Saturday, June 07, 2025

Estar "de ida"



El paso de los años te va quitando ingenuidades. Sin embargo, la experiencia no tiene nada que ver con “estar de vuelta” de la vida, porque ese estado nos hace replegarnos sobre nosotros mismos. Los niños pequeños suelen ir bastante a su bola, pero tienen algo envidiable: una indudable orientación de estreno de la vida y de confianza en el mundo que les rodea. Me parece que un aspecto importante de la madurez radica precisamente en algo propio de la infancia: abrirse a la realidad, estar siempre “de ida”.

Lo primero que conocemos de algo es su ser, que existe. Esta perogrullada, destacada por Tomás de Aquino, conviene ser recordada. Nuestro conocimiento está naturalmente abierto a la realidad, y tiene que medirse por ella para no llegar a ser un cínico o un loco. La sabiduría no consiste en engullir datos, sino en ser colaboradores de una verdad superior a nosotros mismos. También el corazón y la afectividad necesitan salir de sus tendencias posesivas, para abrirse a dinámicas de realismo, de generosidad, y ser así capaces de querer el bien de los demás.

En las facultades racionales y emocionales del ser humano, enraizadas en cada persona, se da una paradoja y es ésta: tienen que salir de sí mismas para ocupar su lugar adecuado. Es entonces cuando se llega a una situación de paz y bienestar. Existe, por tanto, un cierto principio de desorden personal, anterior a nosotros mismos: hay algo dañado en nuestro interior. Por esto, si el egoísmo es visto como simple naturalidad se cae en una ramplona animalización de mujeres y hombres; que termina en la tristeza o la angustia.  Pero también tenemos una poderosa tendencia natural a compartir la vida y alegrarnos con familiares y amigos. Muchas veces queremos sinceramente el bien de los demás e intentamos procurarlo. Hay que caer en la cuenta de que la paradoja expuesta, experimentada de modo natural, requiere de la intervención de un agente con una dimensión superior, sobrenatural o divina, que mejore nuestra libertad, haciéndonos más humanos. Es así como, siendo adultos, recuperamos la alegría de los niños.

Nos damos cuenta de que nuestra vida es breve, que hay otros que son más listos, más guapos y mejores personas que nosotros. Pero todo esto nos hace gracia y nos mueve al regocijo, porque estamos de ida hacia un bien inmenso que comprende, relaciona y trasciende a todo lo demás.


José Ignacio Moreno Iturralde


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