Cuando uno se despierta
de un mal sueño, resulta un alivio darse cuenta de que aquella pesadilla no es
real o no es verdad; así que pronto nos percatamos de la relación entre la
realidad y la verdad. Por tanto, una persona que quiera ser honrada, que quiera
ser veraz, estará atenta a lo que las cosas son y no a interpretaciones
interesadas de lo que realmente ocurre.
Se podría pensar que cada
uno ve las cosas desde su punto de vista y con sus entendederas personales. Así
es, y tal variedad puede ser enriquecedora, como sucede en un buen coro musical
o en un equipo de fútbol bien conjuntado. Esta armonía se basa tanto en una
variedad como en un aprendizaje, en el que hay que superar defectos de
interpretación. Para todo ello, es importante tener una idea común de lo que se
quiere hacer.
Dar prioridad a lo real
respecto a lo mental supone un cierto salir fuera de uno mismo. Esta salida es
necesaria porque nuestro entendimiento está abierto naturalmente a la realidad.
Lo primero que captamos de algo es que es, que existe. Gracias a ese
conocimiento podemos después reflexionar sobre nosotros mismos. Una
consecuencia de lo dicho sería que es más importante ser verdaderos que ser
auténticos, si por autenticidad se entiende solo auto-coherencia. Un ladrón o
un asesino pueden ser muy auto-coherentes, pero esto no les justifica.
Tenemos la experiencia
propia y ajena de un cierto repliegue de los propios pensamientos sobre
nosotros mismos. En casos agudos tal repliegue desemboca en el cinismo, la
actitud para que la única verdad es el propio interés. Abrirse a la verdad de
la realidad supone un esfuerzo, para liberarse de una tendencia egoísta o
enfermiza a cerrarse en sí misma. Éste es un modo estupendo para conectar con
los demás, haciéndonos cargo de sus planteamientos y necesidades.
El mundo nos enseña
muchas cosas buenas, pero también nos manifiesta otras dolorosas. Para entender
algo de esto, habría que abordar en otro momento el misterioso problema del mal
y su relación con el bien. De momento diremos que la verdad, el bien y el ser
de las cosas son intercambiables. Dicho más despacio: todo lo que tiene un
orden tiene un sentido, una verdad, un bien y una armonía o belleza. El mal es
una falta de alguno de estos aspectos. El mal no es por sí mismo; el bien sí.
Las sombras -el mal- son por las luces -el bien-; no las luces por las sombras.
Pese a las oscuridades, lo que no parece convincente es preferir vivir en una
mentira, para evitar los aspectos duros que la verdad puede tener.
Respecto a las verdades, hay algunas mucho más significativas que otras. Entre las que más nos importan
destacan las que se refieren a personas queridas. Para cualquier madre o padre
honrados sus hijos son incomparablemente más valiosos que cualquier otro
asunto. De este modo nos acercamos a la relación entre verdad y amor. Las
mayores verdades tienen que ver con los mejores amores; y los amores auténticos
son los que se basan en la verdad. Por esto, un amor es verdadero si nos hace
ser mejor personas.
La verdad tiene también
tiene relación con la tranquilidad en el orden. Cuando sabemos el sentido de
algo, especialmente el de nuestra propia vida, nos llenamos de una paz dichosa.
José Ignacio Moreno Iturralde
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