Se dice de la catedral
de León que tiene más vidrio que piedra, más luz que vidrio y más fe que luz.
Realmente es interesante la visita a este templo para contemplar una belleza
admirable. También un determinado paisaje o una persona concreta pueden
albergar una belleza que nos resulta necesaria y motivadora.
La belleza nos hace
descansar, disfrutar de la vida; parece como si renovara nuestras fuerzas. Pero
por otra parte, descubrimos un mundo con muchas cosas no solo feas, sino
espantosas: crueldades, injusticias, catástrofes. Por esto, puede parecer
ingenuo hablar de la belleza, en una realidad plagada de rupturas y
desigualdades.
Dostoievski escribió “la
belleza salvará al mundo”. Karol Wojtyla -San Juan Pablo II- decía que “el bien
es la condición metafísica de la belleza”. El filósofo Millán Puelles afirmaba
que la belleza es “una covibración de la verdad y del bien”. Es su convergencia
con la verdad y el bien, lo que hace creíble a la belleza. Su enraizamiento en
el ser de las cosas fundamenta su prevalencia respecto al mal y a la oscuridad.
Además, puede ser que lo doloroso suponga un marco donde resalte el esplendor
de la belleza.
Cuando observamos a gente
enferma, anciana, discapacitada, o severamente castigada por la vida, podemos
encontrar miradas de inocencia de una enorme fuerza y de una belleza sublime.
Quisiéramos ayudarles a todos, remediar su penosa situación. No siempre nos es
posible. Resulta entonces que esas flagrantes necesidades de las personas que
sufren, nos hacen caer en la cuenta de la vacuidad de algunos de nuestros
problemas. El dolor ajeno puede hacer brotar lo mejor de nosotros mismos, si
optamos por una actitud constructiva ante la vida. Entre los escombros de las
calamidades pueden surgir llamas de honradez, bondad y generosidad. La ayuda
sincera y desinteresada a toda persona necesitada, se convierte en una fuente
de prestigiosa belleza.
Otras veces -la
mayoría- la belleza estará en saber vivir la vida cotidiana del mejor modo posible
y, si puede ser, con algo de buen humor. No hay belleza más asequible que el
intentar convertir la propia vida en una obra de arte, aunque no falten con
frecuencia meteduras de pata. Esta belleza interior, que viene de un profundo
manantial de vida situado más allá de nosotros mismos, es la que nos deja con
más paz y bienestar.
José Ignacio Moreno Iturralde

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