Friday, June 06, 2025

La tutoría personal escolar


En los años noventa del siglo pasado, enseñar Filosofía en un colegio de Vallecas -un barrio obrero de Madrid- me pareció algo así como ordeñar coliflores. Pero ahí estaba yo, Dios sabe por qué, presto a iniciar una áspera y fructífera etapa docente.

En aquél centro educativo empecé a preceptuar, dentro del horario escolar. Básicamente se trata de sacar de vez en cuando, de uno en uno, a varios alumnos, para charlar acerca de su rendimiento escolar, de fútbol o de algún tema que al chaval le preocupe. En los primeros meses de preceptor -término que identifico con tutor personal escolar- tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo olímpicamente. Las conversaciones entre un profe de treinta años y un muchacho de quince o dieciséis, no me parecía que tuvieran mucho recorrido. Me equivoqué.

Dedicar un tiempo quincenal, o al menos mensual, a un alumno puede ser, aunque no lo parezca, uno de los pilares de una educación más eficaz y más humana. Por supuesto, esta preceptuación se ve enriquecida y complementada con las entrevistas o tutorías con los padres de los chicos. La perspectiva de los padres es clave para poder ayudar a alumnos y alumnas. Por otra parte, el conocimiento que un profesor tutor tiene del estudiante es significativo para sus familias; a veces mucho.

La preceptuación es, para aquellos centros educativos que se la han planteado, algo importante, aunque suele ser poco urgente. Por este motivo, en el tráfago del calendario escolar, es fácil descuidarla. Chesterton no recordaba con gran aprecio a su colegio y llegó a definir así un día es su escuela: “un señor que no conozco, me enseña una cosa que no quiero”. La preceptuación está para conocer mejor a los alumnos y a sus familias. Preceptor significa “el que enseña” o “el que está adelante”. Pero para guiar bien a las personas antes hay que valorarlas mucho, y la primera muestra de esto es el conocimiento personal. Ayudar a formar personas -en el sentido de clásico de forma como principio de vida y de libertad- hace que la tarea educativa deje una huella valiosa en las vidas de quienes participaron en esta noble tarea.

Las conversaciones con los alumnos pueden parecer poco relevantes, pero van haciendo su efecto, tan invisible y eficaz como la sal -si se tiene verdadero afán de servicio al hacerlas-. En algunas ocasiones pueden surgir asuntos de más calado:  he podido ayudar a desbloquear a un alumno brillante de bachillerato respecto a una cuestión de filosofía, que le afectaba en su modo de entender la fe católica. Tranquilicé con una sencilla explicación a otro alumno más pequeño que estaba preocupado porque cuando cogió un avión con su familia, después de atravesar las nubes, no había visto a Dios…

En algunas situaciones hay que bajar los humos a algún adolescente; por ejemplo, cuando emite juicios apresurados sobre profesores. Pero también es uno el que aprende mucho de los chicos: recuerdo que un alumno con discapacidad severa desde su nacimiento no daba ningún dramatismo a su situación, era un tipo alegre y tenía proyectos estupendos para su vida.

A lo largo de varias décadas de profesor y tutor pueden llegar a realizarse miles de conversaciones, que siempre han de realizarse con un esmerado respeto a la libertad de los alumnos. A los chicos les pueden aportar referencias para la vida, y a los profesores tutores les dejan como recuerdo un surco de alegría.


José Ignacio Moreno Iturralde

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