Cuando uno se encuentra
con una persona encantadora no se pregunta… ¿Por qué existe esta persona?
Sencillamente la contempla y trata de conocerla. De un modo parecido, la
primera reacción ante el espectáculo de la vida es la admiración. Luego vienen
efectivamente muchas preguntas sobre el sentido de la misma; pero si éstas cuestiones
surgieran desde la desconfianza, se encapsulan en una lógica torcida y
deprimente.
Los abundantes defectos
de nuestros semejantes no se prestan a ninguna admiración, aunque sí invitan a
cuestionarnos cosas; por ejemplo: ¿Cómo puede ser Fulanito tan memo? Tampoco
los propios defectos resultan estimulantes, y además provocan cierta
perplejidad al ver con cuanta facilidad se repiten. Es cierto que hay defectos
que suponen serios males, pero otros tienen una lectura más benévola. Ser
gangoso, por ejemplo, debe ser un palo; pero ser un gangoso que tiene cierto
choteo de sí mismo es una genialidad. Muchas limitaciones, no todas, están
configurando las naturalezas de los seres. Un jilguero no puede mugir; y si
alguna vez lo hiciera entraríamos en un mundo de terror. Las limitaciones
humanas son la condición de posibilidad de nuestra libertad. Las injusticias y
perversidades, que ya son consecuencia de la maldad y deben ser combatidas,
también pueden servir para sacar lo mejor de las personas que las sufren. Las
manifestaciones de ayuda a los necesitados y de perdón a los enemigos, figuran
entre las acciones más dignas de mujeres y hombres.
Estar en un atasco en la
carretera o soportar una sobrecarga de trabajo no parecen cosas admirables:
situaciones para ser filmadas en una buena película. Sin embargo, la metafísica
tomista y la fe cristiana nos aseguran que somos mantenidos en la existencia
por un ser que es por sí mismo. O sea: que la realidad cotidiana es como una
novela viva que tiene una consistencia y significado muy superior a cualquier producción
de Hollywood. Si un coche pasa por un charco y moja a un peatón de la calle el
asunto no es agradable; pero si al señor calado le da por reírse, la escena
resulta admirable y profundamente atractiva, porque esconde un misterio. Esta
reacción divertida no es común, ni busca el espectáculo, pero es una
manifestación de alguien feliz, que hace la vida más bonita: algo que muchos
quieren admirar y vivir.
José Ignacio Moreno Iturralde

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