Saturday, August 30, 2025

Fe, esperanza, alegría


En el mundo hay cosas estupendas con las que podemos disfrutar un montón. También hay muchos días de tonos grises, que hay que aprender a vivir con el salero que uno pueda. También hay situaciones duras y tremendas.

La fe cristiana nos dice que la última palabra no la tiene el mal y la muerte, sino la verdad y la vida. Es mucho creer, pero la fe no es un invento humano sino un don divino. Al vivir según esta fe, tenemos esperanza en mejorar este mundo y en la existencia de la vida eterna. En esta opción no tenemos una evidencia del resultado final; y esto es precisamente lo que nos ejercita en una filial dependencia que nos hace capaces de aspirar a lo infinito. Con la fe y la esperanza, nuestras acciones nos mueven a ser mejores personas y a ayudar a los demás a serlo. Esta mejora, entre otras cosas, es la que mueve a considerar que el mensaje cristiano de salvación es verdadero. Lo falso no nos haría superarnos. Las virtudes teologales, las que Dios nos concede si las pedimos con humildad y hemos de ejercitar, son la fe, la esperanza y la caridad; siendo esta última la más importante porque se refiere al amor a Dios y a los demás. En el título de esta reflexión hemos puesto alegría, porque ésta es como una embajadora y una manifestación de la caridad. 


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, August 24, 2025

Para progresar más deprisa

La capacidad de innovación en diversos sectores nos permite avanzar con un paso más rápido en nuestro progreso personal y social. Pero antes de seguir avanzando, tendríamos que preguntarnos qué es progresar. A nivel personal, una respuesta satisfactoria tendría que contemplar a la totalidad de la persona. Para esto, hay que pensar las cosas con calma y tener en cuenta todo lo que hemos recibido familiar y socialmente. Entre nuestra cultura, quedan todavía algunas frases sabias que no tienen que ver precisamente con las prisas. Entre ellas destacaría “despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”. En este sentido, un jardinero me dijo una vez que, supuestos los conocimientos propios del oficio, “las cosas salen bien cuando se hacen con cariño”; y el cariño no suele ser precipitado. Lo conocí en un jardín precioso que tenía a su cargo.

Vivimos en una sociedad tecnológica y vertiginosa, que a veces resulta ser poco humana. No se trata de volver a siglos pasados, pero lo que es absurdo es una aceleración que nos angustia y nos difumina. Hay que pararse, ver cuál es nuestra jerarquía de valores y examinar si nuestra actitud diaria es coherente con esta jerarquía. Si se tienen fines claros en la vida, es posible que uno de los esfuerzos más saludables y costosos que se deban hacer es soltar cosas que sobran o estorban. Recuerdo una película, que vi hace mucho tiempo, en la que unos personajes tenían que tirar un pesado cofre con joyas desde un globo, para poder salir volando y salvar así la vida de un peligro. Uno de ellos dudó si quedarse con una de aquellas riquezas, pero finalmente la tiró. El final de la historia fue feliz. Conviene recordar que la avaricia rompe el saco.

Tenemos que descubrir o redescubrir lo que verdaderamente merece la pena y dirigirnos a esto de un modo más decidido y alegre. Se da, por tanto, una paradoja: hay que pararse a pensar la verdad y atreverse a arrojar lo que no es bueno para alcanzar algo mucho mejor. De este andar con más calma y ponderación se deriva una gran ganancia de tiempo.

Vivimos en un mundo con muchas cosas anteriores a nosotros mismos. Si uno quiere volar alto, tiene que estar atento a detectar por donde vienen los vientos buenos. Dejarnos ayudar por quienes merecen nuestra confianza es una actitud sensata e inteligente, que refuerza nuestra personalidad. Estamos rodeados de personas; y a un buen número de ellas las conocemos y apreciamos. Muchas veces, dedicarnos a una vida de servicio a los demás, teniendo en cuenta nuestras cualidades, resuelve muchos de nuestros problemas, embrollos y complicaciones. Es exigente y certera la sabiduría popular cuando afirma que “el que no vive para servir, no sirve para vivir”. Realmente, pensar en los demás de un modo estable, y vivir en consecuencia, supone llevar una vida profundamente original y acertada.

En el transcurso de la vida no todo es lineal, ni se ve siempre claro lo que tenemos que hacer. Pueden aparecer en nuestra existencia tramos difíciles, pero siempre hay una luz, al menos para cada día, que nos lleva a hacernos mejores personas, ayudando a los demás a que lo sean. Tal luz es una realidad que viene de fuera de nosotros mismos, como el sol que entra en la habitación por la mañana. Esta claridad va mostrando un sendero que nos enseña a querer, a apreciar lo bueno, a aspirar a lo mejor. Se trata de descubrir que somos profundamente queridos, a pesar de nuestras limitaciones, si nos empeñamos en seguir por este camino de victoria. Se puede buscar y encontrar un amor grandioso, que no traiciona pase lo que pase. Este amor con mayúscula existe y es un auténtico norte de felicidad.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Friday, August 22, 2025

Paz y posición personal

Como profesor, me da alegría ver a muchos alumnos y alumnas progresar, y plantearse cuáles serán sus estudios universitarios o de Formación Profesional. Es bonito observar a esta juventud con un futuro abierto, y libertad para decidir lo que quieren ser.

