Como profesor, me da alegría ver a muchos
alumnos y alumnas progresar, y plantearse cuáles serán sus estudios
universitarios o de Formación Profesional. Es bonito observar a esta juventud
con un futuro abierto, y libertad para decidir lo que quieren ser.
Cuando va pasando el tiempo se han tomado
decisiones, que no son una negación de la libertad sino una inversión de esta
estupenda facultad humana. Lógicamente hay muchas cosas que pueden cambiar con
el tiempo; pero hay otras cuestiones en las que establecemos compromisos
importantes. Pienso que la categoría de una persona tiene bastante que ver con
los compromisos que ha adquirido.
Es importante tener una jerarquía de
valores clara, porque a veces nos podemos imponer auto-obligaciones que no son
imprescindibles. Es clave saber ejercer la libertad y dejar algo que es un peso
innecesario e inconveniente. Por otra parte, ser personas de palabra es algo de
gran importancia para los demás y para nosotros mismos. En el trabajo hay una
responsabilidad del empleador, pero también del trabajador. Lo digo en el
sentido de no dejar tirada a la empresa, sin capacidad de reacción, por una
nueva y distinta oferta laboral sorpresiva que parece más sugerente. Claro que
uno tiene libertad de elegir el trabajo que quiera, pero también hay que
procurar ser un caballero o una señora, que da ejemplo de buenas prácticas
profesionales. Además, el sentido común tendrá que valorar si realmente ese
cambio de trabajo es sensato o no lo es.
Entre los compromisos, destacan por su
valor los familiares: las relaciones conyugales, de maternidad y paternidad,
así como las filiales y de fraternidad, son nuclearmente humanas. Todas ellas
cobran una significación aún más profunda si se realizan como un amor humano
que enlaza con Dios.
En todo el ajetreo de la vida, hay algo
destacable: la paz interior. Este estado es también una virtud, y ante todo un
don. Ya se ve que no se trata solamente de tener espacios de tiempo veraniegos,
sino de aspirar a tener ese buen “cuajo” y sosiego en las mil incidencias de la
vida. Pero la paz es consecuencia de una lucha interior, de batallar
personalmente por hacer el bien a nosotros mismos y a los demás. Pienso que
gran parte de esa lucha tiene relación con vivir con esfuerzo el día a día,
pechando con nuestros deberes, especialmente los familiares. Esto puede
resultar costoso, pero es necesario para ser mujeres y hombres en los que otros
se puedan apoyar.
Hay que saber mirar hacia el cielo,
abriendo con decisión los brazos a las responsabilidades que tenemos en este
mundo. Me parece que este planteamiento está muy relacionado con la Cruz
cristiana. El cristianismo llena de sentido el saber aguantar nuestra posición
en la vida, aceptándonos a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Tal
actitud exige de mejora por nuestra parte, así como de procurar la mejora de
los otros. En esta incómoda batalla se va fraguando nuestra propia paz
interior, algo que se transmite a nuestro entorno y a la sociedad.
Tanto el exceso de ambición como la
enfermiza tendencia a salirnos de nuestro sitio, es la causa de múltiples
problemas personales, familiares y sociales. Por esto, hemos de luchar por la
armonía interna, por la tranquilidad en el orden, contando con múltiples
meteduras de pata, que serán un buen terreno de humildad para que así vaya
surgiendo el árbol vigoroso de la paz. Con la ayuda de Dios, como afirmaba San
Josemaría, podemos ser sembradores de paz y de alegría; personas que, sin darse
mucha cuenta, saben querer, están contentos con su vida -a pesar de los
pesares-, y son referencia de generosidad y simpatía.

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