Sunday, June 29, 2025

Llamar al pan, pan, y al vino, vino

La pluralidad y la democracia siguen siendo defendidas como convicciones y, en algunos casos, como términos de corrección política. Por otra parte, la importancia de las percepciones personales, el valor de las más diversas opiniones y la ética como un estilo de vida completamente subjetivo, es algo que a muchos les parece irrenunciable; hasta que llega un desfalco económico o algo peor.

Incluso hay quienes están convencidos de que la realidad se construye con el lenguaje, que no hay ninguna verdad estable. Son los que hablan de la “post verdad” como algo muy novedoso; cuando ya estaba muy de moda entre los sofistas de la época de Sócrates.

La libertad, la iniciativa y la orientación personal han subido al pódium de una especie de categorías sagradas. Además, el desapego por la verdad tiene un tinte postmoderno actualmente bastante valorado. Sin embargo, todo ese batiburrillo de múltiples tendencias puede acabar en un diálogo de sordos, que termina en una batalla campal de intereses contrapuestos.

Recordemos que no se puede negar que surgen cosas totalmente imprevistas: el conocimiento de una persona admirable que nos cambia la vida, la aparición de una nueva y fastidiosa enfermedad, una avería en el teléfono móvil, o una carcajada con los colegas de trabajo. Desde nuestro propio nacimiento, pasando por nuestros padres y, probablemente, el día de nuestra muerte, hay muchas cosas importantes que no hemos elegido, sino que nos son dadas.

La conquista de libertades, así como llevar a cabo las ideas e ilusiones personales, son sin duda importantes. Pero es ridículo vivir estas capacidades y proyectos minusvalorando la realidad, la existencia de la naturaleza de las cosas y la de nosotros mismos. Esta apelación al realismo puede parecer a algunos la lógica deprimente y vieja de un desengañado. No es así: darse cuenta de que la vía láctea y mis abuelos se desarrollaron al margen de mis ilusiones, es una fuente de sentido común y de liberación. Siendo muy bonito poder cumplir nuestros sueños, es más bonito todavía vivir con alegría y salero una vida en la que hubo algunas aspiraciones individuales que no se desarrollaron, porque teníamos algo más importante que hacer: afrontar con resolución un mundo que no se hace a nuestra medida, para que nosotros nos hagamos a la medida del mundo.

Por todo esto es clave respetar la realidad y llamar a las cosas por su nombre, aunque esto suponga admitir cuestiones que me pueden contrariar. La existencia tiene una espectacular arquitectura de verdad, bondad y belleza, que es descubierta cuando limpiamos con virtudes las telarañas de la mediocridad. La grandeza de muchas vidas humanas está precisamente en afrontar situaciones que no eran esperadas. Este darse la vuelta a uno mismo para dar prioridad a la realidad exterior respecto a mi epidermis, mi   psicología y mis emociones, nos hace entrar en el fascinante mundo de los demás. Incluso nos lleva a la más grande de las intuiciones intelectuales: antes de que yo buscara a la verdad, es ella la que me busca a mí, con todo su inigualable encanto y atractivo; porque si efectivamente esto es así, significa que tal verdad es Persona.

Llamar al pan, pan; y al vino, vino, nos introduce en un mundo firme, lleno de convicciones serenas y de panoramas abiertos. Una realidad en la que cada cosa lleva atada consigo la estela de una novela milenaria, que hoy vuelve a renovarse. Lo real tiene la grandeza de su propia existencia: desde un escarabajo pelotero hasta un elefante africano.

Las cosas normales son bastante más asombrosas de lo que parecen. En la medida en que las admitimos, su significado se va abriendo a descubrimientos más profundos. El pan y el vino son cosas sencillas, pero el cristianismo nos enseña que el propio Dios hecho hombre puede llegar a identificarse con ellas.

De este modo, la actitud de respeto a la realidad no es un soso ejercicio de sentido común, sino el preámbulo necesario para acceder a un grandioso misterio revelado y actuante, a un sacramento. Se trata de una verdad insospechada, que nos ayuda a aceptar nuestra vida; algo clave para mejorar y ser feliz.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, June 25, 2025

El derecho a la vida la hace bella

Si saco una buena cantidad de dinero, ganado con trabajo personal, y me lo roban al doblar la esquina, uno exclama con toda razón: “¡ no hay derecho!”. Si lo que nos robaran fuera la misma vida, se padecería un crimen. Pero lo que sería peor es que la actitud criminal se considerara un derecho de la voluntad del agresor. Las páginas más tristes de la historia son las que han supuesto el exterminio de inocentes, que no han tenido ninguna defensa, ni siquiera legal.