Cuando va pasando el tiempo se han tomado decisiones, que no son una negación de la libertad sino una inversión de esta estupenda facultad humana. Lógicamente hay muchas cosas que pueden cambiar con el tiempo; pero hay otras cuestiones en las que establecemos compromisos importantes. Pienso que la categoría de una persona tiene bastante que ver con los compromisos que ha adquirido.

Es importante tener una jerarquía de valores clara, porque a veces nos podemos imponer auto-obligaciones que no son imprescindibles. Es clave saber ejercer la libertad y dejar algo que es un peso innecesario e inconveniente. Por otra parte, ser personas de palabra es algo de gran importancia para los demás y para nosotros mismos. En el trabajo hay una responsabilidad del empleador, pero también del trabajador. Lo digo en el sentido de no dejar tirada a la empresa, sin capacidad de reacción, por una nueva y distinta oferta laboral sorpresiva que parece más sugerente. Claro que uno tiene libertad de elegir el trabajo que quiera, pero también hay que procurar ser un caballero o una señora, que da ejemplo de buenas prácticas profesionales. Además, el sentido común tendrá que valorar si realmente ese cambio de trabajo es sensato o no lo es.

Entre los compromisos, destacan por su valor los familiares: las relaciones conyugales, de maternidad y paternidad, así como las filiales y de fraternidad, son nuclearmente humanas. Todas ellas cobran una significación aún más profunda si se realizan como un amor humano que enlaza con Dios.

En todo el ajetreo de la vida, hay algo destacable: la paz interior. Este estado es también una virtud, y ante todo un don. Ya se ve que no se trata solamente de tener espacios de tiempo veraniegos, sino de aspirar a tener ese buen “cuajo” y sosiego en las mil incidencias de la vida. Pero la paz es consecuencia de una lucha interior, de batallar personalmente por hacer el bien a nosotros mismos y a los demás. Pienso que gran parte de esa lucha tiene relación con vivir con esfuerzo el día a día, pechando con nuestros deberes, especialmente los familiares. Esto puede resultar costoso, pero es necesario para ser mujeres y hombres en los que otros se puedan apoyar.

Hay que saber mirar hacia el cielo, abriendo con decisión los brazos a las responsabilidades que tenemos en este mundo. Me parece que este planteamiento está muy relacionado con la Cruz cristiana. El cristianismo llena de sentido el saber aguantar nuestra posición en la vida, aceptándonos a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Tal actitud exige de mejora por nuestra parte, así como de procurar la mejora de los otros. En esta incómoda batalla se va fraguando nuestra propia paz interior, algo que se transmite a nuestro entorno y a la sociedad.

Tanto el exceso de ambición como la enfermiza tendencia a salirnos de nuestro sitio, es la causa de múltiples problemas personales, familiares y sociales. Por esto, hemos de luchar por la armonía interna, por la tranquilidad en el orden, contando con múltiples meteduras de pata, que serán un buen terreno de humildad para que así vaya surgiendo el árbol vigoroso de la paz. Con la ayuda de Dios, como afirmaba San Josemaría, podemos ser sembradores de paz y de alegría; personas que, sin darse mucha cuenta, saben querer, están contentos con su vida -a pesar de los pesares-, y son referencia de generosidad y simpatía.


José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, August 21, 2025

Inteligencia artificial y corazón humano

 

La inteligencia artificial tiene un modo predictivo de funcionar; es como un programa de textos que avisa de la próxima palabra a emplear, pero en una escala mucho mayor. A esto se denomina un modelo de lenguaje: múltiples algoritmos conectados que organizan una ingente suma de información. Esta tecnología basa sus respuestas en la probabilidad.

La IA, al ser maquinal, tiene sintaxis pero no tiene semántica: ordena conocimientos, pero no los conoce. Esto se puede explicar con el clásico ejemplo en el que se relata que a través de una rendija en una puerta me envían mensajes en chino, que están en tres colores: rojo, blanco y azul. Yo no tengo ni idea de chino, pero aparento que lo sé porque voy poniendo cada mensaje en una carpeta de su color.

De todos modos, la brillantez y erudición de las respuestas de la inteligencia artificial nos llevan a dirigirnos a ella como si entendiera y fuera una persona. Cada vez más parece que su multiplicidad de operaciones va a dejarnos a los humanos bastante relegados en un buen número de actividades… Habrá que verlo. Entre tanto, quisiera recordar algo que puede ayudar a distinguir nuestro conocimiento del de las citadas máquinas: siempre digo a mis alumnos que, a la hora de decidir, primero hay que tener en cuenta la cabeza y después al corazón. Pienso que esto es así porque primero hay que entender la verdad de algo, antes de quererlo como un bien. Pero además de la esfera sentimental y emotiva humana, hay otro concepto de corazón más profundo. Se trata del centro del ser humano, donde cada persona toma sus más íntimas decisiones. Allí está la raíz más profunda de nuestra libertad y, por ser el núcleo de la persona, hay en él una profunda síntesis entre inteligencia y emotividad. Se trata del término corazón tal y como lo emplea la biblia (por ejemplo: “Dame, hijo mío tu corazón, y extiende tu mirada sobre mis campos de paz” Proverbios 23,26). Se trata de decisiones como la citada por Chesterton cuando escribía que “todo está entre la luz y la oscuridad, y cada uno tiene que elegir”.

