En el mundo hay cosas
estupendas con las que podemos disfrutar un montón. También hay muchos días de
tonos grises, que hay que aprender a vivir con el salero que uno pueda. También
hay situaciones duras y tremendas.
La fe cristiana nos dice
que la última palabra no la tiene el mal y la muerte, sino la verdad y la vida.
Es mucho creer, pero la fe no es un invento humano sino un don divino. Al vivir
según esta fe, tenemos esperanza en mejorar este mundo y en la existencia de la
vida eterna. En esta opción no tenemos una evidencia del resultado final; y
esto es precisamente lo que nos ejercita en una filial dependencia que nos hace
capaces de aspirar a lo infinito. Con la fe y la esperanza, nuestras acciones
nos mueven a ser mejores personas y a ayudar a los demás a serlo. Esta mejora,
entre otras cosas, es la que mueve a considerar que el mensaje cristiano de
salvación es verdadero. Lo falso no nos haría superarnos. Las virtudes
teologales, las que Dios nos concede si las pedimos con humildad y hemos de
ejercitar, son la fe, la esperanza y la caridad; siendo esta última la más
importante porque se refiere al amor a Dios y a los demás. En el título de esta
reflexión hemos puesto alegría, porque ésta es como una embajadora y una
manifestación de la caridad.
José Ignacio Moreno Iturralde

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