Hace años salían en la
televisión unos muñecos animados que se llamaban Epi y Blas. Insistían mucho en
mensajes del estilo: “arriba-abajo; derecha-izquierda”. Sinceramente no les
encontraba ninguna gracia, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta del
interés de lo que decían estos personajes.
Las cosas no siempre
están claras: ¿Fue penalti?... ¿Tuviste tú la culpa de nuestro último enfado, o
la tuve yo?... Hay, desde luego, muchos puntos de vista sobre la realidad, como
decía Ortega y Gasset. Pero sigue teniendo vigencia el viejo y novedoso
principio de no contradicción: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y
en el mismo sentido. Uno es distinto de cero; un niño y un abuelo no se
identifican; la madre es diferente de su hijo; una mujer no es lo mismo que un
hombre -teniendo ambos igual dignidad y derechos-. Sin embargo, vemos que algunos de estos aspectos fundamentales son
polémicos en nuestra sociedad. Los intereses personales pueden deformar la
realidad porque llamar a las cosas por su nombre puede exigir honradez, una
virtud que supone esfuerzo.
También es interesante al respecto redescubrir y entender la distinción entre las oposiciones de conceptos
establecidas por Aristóteles: la oposición
relativa se da entre términos que entre sí se excluyen y, a la vez, se
reclaman -por ejemplo: madre/ hijo-. En
la oposición contradictoria un
concepto es la total negación del otro -por ejemplo: ser/ no ser-. La oposición de contrarios se da entre
formas de un mismo género, entre los que cabe una gradualidad -como entre
amarillo y rojo-. Finalmente, la oposición
privativa niega una capacidad en sujeto que podría recibirla -por ejemplo,
la ceguera en un ser humano-.
Pongamos algunas
consecuencias prácticas de no tener claro lo dicho anteriormente. Si la
relación entre madre e hijo la entiendo como una oposición contradictoria cometo
un error grave, que afecta a ambos sujetos: es el caso del aborto voluntario.
Si la relación entre mujer y hombre la entiendo como una oposición de
contrarios, convierto esta distinción radicalmente cualitativa en algo
puramente cuantitativo; es decir: me quedo con una visión puramente
materialista del ser humano. Si establezco una oposición privativa entre la fe
y la razón, caigo en un agnosticismo ramplón. Todo esto nos lleva a darnos
cuenta de que entender las bien las relaciones entre ideas, influye
poderosamente en vivir con acierto las relaciones personales.
El respeto a la realidad
no significa que todos pensemos lo mismo; es precisamente el presupuesto para
una legítima pluralidad, que no tiene nada que ver con una batalla campal. Esto
no significa que la realidad muestre siempre una justicia. Hay muchos asuntos
que han de ser modificados y mejorados. Pero hay cosas, anteriores a nosotros
mismos, y que no hemos elegido, como una madre. Y, en ocasiones, se trata de
cuestiones especialmente relevantes, que hay que custodiar. Respetar la
realidad es lo que asegura las buenas ideas y la conducta buena. Pongo otro
ejemplo: el hecho de haber nacido discapacitado puede entenderse como una
desgracia, o quizás como una oportunidad de demostrar algo muy importante. Lo
que nunca puede servir es para quitar valor al nacimiento de una vida humana.
José Ignacio Moreno Iturralde

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