La capacidad de
innovación en diversos sectores nos permite avanzar con un paso más rápido en
nuestro progreso personal y social. Pero antes de seguir avanzando, tendríamos
que preguntarnos qué es progresar. A nivel personal, una respuesta
satisfactoria tendría que contemplar a la totalidad de la persona. Para esto,
hay que pensar las cosas con calma y tener en cuenta todo lo que hemos recibido
familiar y socialmente. Entre nuestra cultura, quedan todavía algunas frases
sabias que no tienen que ver precisamente con las prisas. Entre ellas
destacaría “despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más
que el hacerlas”. En este sentido, un jardinero me dijo una vez que, supuestos
los conocimientos propios del oficio, “las cosas salen bien cuando se hacen con
cariño”; y el cariño no suele ser precipitado. Lo conocí en un jardín precioso
que tenía a su cargo.
Vivimos en una sociedad
tecnológica y vertiginosa, que a veces resulta ser poco humana. No se trata de
volver a siglos pasados, pero lo que es absurdo es una aceleración que nos
angustia y nos difumina. Hay que pararse, ver cuál es nuestra jerarquía de valores
y examinar si nuestra actitud diaria es coherente con esta jerarquía. Si se tienen fines claros en la vida, es posible que uno de los esfuerzos más
saludables y costosos que se deban hacer es soltar cosas que sobran o estorban.
Recuerdo una película, que vi hace mucho tiempo, en la que unos personajes
tenían que tirar un pesado cofre con joyas desde un globo, para poder salir
volando y salvar así la vida de un peligro. Uno de ellos dudó si quedarse con
una de aquellas riquezas, pero finalmente la tiró. El final de la historia fue
feliz. Conviene recordar que la avaricia rompe el saco.
Tenemos que descubrir o
redescubrir lo que verdaderamente merece la pena y dirigirnos a esto de un modo
más decidido y alegre. Se da, por tanto, una paradoja: hay que pararse a pensar
la verdad y atreverse a arrojar lo que no es bueno para alcanzar algo mucho
mejor. De este andar con más calma y ponderación se deriva una gran ganancia de
tiempo.
Vivimos en un mundo con
muchas cosas anteriores a nosotros mismos. Si uno quiere volar alto, tiene que
estar atento a detectar por donde vienen los vientos buenos. Dejarnos ayudar
por quienes merecen nuestra confianza es una actitud sensata e inteligente, que
refuerza nuestra personalidad. Estamos rodeados de personas; y a un buen número
de ellas las conocemos y apreciamos. Muchas veces, dedicarnos a una vida de
servicio a los demás, teniendo en cuenta nuestras cualidades, resuelve muchos
de nuestros problemas, embrollos y complicaciones. Es exigente y certera la
sabiduría popular cuando afirma que “el que no vive para servir, no sirve para
vivir”. Realmente, pensar en los demás de un modo estable, y vivir en
consecuencia, supone llevar una vida profundamente original y acertada.
En el transcurso de la
vida no todo es lineal, ni se ve siempre claro lo que tenemos que hacer. Pueden
aparecer en nuestra existencia tramos difíciles, pero siempre hay una luz, al
menos para cada día, que nos lleva a hacernos mejores personas, ayudando a los
demás a que lo sean. Tal luz es una realidad que viene de fuera de nosotros
mismos, como el sol que entra en la habitación por la mañana. Esta claridad va
mostrando un sendero que nos enseña a querer, a apreciar lo bueno, a aspirar a
lo mejor. Se trata de descubrir que somos profundamente queridos, a pesar de nuestras
limitaciones, si nos empeñamos en seguir por este camino de victoria. Se puede
buscar y encontrar un amor grandioso, que no traiciona pase lo que pase. Este
amor con mayúscula existe y es un auténtico norte de felicidad.
José Ignacio Moreno Iturralde

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