y al problema de una inmigración masiva, que nos
plantea qué tipo de comportamiento es digno y verdaderamente humano por nuestra
parte: algo que ni la IA ni la Biotecnología resolverán sin nuestra virtud.
Pero la vida sigue, el
trabajo aprieta y las vacaciones son escasas -salvo las de los profesores;
digno colectivo al que pertenezco-. Tenemos que cualificarnos profesionalmente,
ganar más dinero porque nos resulta necesario, y conocer mundo para realizarnos,
o eso dicen. Estamos muy ocupados y tecnologizados… Pero dentro de este
circular torbellino de actividades, llegan momentos de enfermedad, de
agotamiento, o simplemente de decepción, porque el corazón humano no acaba de
llenarse con una cuenta de resultados de logros laborales trasladable a un
Excel. Un día especialmente abrumador llegamos a casa; pero lo hacemos de un
modo nuevo. Nuestro cónyuge, también con mucho bollo profesional, está hoy
especialmente amable. Nuestra hija nos da un par de besos, y nuestro hijo no
hace ni caso porque está con el ipad, pero le levantamos en alto y le damos un
abrazo que provoca risas en los dos. Entonces, en un milagro de la creatividad
humana, hablamos, cenamos, y empezamos… ¡un juego familiar! Hacía bastante
tiempo que esto no sucedía, y hacemos un grandioso descubrimiento: esto hay que repetirlo más a
menudo. De hecho, mañana es sábado y daremos una vuelta por el parque para
hacer el ganso todos juntos.
Lo pavoroso es que una
vida acelerada y descuidada, incendie la familia, dejándonos solos y
profundamente tristes. No podemos abandonar el hogar a base de una sucesión de
descuidos, de “no estar física ni mentalmente” el tiempo que le debemos.
Los cimientos del hogar
son duros, están enterrados bajo tierra: en ellos hemos sacrificado ambiciones,
quitado afectos nocivos, y ante todo nos decidimos a aplastar el mal orgullo
que siembra división y tensiones. Pero gracias a esto, la familia es el lugar
de la confianza, aquel en el que podemos vivir un abandono bueno de tantas
preocupaciones, porque en ella nos estamos seguros.
El hogar familiar tiene
una llama, la de la cocina, la del alma, la del espíritu humano, que es
encantador cuando dejamos que esté animado por el Espíritu divino, lleno de
fidelidad y caridad. Con el hogar en el centro del alma, trabajaremos duro y
bien, utilizaremos la tecnología hasta cierto punto, obtendremos logros
sociales, pero ante todo redescubriremos lo que somos: seres profundamente
familiares y, por esto, capaces de comernos el mundo con sacrificio, con
realismo y con alegría.
José Ignacio Moreno Iturralde
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2 comments:
Entre tanta tecnología y carreras de un lado a otro, a veces se nos olvida que lo más valioso está en casa: una conversación tranquila, una risa compartida, un abrazo que reconcilia el día. La IA hará muchas cosas, pero nunca podrá sustituir eso.
Angelo: gracias por tu comentario.
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