Supongo que hay, entre
otras, tantas ideas de lo que es un profesor o una profesora, como docentes.
Aquí intentaré hacer una aproximación personal, refiriéndome especialmente a
profesionales de la enseñanza media, y me referiré especialmente a un aspecto
que considero relevante.
Generalmente se dice que
para ser profesor hay que tener vocación, y es verdad. Pero mi idea de la
vocación no significa solamente lo que a uno le atrae, sino ante todo una
llamada de la vida hacia nosotros. Me parece que hay muy buenos profesores que
no soñaban con serlo cuando eran chavales.
Por otra parte, se habla
mucho de lo desorientada que anda la juventud; pero también se olvida con
frecuencia la fuerza de los jóvenes. Es una fuerza que hay que saber detonar a
partir de la autoridad, la exigencia y la sincera estima personal. Un chico o una
chica detecta si a este profesor o profesora le importo.
Un profe intenta saber de
lo suyo, transmitir conocimientos, educar caracteres, impulsar futuros, vivir
con intensidad su trabajo; otras veces -no pocas- trata simplemente de
sobrevivir. Uno de los aspectos más gratificantes de ser profesor, en mi
opinión, son los encuentros con antiguos alumnos: ver sus progresos
profesionales, sus iniciativas que quizás antes no hubiéramos sospechado, y
contemplarlos hechos unos jóvenes con ganas de comerse el mundo. También estos
encuentros son una posible ocasión de ofrecerles alguna orientación para sus
vidas.
Se comentan muchas cosas
del sistema educativo, de las dificultades que entraña actualmente esta
profesión, y de la crisis de identidad de lo que es la misma educación. Ante
todo esto, pienso que hace falta libertad de enseñanza y sentido común. Y si
alguna vez un país quiere verdaderamente progresar mucho y pronto, tendrá que
dedicar auténtica atención a la enseñanza y, por tanto, prestigiar en todos los
sentidos a un profesorado competente. Pero quisiera centrarme ahora en otro
asunto diferente: cuando pasan las décadas como profesor, uno ha dado clase a
multitud de chicas y chicos. Alumnas y alumnos son recordados con aprecio, pese
a que las cosas por parte de nosotros y de ellos se podrían haber hecho mejor.
Ante este río de la vida y, por tanto, de las promociones de alumnos, me
pregunto: ¿Dónde encontrar una referencia estable y profunda del sentido de la
educación?... Caben muchas respuestas, pero voy a fijarme en una que me parece
importante: cada estudiante es la encarnación del amor entre su padre y su
madre; aunque haya veces en que lo olvidamos. Es clave recordarlo porque solo
desde esta perspectiva familiar se puede lograr una educación profundamente
humana. Los profesores y profesoras somos testigos de esta realidad. La
enseñanza tiene que tener cabeza, pero también corazón. Las alumnas y los
alumnos pasan por institutos y colegios como el rielar de la luz sobre las
aguas. Pero ese continuo movimiento, cobra mucho más sentido cuando se enfoca
la vista a una poderosa y real luz estable que es capaz de iluminar el corazón
humano, la familia y la noble tarea educar.
José Ignacio Moreno Iturralde

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