La importancia de la vida humana tiene relación con la importancia que le damos a la muerte. Si el morir se banaliza, la vida sufre una enorme devaluación en su dignidad. Este proceso se acentúa cuando se trata de una muerte voluntariamente provocada. Los diversos argumentos sentimentales a favor de la muerte del indefenso encubren algo importante: el sentimiento por sí mismo no conoce, y tomado como única guía de conducta provoca errores graves.

El ser humano, por tener razón y libertad, es una historia personal. Todos sus momentos son importantes: los de salud y los de enfermedad, los buenos y los malos, los conscientes y los inconscientes. Por esto, considerar que solo son humanos los momentos de autoconciencia, autonomía y bienestar, supone precisamente deshumanizarnos. Embrión, bebé, niño, joven, adulto, anciano, son fases de una única vida, que si no fuera humana desde el principio no llegaría a serlo nunca: hay múltiples argumentos genéticos y médicos que lo confirman. Un embrión humano no es un objeto, ni un producto; es la primera etapa de vida de alguien con una misión única en el mundo. Esto no es una exageración tendenciosa; sino una verdad. Ningunear la dignidad de los concebidos aún no nacidos, y hacer de la posibilidad de eliminarlos un derecho legal es echar una sal letal a las raíces de la humanidad. Para cambiar esta decadencia en cultura de la vida, también es imprescindible un apoyo social y económico a la mujer gestante y a la familia.

Los días más bonitos del mundo son los de la solidaridad con nuestros semejantes, que se encuentran en situaciones de mayor apuro e indefensión. Por este motivo, es urgente recuperar el sentido del valor de todas las fases de nuestra existencia. Esto hará que seamos una civilización más digna, justa, inclusiva, solidaria, fraterna y bella. 


 José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, June 19, 2025

La belleza interior

Se dice de la catedral de León que tiene más vidrio que piedra, más luz que vidrio y más fe que luz. Realmente es interesante la visita a este templo para contemplar una belleza admirable. También un determinado paisaje o una persona concreta pueden albergar una belleza que nos resulta necesaria y motivadora.

La belleza nos hace descansar, disfrutar de la vida; parece como si renovara nuestras fuerzas. Pero por otra parte, descubrimos un mundo con muchas cosas no solo feas, sino espantosas: crueldades, injusticias, catástrofes. Por esto, puede parecer ingenuo hablar de la belleza, en una realidad plagada de rupturas y desigualdades.

Dostoievski escribió “la belleza salvará al mundo”. Karol Wojtyla -San Juan Pablo II- decía que “el bien es la condición metafísica de la belleza”. El filósofo Millán Puelles afirmaba que la belleza es “una covibración de la verdad y del bien”. Es su convergencia con la verdad y el bien, lo que hace creíble a la belleza. Su enraizamiento en el ser de las cosas fundamenta su prevalencia respecto al mal y a la oscuridad. Además, puede ser que lo doloroso suponga un marco donde resalte el esplendor de la belleza.

Cuando observamos a gente enferma, anciana, discapacitada, o severamente castigada por la vida, podemos encontrar miradas de inocencia de una enorme fuerza y de una belleza sublime. Quisiéramos ayudarles a todos, remediar su penosa situación. No siempre nos es posible. Resulta entonces que esas flagrantes necesidades de las personas que sufren, nos hacen caer en la cuenta de la vacuidad de algunos de nuestros problemas. El dolor ajeno puede hacer brotar lo mejor de nosotros mismos, si optamos por una actitud constructiva ante la vida. Entre los escombros de las calamidades pueden surgir llamas de honradez, bondad y generosidad. La ayuda sincera y desinteresada a toda persona necesitada, se convierte en una fuente de prestigiosa belleza.

Otras veces -la mayoría- la belleza estará en saber vivir la vida cotidiana del mejor modo posible y, si puede ser, con algo de buen humor. No hay belleza más asequible que el intentar convertir la propia vida en una obra de arte, aunque no falten con frecuencia meteduras de pata. Esta belleza interior, que viene de un profundo manantial de vida situado más allá de nosotros mismos, es la que nos deja con más paz y bienestar.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Wednesday, June 18, 2025

El misterio de una sonrisa


Una vez escuché que sonreír era “saltar por encima de uno mismo, para unir a los demás con Dios”. Quizás baste con saberlo, sin decirlo demasiado.

