La inteligencia
artificial tiene un modo predictivo de funcionar; es como un programa de textos
que avisa de la próxima palabra a emplear, pero en una escala mucho mayor. A
esto se denomina un modelo de lenguaje: múltiples algoritmos conectados que
organizan una ingente suma de información. Esta tecnología basa sus respuestas
en la probabilidad.
La IA, al ser maquinal,
tiene sintaxis pero no tiene semántica: ordena conocimientos, pero no los
conoce. Esto se puede explicar con el clásico ejemplo en el que se relata que a
través de una rendija en una puerta me envían mensajes en chino, que están en tres
colores: rojo, blanco y azul. Yo no tengo ni idea de chino, pero aparento que
lo sé porque voy poniendo cada mensaje en una carpeta de su color.
De todos modos, la
brillantez y erudición de las respuestas de la inteligencia artificial nos
llevan a dirigirnos a ella como si entendiera y fuera una persona. Cada vez más
parece que su multiplicidad de operaciones va a dejarnos a los humanos bastante
relegados en un buen número de actividades… Habrá que verlo. Entre tanto, quisiera
recordar algo que puede ayudar a distinguir nuestro conocimiento del de las
citadas máquinas: siempre digo a mis alumnos que, a la hora de decidir, primero
hay que tener en cuenta la cabeza y después al corazón. Pienso que esto es así
porque primero hay que entender la verdad de algo, antes de quererlo como un
bien. Pero además de la esfera sentimental y emotiva humana, hay otro concepto
de corazón más profundo. Se trata del centro del ser humano, donde cada persona
toma sus más íntimas decisiones. Allí está la raíz más profunda de nuestra
libertad y, por ser el núcleo de la persona, hay en él una profunda síntesis
entre inteligencia y emotividad. Se trata del término corazón tal y como lo
emplea la biblia (por ejemplo: “Dame, hijo mío tu corazón, y extiende tu mirada
sobre mis campos de paz” Proverbios 23,26). Se trata de decisiones como la
citada por Chesterton cuando escribía que “todo está entre la luz y la
oscuridad, y cada uno tiene que elegir”.
Pues bien, el
conocimiento que proviene del corazón, en el último sentido que de él hemos expresado,
es exclusivo del ser humano. Pongamos una pregunta relevante: ¿Hasta dónde
tengo que ser generoso?... Se trata de una cuestión que una IA jamás podrá
responder; porque el amor tiene mucho de imprevisible.
La propia realidad tiene
también gran relación con lo inesperado. Los últimos estudios científicos
apuntan a que la probabilidad de que el universo haya evolucionado como lo ha
hecho, gracias a lo cual estamos los humanos aquí, es de 10 elevado a 10, y la
cifra anterior resultante elevada a 123.
El mundo no es por
casualidad, ni por probabilidad, sino por una causa creadora. El cristianismo
habla de un Dios que es Amor, que se ha hecho hombre y que hoy está, misteriosa
pero realmente, a nuestro lado. También esto salta por los aires toda probabilidad.
Se trata de una realidad asombrosa, sobrenatural, que supera a la razón, sin
ser irracional. En este sentido, otra frase del mismo escritor antes citado
dice: “toda la lógica pende de un misterio”. Un misterio de divina libertad.
Lo que llena nuestra vida
es sabernos queridos y querer. La IA puede ayudarnos en muchas cosas, pero
sería una necedad pensar en que puede suplantarnos en lo que es más propiamente
humano.
José Ignacio Moreno Iturralde

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