Pues bien, el conocimiento que proviene del corazón, en el último sentido que de él hemos expresado, es exclusivo del ser humano. Pongamos una pregunta relevante: ¿Hasta dónde tengo que ser generoso?... Se trata de una cuestión que una IA jamás podrá responder; porque el amor tiene mucho de imprevisible.

La propia realidad tiene también gran relación con lo inesperado. Los últimos estudios científicos apuntan a que la probabilidad de que el universo haya evolucionado como lo ha hecho, gracias a lo cual estamos los humanos aquí, es de 10 elevado a 10, y la cifra anterior resultante elevada a 123.

El mundo no es por casualidad, ni por probabilidad, sino por una causa creadora. El cristianismo habla de un Dios que es Amor, que se ha hecho hombre y que hoy está, misteriosa pero realmente, a nuestro lado. También esto salta por los aires toda probabilidad. Se trata de una realidad asombrosa, sobrenatural, que supera a la razón, sin ser irracional. En este sentido, otra frase del mismo escritor antes citado dice: “toda la lógica pende de un misterio”. Un misterio de divina libertad.

Lo que llena nuestra vida es sabernos queridos y querer. La IA puede ayudarnos en muchas cosas, pero sería una necedad pensar en que puede suplantarnos en lo que es más propiamente humano.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, August 20, 2025

Autonomía y raíces

Vivimos en una sociedad dónde se valora mucho la autonomía, la libertad personal, o la auto-decisión. Es bueno que se tenga muy en cuenta la voluntad de cada persona a la hora de fraguarse su propio futuro. Pero la voluntad personal está sustentada por nuestro íntegro modo de ser humano, que es en gran parte previo a nuestras decisiones. Por este motivo, entender a la voluntad como el principio de los derechos personales es un error.

Hay que desarrollarse y dar fruto; pero un desarrollo desarraigado de nuestras propias raíces, aunque circunstancialmente parezca atractivo y prometedor acaba en la inanición y, por supuesto, no podrá dar un buen fruto humano.

Resulta paradójico observar cómo se reclama tanta libertad, incluso llegando a negar nuestra propia naturaleza, mientras se cae en un activismo y en un vivir de cara a la galería que puede llegar a esclavizar y a angustiar. Cuando somos conscientes de nuestras raíces y de nuestras limitaciones, quizás se lleve a cabo una vida más modesta y menos aparatosa. Sin embargo, con este modo enraizado de vivir uno es más consciente de su identidad y tiene una libertad mejor orientada y mucho más fructífera.


José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, August 16, 2025

Volver al hogar

  

En el verano quizás uno vuelve a ver un paisaje de su infancia. Aquellos tiempos de chaval o chavala estaban pletóricos de salud, llenos del cariño y de la seguridad familiar, surcados por juegos y algunos coscorrones con la bicicleta. Todo aquello ya pasó, pero queda en el fondo del alma como una referencia segura, asentada con firmeza en la propia historia personal.

Luego viene la juventud con sus remolinos, sus amores, sus estudios y sus decisiones. Hay algunas cosas muy buenas y comprometedoras que pueden decidirse pronto.

La madurez se aquilata con el realismo, el trabajo y la experiencia de dolores, más o menos fuertes, que no deseamos pero que pueden ayudar a madurar. Poco a poco se aprende a valorar más las cosas sencillas de cada día. Surge también un buen sentido del humor y un aceptar más la vida como viene.

La vejez se vislumbra como algo duro cuando se vive con miedo, y como algo sabio cuando se tiene fe.

Entre tanto, se empieza a entender que el tiempo pasa pero la vida queda, y permanece con capacidad de cambiarse porque el amor tiene jurisdicción sobre el tiempo… Cuánto se cambia, por ejemplo, pidiendo perdón o dándolo. También puede suceder algo estupendo: se empieza a ver todo como un cuento vivo hecho realidad. La vida tiene varias dimensiones, pero si somos capaces de valorarla e interpretarla es porque hay en nosotros otra dimensión nueva que abarca a todas las demás y se abre a un ser superior meta-dimensional que nos explica y que, por ser fuente de todo sentido, es eminentemente personal.

Todo lo dicho ayuda a entender que, siendo importantes tantos acontecimientos de la vida, nuestro hogar es raíz de nuestro modo de vivir. Nacimos en uno y hemos forjado, de una u otra manera, otro. Este hogar es clave para nuestro cónyuge, hijos -si los tenemos- y amigos: es una referencia de humanidad.

