Sunday, August 03, 2025

El punto de encuentro entre cerebrales y pasionales

Hay múltiples temperamentos y tantos caracteres -lo que hacemos libremente con el temperamento- como individuos. Simplificando muchísimo, vamos a hablar de dos tipos de modos de ser. Hay personas cerebrales, inteligentes, de temperamento frío, que tienden más a escuchar que a hablar. Son metódicas, prudentes y, en algunas ocasiones, algo sosas. Por otra parte, están los pasionales, habladores, impulsivos y fiesteros, con los que puedes troncharte de risa o acabar agotado, deseando que se callen o desaparezcan durante un cierto tiempo.

La persona cerebral -parece ser que predominan en ella las capacidades de su hemisferio cerebral izquierdo- puede observar con distancia, escepticismo o cierta ironía a la persona emocional. Ésta última -en la que destacarían sus facultades del hemisferio derecho- puede impacientarse o acalorarse, al ver el orden meticuloso y una cierta cachaza en el comportamiento de su colega cerebral. El asunto que aquí nos planteamos es en qué momento, situación o disposición pueden ser estos caracteres complementarios y no opuestos.

Hay quien afirma que para tomar decisiones importantes hace falta “cabeza de hielo y corazón de fuego”. Seguramente es verdad. Es la inteligencia la que tiene que decidir, porque es la que se orienta a la verdad, aunque el corazón sea lo más valioso que tenemos. Pero también es cierto que el corazón y la voluntad pueden, en ocasiones, tomar la delantera en una actitud muy acertada. Al respecto, recuerdo el gol de Puyol a Alemania en la semifinal de la Copa del mundo de fútbol de 2010. Aquello fue un derroche de coraje, de corazón y, sin duda, también de técnica.

¿Qué podría combinar bien dos caracteres tan distintos como los que estamos hablando? ... ¿La tolerancia, el respeto? Sin duda alguna… pero hace falta algo más. Se trataría de algún ejercicio del espíritu, que fomente una comprensión positiva y colaboradora… ¿Dónde encontrar ese tesoro? Tiene que tratarse de algo sensato, inteligente y prudente. Pero también tal actitud conciliadora ha de ser entrañablemente humana. Queremos sabernos entendidos, pero también necesitamos sabernos queridos. Quizás la amistad puede ser la respuesta porque supone una cordialidad, donde se aprecia al otro por sí mismo: una actitud, llena de razón, que satisface el corazón. El filósofo español Ricardo Yepes definía la amistad como “la benevolencia recíproca dialogada”. Por esto, la benevolencia es clave en la amistad. Pero incluso, sin desarrollar una amistad propiamente dicha, la citada benevolencia es suficiente cuando se trata de caridad, que es la virtud que Dios nos da para querer a nuestros semejantes de un modo más parecido a como él los aprecia. Por tanto, la caridad no tiene una dimensión exclusivamente cristiana, sino que también demuestra ser una virtud profundamente humana, inteligente y colaboradora.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

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