Saturday, May 31, 2025

La autoridad de los profesores


Cuando era alumno, con quince o dieciséis años, apareció en mi clase un nuevo profesor de Matemáticas llamado Fernando. Transmitía ilusión por la asignatura: al resolver un problema decía… “¡eureka!”; que significa en griego “lo descubrí”. En su primera clase, al poco tiempo, hubo un cierto inicio de desorden por parte de algunos alumnos. Fernando lo atajó de inmediato con firmeza y energía. En clase de Matemáticas había cordialidad, pero no cabían las tonterías. Me llamó la atención esa combinación de trasmisión de conocimientos, ilusión y autoridad; todo un ejemplo de profesionalidad docente.

También tuve un profesor de latín que por algún motivo que desconozco estuvo poco tiempo en mi colegio. Era un hombre sencillo, bajito, moreno y con gafas, del que emanaba una sencillez y una autoridad convincente. Imagino que tendría experiencia, e intuyo que podría encarnar una trasparente profesionalidad al servicio de sus alumnos. Muchos más son los profesores de los que tengo un recuerdo entrañable y de todos ellos un elemento imprescindible era su autoridad.

Hace bastantes décadas podía estar de moda un cierto autoritarismo en diversos planos de la convivencia social. Lo he visto y padecido por parte de algún docente, y me parece mal; pero no se trata de pasarse al extremo contrario. La autoridad del profesor se forja a lo largo de su propia vida; no es una insignia de “sheriff” que se pone en la solapa. Es algo que hay que ganarse con el ejemplo; pero esto es necesariamente compatible con el previo respeto al estatuto del profesor. Ciertamente la enseñanza supone un esfuerzo notable, y un grupo de jóvenes ante un nuevo “profe” van a estudiarle y, probablemente, a ponerle a prueba. Pero siempre se ha contado con que el profesor tiene la sartén por el mango, como debe ser. Hoy en día también esto está parcialmente en entredicho. He podido presenciar faltas de respeto, e incluso algunas agresiones verbales y físicas leves a profesores por parte de alumnos, sin que la capacidad de sancionar del colegio sea eficaz y rápida, debido a la legislación actual. Actualmente en la ESO, para expulsar a un chico o una chica algún día de clase por un reiterado mal comportamiento, hace falta que los padres del sancionado vengan al colegio y den su aprobación, aunque puede haber alguna excepción.

La falta de cuidado a la autoridad de los docentes supone la fuga de los mismos hacia otras profesiones más seguras y mejor remuneradas. De esta manera, lo que se consigue es una devaluación de la calidad y profesionalidad de la enseñanza. Se trata de una enfermedad educativa lenta y progresiva, contra la que hay que reaccionar. Una enseñanza de verdadera calidad requiere de profesoras y profesores ilusionados con su profesión. No se puede despojarlos de su autoridad; del mismo modo que no se puede quitar a un árbitro las cartulinas amarillas y rojas. 

Por supuesto que se trata de tener toda la comprensión y solicitud posible con todos los alumnos. Pero la enseñanza inclusiva no puede excluir a los propios profesores, cargándoles excesivamente de responsabilidades, al mismo tiempo que merma su capacidad de poner orden en sus aulas. Hay que enseñar con la cabeza y con el corazón; pero primero con la cabeza y, por tanto, con el sentido común.

Con una enseñanza competente se levanta a un país, a medio plazo, de un modo asombroso. Esto es algo que entiende cualquiera que vea que la educación no es un instrumento de control de la ciudadanía, sino una noble tarea al servicio de los alumnos y sus familias.

La verdadera autoridad es fuente de libertad y de prestigio; no es un ejercicio de despotismo, sino una fuente de seguridad, orientación, y educación de la libertad para los alumnos. Esta autoridad tiene su raíz en la familia. La autoridad de los padres, que es la más importante, es la que apoya a la subsidiaria autoridad de los profesores. Si esto se entiende y se procura vivir, se da una de las condiciones necesarias las para ofrecer una enseñanza sólida, eficaz e inspiradora, capaz de proyectar la energía creativa de alumnas y alumnos.


José Ignacio Moreno Iturralde

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