Vivir como madre, padre, hijo o hermano es un aprendizaje y una enseñanza. Vivir como hijo de Dios es, además, un regalo tan asombroso que conviene ser meditado y encarnado con asiduidad diaria.

La vida puede tener roturas y contrariedades tremendas, pero nuestra habitación interior siempre puede abrirse a la luz de divina, que no solo ilumina sino que recompone y edifica.  Por todo esto conviene vivir como cuando éramos niños, en el sentido de vivir en un hogar de seres humanos donde esté Dios. Este es el camino para que más adelante entremos al hogar de Dios, donde habitan por siempre multitud de seres humanos. 

En el verano quizás uno vuelve a ver un paisaje de su infancia. Aquellos tiempos de chaval o chavala estaban pletóricos de salud, llenos del cariño y de la seguridad familiar, surcados por juegos y algunos coscorrones con la bicicleta. Todo aquello ya pasó, pero queda en el fondo del alma como una referencia segura, asentada con firmeza en la propia historia personal.

Luego viene la juventud con sus remolinos, sus amores, sus estudios y sus decisiones. Hay algunas cosas muy buenas y comprometedoras que pueden decidirse pronto.

La madurez se aquilata con el realismo, el trabajo y la experiencia de dolores, más o menos fuertes, que no deseamos pero que pueden ayudar a madurar. Poco a poco se aprende a valorar más las cosas sencillas de cada día. Surge también un buen sentido del humor y un aceptar más la vida como viene.

La vejez se vislumbra como algo duro cuando se vive con miedo, y como algo sabio cuando se tiene fe.

Entre tanto, se empieza a entender que el tiempo pasa pero la vida queda, y permanece con capacidad de cambiarse porque el amor tiene jurisdicción sobre el tiempo… Cuánto se cambia, por ejemplo, pidiendo perdón o dándolo. Puede suceder algo estupendo: que se empieza a ver todo como un cuento vivo hecho realidad. La vida tiene varias dimensiones, pero si somos capaces de valorarla e interpretarla es porque hay en nosotros otra dimensión nueva que abarca a todas las demás y se abre a un ser superior meta-dimensional que nos explica y que, por ser fuente de todo sentido, es eminentemente personal.

Todo lo dicho ayuda a entender que, siendo importantes tantos acontecimientos de la vida, nuestro hogar es raíz de nuestro modo de vivir. Nacimos en uno y hemos forjado, de una u otra manera, otro. Este hogar es clave para nuestro cónyuge, hijos -si los tenemos- y amigos: es una referencia de humanidad.

Vivir como madre, padre, hijo o hermano es un aprendizaje y una enseñanza. Vivir como hijo de Dios es, además, un regalo tan asombroso que conviene ser meditado y encarnado con asiduidad diaria.

La vida puede tener roturas y contrariedades tremendas, pero nuestra habitación interior siempre puede abrirse a la luz de divina, que no solo ilumina sino que recompone y edifica.  Por todo esto conviene vivir como cuando éramos niños, en el sentido de vivir en un hogar de seres humanos donde esté Dios. Este es el camino para que más adelante entremos al hogar de Dios, donde habitan por siempre multitud de seres humanos.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, August 15, 2025

La perspectiva más humana de la educación


Supongo que hay, entre otras, tantas ideas de lo que es un profesor o una profesora, como docentes. Aquí intentaré hacer una aproximación personal, refiriéndome especialmente a profesionales de la enseñanza media, y me referiré especialmente a un aspecto que considero relevante.

Generalmente se dice que para ser profesor hay que tener vocación, y es verdad. Pero mi idea de la vocación no significa solamente lo que a uno le atrae, sino ante todo una llamada de la vida hacia nosotros. Me parece que hay muy buenos profesores que no soñaban con serlo cuando eran chavales.

Por otra parte, se habla mucho de lo desorientada que anda la juventud; pero también se olvida con frecuencia la fuerza de los jóvenes. Es una fuerza que hay que saber detonar a partir de la autoridad, la exigencia y la sincera estima personal. Un chico o una chica detecta si a este profesor o profesora le importo.

Un profe intenta saber de lo suyo, transmitir conocimientos, educar caracteres, impulsar futuros, vivir con intensidad su trabajo; otras veces -no pocas- trata simplemente de sobrevivir. Uno de los aspectos más gratificantes de ser profesor, en mi opinión, son los encuentros con antiguos alumnos: ver sus progresos profesionales, sus iniciativas que quizás antes no hubiéramos sospechado, y contemplarlos hechos unos jóvenes con ganas de comerse el mundo. También estos encuentros son una posible ocasión de ofrecerles alguna orientación para sus vidas.