La temática de la sonrisa puede prestarse a cursiladas. Sin embargo, se trata también de un tema recio: sonreírle a la vida no es siempre fácil. En ocasiones es imposible, o simplemente no viene a cuento. Pero otras veces puede ser un gesto de afirmación de la existencia, especialmente de la de nuestros semejantes. Por esto, resultan lamentables las sonrisas artificiales y forzadas.

Sonreír tiene también que ver con aceptar la propia vida, con mirar con franqueza a la cara y al futuro. Es un acto sencillo de humanidad, que anima a vivir cada día. Si esa sonrisa se traduce en una actitud de ayuda y servicio a los demás, me parece que manifiesta un gran misterio: la imagen y semejanza de Dios.


José Ignacio Moreno Iturralde

Tuesday, June 17, 2025

El valor de las casualidades

Con el paso del tiempo podemos aprender a prever mejor los efectos de nuestros actos. Las cosas que hacemos o decimos tienen consecuencias y son causas de muchos efectos. Sin embargo, el famoso pensador David Hume ha negado la existencia real de las causas, diciendo que en realidad tan solo existe una sucesión de hechos. Así, la causalidad sería simplemente un invento mental. La pega de este pensamiento, entre otras muchas, es que desacredita la misma filosofía que lo sustenta, pues quedaría reducida por su propio planteamiento a una sucesión aleatoria de palabras sin significado.

Lo que sí ocurre es que no entendemos bien cuáles son las causas y el sentido de algunas cosas que suceden, que pueden resultarnos dolorosas y absurdas. Una cosa conviene recordar entonces: la larga trayectoria del pasado y del futuro es algo que nos excede con mucho. Es evidente que no podemos conocer una conexión causal de todo lo que sucede; pero eso no significa que el azar presida la vida. El azar no es una explicación; sino precisamente la ausencia de ella.

En el misterio del tiempo, el presente resulta especialmente valioso. En el presente se anuda el pasado con el futuro: hay algo que permanece y que es causa de la sucesión. C.S. Lewis decía que “el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad”. Nos ocurren cosas sobre las que no tenemos control, pero sí podemos decidir cómo las vamos a asumir hoy. Respecto a un hecho que no entendemos, tenemos la posibilidad de transformar el por qué ha ocurrido en un para qué puede suceder. Cada uno puede interpretar lo que le sucede de un modo que le haga ser mejor o peor persona… Se puede elegir entre la luz y la oscuridad. Una idea interesante al respecto es que el amor tiene jurisdicción sobre el tiempo -en expresión de Joaquín Ferrer-. Por ejemplo: pedir perdón, o aceptarlo de otra persona, nos cambia la vida, nos libera de un yugo pesado.

Es estupendo ser una persona competente y hábil, que sabe resolver problemas. Pero me parece que es más importante saber vivir con esperanza los problemas para los que no se encuentra una clara solución. El conocimiento de las causas está muy relacionado con el entendimiento; pero la confianza se apoya más en una opción libre, que no actúa sobre un circuito cerrado. Sin conocimiento de ciertas causas no se puede vivir, pero sin el desconocimiento de algunas de ellas no se puede amar, porque el amor supone ponernos en manos de alguien que no podemos ni queremos controlar totalmente. Nos interesan conocer las causas de los hechos, pero también son muy importantes las cosas para las que no tenemos una explicación evidente. Chesterton decía sobre lo imprevisto que “una casualidad es una visita que Dios nos hace de incógnito”.


José Ignacio Moreno Iturralde 

 

Sunday, June 15, 2025

El sentido cristiano del cuerpo


Recuerdo que una mañana observé algo curioso: era temprano y una gota de rocío reflejaba la bóveda celeste, donde aún se distinguían algunas estrellas. Esto me recuerda a la mente humana: algo muy pequeño que tiene la grandeza de abrirse a la inmensidad de lo real. Por esto resultan deprimentes los planteamientos que dudan de la posibilidad humana de conocer las cosas del mundo. Frente a todos los escepticismos, la buena filosofía siempre ha amado la verdad de la vida.

