El llamado flechazo tiene
su importancia en la vida, a veces mucha. Pero siempre, y a medida que pasan
los años, conviene tener más cuidado para que el arco del flechazo no se
convierta en un boomerang, que termina por estampársenos en la geta.
El mundo del sentir,
gustar, la “química”, son cosas humanas; pero conviene saber que el sentimiento
no conoce, porque la atracción hacia alguien no da razón de quién es verdaderamente
esa persona. Es importante tener dos dedos de frente, para saber reorientar con
prudencia los sentimientos.
En un segundo lugar, está
el ámbito de la voluntad: las decisiones tomadas con la cabeza respecto a
responsabilidades familiares y laborales. Cuando vivimos nuestros deberes
cotidianos con un sentido positivo, aunque no nos apetezcan mucho, nos forjamos
como personas maduras y ayudamos a otros a serlo. También es interesante
destacar que un puro voluntarismo, donde los sentimientos no tuvieran ningún
lugar, es algo inhumano, que tiene los días contados. No se puede vivir siempre
solamente a golpe del deber. Como alguien dijo: no hay que hacer las cosas por
gusto, pero si con gusto; al menos se puede intentar.
Pienso que hay un último
terreno del corazón, especialmente duro. Se trata del relativo, por ejemplo, a cuestiones como: ayudar a enfermos crónicos, aguantar ofensas de familiares -hasta cierto
punto-, perdonar y pedir perdón, afrontar enfermedades difíciles o situaciones
dramáticas. La vida tiene vericuetos oscuros y noches huérfanas de luna, donde
acecha la desesperación y el abatimiento. Sin embargo, es en estas situaciones,
si se viven con esperanza, con la ayuda de personas de confianza y el
auxilio de Dios, cuando el corazón humano puede iluminarse bajo la luz reconfortante de
la misericordia. Se produce entonces una afirmación más profunda y sencilla de la existencia. Es en estos
momentos duros, no buscados voluntariamente, cuando podemos ser capaces de
entender y querer a los demás con luces superiores, que además hacen
renacer en nuestro interior sentimientos de comprensión y de profunda confianza.
José Ignacio Moreno Iturralde

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