Se comentan muchas cosas del sistema educativo, de las dificultades que entraña actualmente esta profesión, y de la crisis de identidad de lo que es la misma educación. Ante todo esto, pienso que hace falta libertad de enseñanza y sentido común. Y si alguna vez un país quiere verdaderamente progresar mucho y pronto, tendrá que dedicar auténtica atención a la enseñanza y, por tanto, prestigiar en todos los sentidos a un profesorado competente. Pero quisiera centrarme ahora en otro asunto diferente: cuando pasan las décadas como profesor, uno ha dado clase a multitud de chicas y chicos. Alumnas y alumnos son recordados con aprecio, pese a que las cosas por parte de nosotros y de ellos se podrían haber hecho mejor. Ante este río de la vida y, por tanto, de las promociones de alumnos, me pregunto: ¿Dónde encontrar una referencia estable y profunda del sentido de la educación?... Caben muchas respuestas, pero voy a fijarme en una que me parece importante: cada estudiante es la encarnación del amor entre su padre y su madre; aunque haya veces en que lo olvidamos. Es clave recordarlo porque solo desde esta perspectiva familiar se puede lograr una educación profundamente humana. Los profesores y profesoras somos testigos de esta realidad. La enseñanza tiene que tener cabeza, pero también corazón. Las alumnas y los alumnos pasan por institutos y colegios como el rielar de la luz sobre las aguas. Pero ese continuo movimiento, cobra mucho más sentido cuando se enfoca la vista a una poderosa y real luz estable que es capaz de iluminar el corazón humano, la familia y la noble tarea educar.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, August 13, 2025

Un grandioso descubrimiento

 

Se ha iniciado la era de la Inteligencia Artificial, que ya está modificando nuestra vida; y no ha hecho más que empezar. La Biotecnología, entre otras ciencias, también presenta una serie de avances asombrosos. No es menos cierto que asistimos, abrumados, a problemas sociales serios, que chocan por completo con el alto grado de desarrollo del que venimos hablando. Me refiero, entre otras cuestiones, a las tremendas guerras existentes y al problema de una inmigración masiva, que nos plantea qué tipo de comportamiento es digno y verdaderamente humano por nuestra parte: algo que ni la IA ni la Biotecnología resolverán sin nuestra virtud.

Pero la vida sigue, el trabajo aprieta y las vacaciones son escasas -salvo las de los profesores; digno colectivo al que pertenezco-. Tenemos que cualificarnos profesionalmente, ganar más dinero porque nos resulta necesario, y conocer mundo para realizarnos, o eso dicen. Estamos muy ocupados y tecnologizados… Pero dentro de este circular torbellino de actividades, llegan momentos de enfermedad, de agotamiento, o simplemente de decepción, porque el corazón humano no acaba de llenarse con una cuenta de resultados de logros laborales trasladable a un Excel. Un día especialmente abrumador llegamos a casa; pero lo hacemos de un modo nuevo. Nuestro cónyuge, también con mucho bollo profesional, está hoy especialmente amable. Nuestra hija nos da un par de besos, y nuestro hijo no hace ni caso porque está con el ipad, pero le levantamos en alto y le damos un abrazo que provoca risas en los dos. Entonces, en un milagro de la creatividad humana, hablamos, cenamos, y empezamos… ¡un juego familiar! Hacía bastante tiempo que esto no sucedía, y hacemos un grandioso  descubrimiento: esto hay que repetirlo más a menudo. De hecho, mañana es sábado y daremos una vuelta por el parque para hacer el ganso todos juntos.

Lo pavoroso es que una vida acelerada y descuidada, incendie la familia, dejándonos solos y profundamente tristes. No podemos abandonar el hogar a base de una sucesión de descuidos, de “no estar física ni mentalmente” el tiempo que le debemos.

Los cimientos del hogar son duros, están enterrados bajo tierra: en ellos hemos sacrificado ambiciones, quitado afectos nocivos, y ante todo nos decidimos a aplastar el mal orgullo que siembra división y tensiones. Pero gracias a esto, la familia es el lugar de la confianza, aquel en el que podemos vivir un abandono bueno de tantas preocupaciones, porque en ella nos estamos seguros.

El hogar familiar tiene una llama, la de la cocina, la del alma, la del espíritu humano, que es encantador cuando dejamos que esté animado por el Espíritu divino, lleno de fidelidad y caridad. Con el hogar en el centro del alma, trabajaremos duro y bien, utilizaremos la tecnología hasta cierto punto, obtendremos logros sociales, pero ante todo redescubriremos lo que somos: seres profundamente familiares y, por esto, capaces de comernos el mundo con sacrificio, con realismo y con alegría.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Sunday, August 10, 2025

Nuestro conocimiento de la verdad

Cuando uno se despierta de un mal sueño, resulta un alivio darse cuenta de que aquella pesadilla no es real o no es verdad; así que pronto nos percatamos de la relación entre la realidad y la verdad. Por tanto, una persona que quiera ser honrada, que quiera ser veraz, estará atenta a lo que las cosas son y no a interpretaciones interesadas de lo que realmente ocurre.

Se podría pensar que cada uno ve las cosas desde su punto de vista y con sus entendederas personales. Así es, y tal variedad puede ser enriquecedora, como sucede en un buen coro musical o en un equipo de fútbol bien conjuntado. Esta armonía se basa tanto en una variedad como en un aprendizaje, en el que hay que superar defectos de interpretación. Para todo ello, es importante tener una idea común de lo que se quiere hacer.

