Una chica joven
discapacitada contaba algo que me pareció muy interesante. Narrando su vida en
un vídeo, afirmaba que le fue muy útil cambiar la pregunta “¿por qué me pasa
esto?” por esta otra: “¿para qué me puede pasar lo que me ha sucedido?... No
siempre entenderemos los sucesos de la vida, pero esto no quiere decir que no
tengan un sentido.
Cuando se practica un
deporte hay unas reglas previas a nuestro partido de fútbol, baloncesto, tenis,
o lo que sea. Estas reglas suponen ciertos límites, que son precisamente los
que posibilitan el juego. Las reglas de estas actividades son convencionales;
podrían cambiar. En la realidad hay muchas leyes permanentes, pero los ejemplos
anteriores nos sirven para considerar que hay algo anterior a nuestra vida y a
nuestro comportamiento, que pone reglas en la existencia.
Si pienso o hablo procuro
no caer en contradicciones, aunque en la práctica no sea del todo coherente. No
puedo decir al mismo tiempo “voy a salir y no voy a salir”, o “te voy a ayudar
y no te voy a ayudar”. En la realidad un perro no es un gato, ni una gallina un
cocodrilo. Estas perogrulladas esconden algo importante a mi modo de ver: la no
contradicción es un principio de la realidad; algo anterior a cualquier cosa,
una “regla de juego” de los seres. Algo similar a lo anterior pasa con las
causas y los efectos: si hago tal cosa, se produce esta otra. Ya sabemos que
hay pensadores que han criticado el principio de causalidad. Pero sin este
principio, ellos mismos no serían las causas de sus filosofías.
En el terreno ético o
moral suceden cosas similares. El principio de “haz el bien y evita el mal” es
previo a mí mismo. También ocurre lo propio con la llamada regla de oro de la
moralidad: “trata a los demás como quieres que te traten a ti”. Otra cosa es
que vivamos mejor o peor esta orientación. No hay nadie que quiera ser un
desgraciado y un fracasado, aunque en ocasiones pasemos por momentos difíciles
y dolorosos. La tendencia a la felicidad es intrínseca a nuestro modo de ser.
Para ser consciente de sí
mismo, un bebé necesita bastante tiempo de conexión con la realidad,
especialmente con sus padres. Y, sin necesidad de ser un recién nacido, soy
consciente de mí mismo gracias a que antes soy consciente del mundo exterior a
mí, como cuando suena el pajolero despertador de la mañana.
Todos estos rodeos, y
muchos más que se podrían hacer, ponen de manifiesto que una sana filosofía
solo puede empezar desde fuera de mí mismo, desde antes de mí mismo; o de lo
contrario edificaré un planteamiento rotundamente equivocado. La autoconciencia
no puede ser el principio de la sabiduría; sino que ésta ha de comenzar por la
realidad que sustenta a la conciencia y a la comprensión que tiene de sí misma.
Cuando una persona establece su conciencia como norma absoluta e inapelable a
la hora de actuar está falseando su identidad. Por supuesto que actuar según la
propia conciencia es importante y necesario; pero es muy distinto divinizar la
conciencia o entender que me puedo equivocar, y que tengo que tener una
apertura a una modificación de planteamientos en mi vida. La conciencia es como
una brújula que señala el norte moral; pero no es el norte moral. Esta
distinción es clave para poder vivir con acierto.
Me contaban de tres
amigos que, yendo en coche, estuvieron a punto de salirse de la carretera al
tomar una curva. Durante el momento de máximo peligro a uno le dio por decir a
media voz “ay, qué bien, qué bien”. No estaba loco, ni era tonto; tampoco había
bebido, aunque podría decirse que “iba por la vida “con dos copas espirituales
de más”. Quiso quitar tensión en un momento difícil, y quizás ayudó un poco al
conductor a solventar el problema, como así ocurrió.
Hay cosas que controlamos
y muchas cosas más que no controlamos. La actuación personal marca la vida de
cada uno, pero no siempre salen las cosas como se prevén. Esto se debe simple y
llanamente a que hay muchos más factores en juego que nuestra voluntad y
nuestras acciones.
Hay que ponerse metas,
claro que sí. Pero solo existe una victoria que resiste a todo contratiempo: la
victoria moral, ser una persona buena. Puede parecer que ganar dinero y tener
éxito en la vida profesional y social es algo importante… y lo es. Pero si todos
estos logros no se orientan a una mejora moral, se convierten en auténtica
basura. Es interesante legar dinero y posesiones, pero es inmensamente más
valioso dejar a los seres queridos, y a muchos más, un ejemplo de vida recta,
alegre y positiva. Suceda lo que suceda, siempre podemos optar por una
actuación que nos haga ser mejores personas y que ayude a serlo también a los
demás. Los contratiempos de cualquier tipo pueden ser una ocasión de replantear
cuál es en la práctica nuestra jerarquía de valores.
José Ignacio Moreno Iturralde

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