Dar prioridad a lo real respecto a lo mental supone un cierto salir fuera de uno mismo. Esta salida es necesaria porque nuestro entendimiento está abierto naturalmente a la realidad. Lo primero que captamos de algo es que es, que existe. Gracias a ese conocimiento podemos después reflexionar sobre nosotros mismos. Una consecuencia de lo dicho sería que es más importante ser verdaderos que ser auténticos, si por autenticidad se entiende solo auto-coherencia. Un ladrón o un asesino pueden ser muy auto-coherentes, pero esto no les justifica.

Tenemos la experiencia propia y ajena de un cierto repliegue de los propios pensamientos sobre nosotros mismos. En casos agudos tal repliegue desemboca en el cinismo, la actitud para que la única verdad es el propio interés. Abrirse a la verdad de la realidad supone un esfuerzo, para liberarse de una tendencia egoísta o enfermiza a cerrarse en sí misma. Éste es un modo estupendo para conectar con los demás, haciéndonos cargo de sus planteamientos y necesidades.

El mundo nos enseña muchas cosas buenas, pero también nos manifiesta otras dolorosas. Para entender algo de esto, habría que abordar en otro momento el misterioso problema del mal y su relación con el bien. De momento diremos que la verdad, el bien y el ser de las cosas son intercambiables. Dicho más despacio: todo lo que tiene un orden tiene un sentido, una verdad, un bien y una armonía o belleza. El mal es una falta de alguno de estos aspectos. El mal no es por sí mismo; el bien sí. Las sombras -el mal- son por las luces -el bien-; no las luces por las sombras. Pese a las oscuridades, lo que no parece convincente es preferir vivir en una mentira, para evitar los aspectos duros que la verdad puede tener.

Respecto a las verdades, hay algunas mucho más significativas que otras. Entre las que más nos importan destacan las que se refieren a personas queridas. Para cualquier madre o padre honrados sus hijos son incomparablemente más valiosos que cualquier otro asunto. De este modo nos acercamos a la relación entre verdad y amor. Las mayores verdades tienen que ver con los mejores amores; y los amores auténticos son los que se basan en la verdad. Por esto, un amor es verdadero si nos hace ser mejor personas.

La verdad tiene también tiene relación con la tranquilidad en el orden. Cuando sabemos el sentido de algo, especialmente el de nuestra propia vida, nos llenamos de una paz dichosa.

José Ignacio Moreno Iturralde 

Saturday, August 09, 2025

Una fuente de sentido lógico y moral, anterior a la conciencia


Una chica joven discapacitada contaba algo que me pareció muy interesante. Narrando su vida en un vídeo, afirmaba que le fue muy útil cambiar la pregunta “¿por qué me pasa esto?” por esta otra: “¿para qué me puede pasar lo que me ha sucedido?... No siempre entenderemos los sucesos de la vida, pero esto no quiere decir que no tengan un sentido.

Cuando se practica un deporte hay unas reglas previas a nuestro partido de fútbol, baloncesto, tenis, o lo que sea. Estas reglas suponen ciertos límites, que son precisamente los que posibilitan el juego. Las reglas de estas actividades son convencionales; podrían cambiar. En la realidad hay muchas leyes permanentes, pero los ejemplos anteriores nos sirven para considerar que hay algo anterior a nuestra vida y a nuestro comportamiento, que pone reglas en la existencia.

Si pienso o hablo procuro no caer en contradicciones, aunque en la práctica no sea del todo coherente. No puedo decir al mismo tiempo “voy a salir y no voy a salir”, o “te voy a ayudar y no te voy a ayudar”. En la realidad un perro no es un gato, ni una gallina un cocodrilo. Estas perogrulladas esconden algo importante a mi modo de ver: la no contradicción es un principio de la realidad; algo anterior a cualquier cosa, una “regla de juego” de los seres. Algo similar a lo anterior pasa con las causas y los efectos: si hago tal cosa, se produce esta otra. Ya sabemos que hay pensadores que han criticado el principio de causalidad. Pero sin este principio, ellos mismos no serían las causas de sus filosofías.

En el terreno ético o moral suceden cosas similares. El principio de “haz el bien y evita el mal” es previo a mí mismo. También ocurre lo propio con la llamada regla de oro de la moralidad: “trata a los demás como quieres que te traten a ti”. Otra cosa es que vivamos mejor o peor esta orientación. No hay nadie que quiera ser un desgraciado y un fracasado, aunque en ocasiones pasemos por momentos difíciles y dolorosos. La tendencia a la felicidad es intrínseca a nuestro modo de ser.

Para ser consciente de sí mismo, un bebé necesita bastante tiempo de conexión con la realidad, especialmente con sus padres. Y, sin necesidad de ser un recién nacido, soy consciente de mí mismo gracias a que antes soy consciente del mundo exterior a mí, como cuando suena el pajolero despertador de la mañana.

Todos estos rodeos, y muchos más que se podrían hacer, ponen de manifiesto que una sana filosofía solo puede empezar desde fuera de mí mismo, desde antes de mí mismo; o de lo contrario edificaré un planteamiento rotundamente equivocado. La autoconciencia no puede ser el principio de la sabiduría; sino que ésta ha de comenzar por la realidad que sustenta a la conciencia y a la comprensión que tiene de sí misma. Cuando una persona establece su conciencia como norma absoluta e inapelable a la hora de actuar está falseando su identidad. Por supuesto que actuar según la propia conciencia es importante y necesario; pero es muy distinto divinizar la conciencia o entender que me puedo equivocar, y que tengo que tener una apertura a una modificación de planteamientos en mi vida. La conciencia es como una brújula que señala el norte moral; pero no es el norte moral. Esta distinción es clave para poder vivir con acierto.

Me contaban de tres amigos que, yendo en coche, estuvieron a punto de salirse de la carretera al tomar una curva. Durante el momento de máximo peligro a uno le dio por decir a media voz “ay, qué bien, qué bien”. No estaba loco, ni era tonto; tampoco había bebido, aunque podría decirse que “iba por la vida “con dos copas espirituales de más”. Quiso quitar tensión en un momento difícil, y quizás ayudó un poco al conductor a solventar el problema, como así ocurrió.

Hay cosas que controlamos y muchas cosas más que no controlamos. La actuación personal marca la vida de cada uno, pero no siempre salen las cosas como se prevén. Esto se debe simple y llanamente a que hay muchos más factores en juego que nuestra voluntad y nuestras acciones.

Hay que ponerse metas, claro que sí. Pero solo existe una victoria que resiste a todo contratiempo: la victoria moral, ser una persona buena. Puede parecer que ganar dinero y tener éxito en la vida profesional y social es algo importante… y lo es. Pero si todos estos logros no se orientan a una mejora moral, se convierten en auténtica basura. Es interesante legar dinero y posesiones, pero es inmensamente más valioso dejar a los seres queridos, y a muchos más, un ejemplo de vida recta, alegre y positiva. Suceda lo que suceda, siempre podemos optar por una actuación que nos haga ser mejores personas y que ayude a serlo también a los demás. Los contratiempos de cualquier tipo pueden ser una ocasión de replantear cuál es en la práctica nuestra jerarquía de valores.


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, August 03, 2025

El punto de encuentro entre cerebrales y pasionales

Hay múltiples temperamentos y tantos caracteres -lo que hacemos libremente con el temperamento- como individuos. Simplificando muchísimo, vamos a hablar de dos tipos de modos de ser. Hay personas cerebrales, inteligentes, de temperamento frío, que tienden más a escuchar que a hablar. Son metódicas, prudentes y, en algunas ocasiones, algo sosas. Por otra parte, están los pasionales, habladores, impulsivos y fiesteros, con los que puedes troncharte de risa o acabar agotado, deseando que se callen o desaparezcan durante un cierto tiempo.

La persona cerebral -parece ser que predominan en ella las capacidades de su hemisferio cerebral izquierdo- puede observar con distancia, escepticismo o cierta ironía a la persona emocional. Ésta última -en la que destacarían sus facultades del hemisferio derecho- puede impacientarse o acalorarse, al ver el orden meticuloso y una cierta cachaza en el comportamiento de su colega cerebral. El asunto que aquí nos planteamos es en qué momento, situación o disposición pueden ser estos caracteres complementarios y no opuestos.

Hay quien afirma que para tomar decisiones importantes hace falta “cabeza de hielo y corazón de fuego”. Seguramente es verdad. Es la inteligencia la que tiene que decidir, porque es la que se orienta a la verdad, aunque el corazón sea lo más valioso que tenemos. Pero también es cierto que el corazón y la voluntad pueden, en ocasiones, tomar la delantera en una actitud muy acertada. Al respecto, recuerdo el gol de Puyol a Alemania en la semifinal de la Copa del mundo de fútbol de 2010. Aquello fue un derroche de coraje, de corazón y, sin duda, también de técnica.

¿Qué podría combinar bien dos caracteres tan distintos como los que estamos hablando? ... ¿La tolerancia, el respeto? Sin duda alguna… pero hace falta algo más. Se trataría de algún ejercicio del espíritu, que fomente una comprensión positiva y colaboradora… ¿Dónde encontrar ese tesoro? Tiene que tratarse de algo sensato, inteligente y prudente. Pero también tal actitud conciliadora ha de ser entrañablemente humana. Queremos sabernos entendidos, pero también necesitamos sabernos queridos. Quizás la amistad puede ser la respuesta porque supone una cordialidad, donde se aprecia al otro por sí mismo: una actitud, llena de razón, que satisface el corazón. El filósofo español Ricardo Yepes definía la amistad como “la benevolencia recíproca dialogada”. Por esto, la benevolencia es clave en la amistad. Pero incluso, sin desarrollar una amistad propiamente dicha, la citada benevolencia es suficiente cuando se trata de caridad, que es la virtud que Dios nos da para querer a nuestros semejantes de un modo más parecido a como él los aprecia. Por tanto, la caridad no tiene una dimensión exclusivamente cristiana, sino que también demuestra ser una virtud profundamente humana, inteligente y colaboradora.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Saturday, August 02, 2025

La verdad es la sustentación necesaria de las relaciones


En los vuelos de Madrid a Las Palmas de Gran Canaria hay un momento en el que el avión gira ciento ochenta grados, para enfilar el aeropuerto: entonces es impresionante divisar, al oeste, cómo surge entre las nubes el volcán Teide de la vecina isla de Tenerife. Sin embargo, si uno está en algunos lugares tinerfeños no se ve bien el gran volcán, porque otras elevaciones del terreno lo cubren. Está claro que las perspectivas, de las que tanto habló Ortega y Gasset, son algo a tener en cuenta en nuestro conocimiento.

Las cosas están relacionadas por una concatenación de hechos milenarios: los olivos actuales provienen de otros, cuyos orígenes se nos esconden en el tiempo. Todas las cosas están relacionadas con las demás; por ejemplo: las ondas gravitacionales -que se dan en el universo por una distorsión provocada por lejanos agujeros negros- fueron detectadas por primera vez en 2015, aunque Einstein habló de su existencia en su teoría de la relatividad.

Unas cosas son relativas a otras; pero esta afirmación, pese a su apariencia, no tiene nada que ver con un relativismo escéptico que niega la posibilidad de llegar a la verdad. La relación conecta dos o múltiples realidades entre sí. Se trata de relaciones reales y operativas; es decir: verdaderas. La verdad es la sustentación necesaria de las relaciones. Un relativismo sin verdad es un puro concepto de razón contradictorio. Decir que nada es verdad es como decir: es verdad que nada es verdad. Si no se cree en la verdad, lo mejor es callarse, aunque nuestras necesidades más inmediatas tampoco facilitarían ese silencio.

Relación y verdad no se contradicen; sino que la segunda es el marco real de la primera. Agustín de Hipona, que superó un periodo escéptico en su vida, insistía en que sin una verdad absoluta es imposible afirmar la existencia de verdades parciales. Por esto, cuando no se cree en la verdad, el diálogo no es más que una lucha sorda de intereses.

La vida de cada ser humano no se puede valorar solo desde la propia interpretación personal. Influye en ella todo el peso de la historia y, especialmente, las relaciones con nuestros seres más cercanos. La visión de la gente que nos aprecia es muy valiosa para entendernos a nosotros mismos. Los demás nos aportan luces para dirigir nuestros pasos, y esto orienta   nuestras decisiones libres. Por esto puede ser importante la siguiente pregunta: ¿Las personas que me quieren, qué esperan de mí?...

Las relaciones humanas como la filiación, maternidad, paternidad, conyugalidad, forman parte de nuestro ser de un modo profundo. Tenemos una dimensión relacional evidente. La felicidad depende, entre otros factores, de la calidad de estas relaciones humanas.

Estamos llamados a salir de nosotros mismos: conocemos una realidad que nunca podremos abarcar. Nuestro propio corazón, dentro de su misteriosa intimidad, es capaz de querer a un número ilimitado de personas, si lo educamos para ser capaz de tener una visión buena de nuestros semejantes.

Nuestra limitación personal es patente, pero al mismo tiempo es raíz de apertura hacia toda la realidad. Necesitamos ayuda a lo largo de toda la vida, entre otras cosas para saber ayudar a otros. Tenemos una autonomía deseable; pero lo equivocado es pretender una autonomía radical, en que pretendamos redefinirnos por completo: esto es ir contra nosotros mismos. Necesitamos aceptar nuestra vida, con sus limitaciones, porque es lo real. Sin embargo, tan solo lo lograremos cuando tengamos un sentido satisfactorio de nuestra vida, cuando nos sepamos queridos incondicionalmente por alguien que nos importa y que nos diga algo así como “es bueno que existas”; es decir: que nos quiera.

La revelación cristiana aporta una inmensa plenitud de sentido a la realidad. Requiere de fe, de una confianza que el propio Dios nos brinda si libremente la queremos acoger. Pero también su racionalidad es clara: necesitamos una guía que trascienda el mundo para poder entender el sentido del mundo y de nosotros mismos. El hecho de la venida a la historia de Jesucristo, Dios y hombre, es el acontecimiento más asombroso e imprevisible de cuantos hayan sucedido. La relación con el Hijo de Dios nos aporta una conexión con toda la historia y con la eternidad. La verdad de fe que afirma que Dios es tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos da a conocer que las Personas divinas son relaciones subsistentes: Paternidad, Filiación y Amor. Podríamos decir que un único Dios es familia. La convicción bíblica de que somos imagen y semejanza divina, incluso hijos de Dios, hace que nuestra sencilla vida personal cobra una plenitud inmensa, abierta a mejorar las relaciones entre todos los seres humanos.



José Ignacio Moreno Iturralde