Nos pueden explicar el proceso por el que una semilla da lugar a un árbol espléndido, pero tal conocimiento científico no abarca el por qué se produce semejante desarrollo: hay algo misterioso. Por otra parte, lo que está claro es que esa semilla puede dar lugar a un árbol, pero no a un rosal; y esto me lleva a pensar que los diseños de los seres vivos, expresados en sus genéticas propias, son previos a su desarrollo. Está claro que la evolución influye es las especies; pero la evolución no es una especie suprema de la que surjan los seres, sino el proceso histórico de los mismos. Aristóteles decía que “el hombre piensa porque tiene manos”. Me parece que es al revés: “tiene manos porque piensa”; de lo contrario seguiría teniendo garras como algunos animales.

Los seres vivos tienen una anatomía acorde con sus funciones. Karol Wojtyla -San Juan Pablo II- ha estudiado con peculiar profundidad el sentido del cuerpo humano. Ciertamente se basa en contenidos de la fe cristiana, pero razonados de tal manera que ofrecen unas interesantes perspectivas a toda persona que tenga una mente abierta. El cuerpo humano, el de la mujer y el del hombre, manifiestan una tendencia a la relación personal. El abrazo a un padre es distinto al de un hijo o al de la esposa; pero todos ellos manifiestan la necesidad de compartir la vida con los demás.

El cristianismo explica el origen del mal en un desacato a la autoridad divina. Comer del árbol de la ciencia del bien y del mal fue como decirle a Dios que es el hombre el que crea su propio orden moral. De este modo se produjo el pecado original, que provocó una ruptura de la relación con Dios, un oscurecimiento de la imagen y semejanza divina que existía en los primeros seres humanos. La muerte viene como una consecuencia de aquella primera culpa; no solo como un castigo, sino como un remedio. El final de nuestra vida en este mundo nos dice: tienes un tiempo; procura hacer el bien. Sin la muerte daría igual hacer una cosa hoy mañana o no hacerla; hacer algo bien o algo mal. Y esto no sería adecuado para nuestra actual naturaleza deteriorada.

Antes de la culpa original, dice el Génesis, Adán y Eva estaban desnudos sin sentir vergüenza. Explica Wojtyla que esto se debía a que ambos se conocían en Dios, para el que están patentes todas las realidades. Fue esa rebelión lo que les hizo perder su integridad anímico-corporal. Por esto, el pudor es una reacción natural en nuestra condición actual, ya que podemos desear algo de alguien desordenadamente. Una reivindicación exclusivamente naturalista no da cuenta del desorden interior del ser humano.

De todo esto deducimos que la corporeidad sexuada es buena, magnífica, llamada al amor mutuo y a transmitir la vida. Por esto, una uso amoral e irresponsable de la corporeidad no es la solución para una persona moral, cosa que somos todos los seres humanos.

Cada unión conyugal de marido y mujer, prosigue con audacia Juan Pablo II, tiene la fuerza del inicio de la creación. Ciertamente se trata de una frase asombrosa. Recuerda al pensamiento de San Agustín -seguido por Hannah Arendt en este punto- afirmando que cada nuevo ser humano es un inicio del mundo. Estas reflexiones nos recuerdan a las de Chesterton cuando afirmaba que un solo ser humano vale más que todas las galaxias. Dios es un ser personal y, por esto, quiere a cada ser humano por sí mismo. Pero Dios es también familia, pues la fe nos afirma que en un solo Dios hay tres Personas:  Padre, Hijo y Espíritu Santo. En su intimidad, Dios es entrega, donación: esta es la sublime garantía de que la vida de entrega a los demás es lo único que realmente puede dar sentido pleno a nuestra vida, aunque no siempre seamos correspondidos.

El mal en la historia y en el mundo es una dura realidad. La Encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios, es la superación absoluta de ese mal y la restauración de nuestra naturaleza humana elevada a la vida de la gracia, que es una participación de la vida divina.

Asombrosamente la institución de la eucaristía por Jesucristo, donde está Él verdadera y realmente presente, nos une en su Cuerpo. Cristo restaura nuestra condición originaria a la comunión de personas, preparando ya aquí la plenitud de la vida eterna. Nos enseña una entrega de vida que se explicita en el matrimonio; pero también en el celibato por el reino de los cielos. Somos hijos por naturaleza, pero nos casamos por libre elección. La entrega a los demás no es necesariamente matrimonial. Lo que sí cabe admitir, siguiendo el pensamiento de Wojtyla, es que matrimonio y celibato son dos dimensiones de la entrega personal.


José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, June 14, 2025

Fidelidad y autoridad


El fallecimiento de un familiar es una experiencia dura. Pero, dentro del desgarrón y la pena que produce, es consolador poder abrazar a un padre en sus últimos momentos y decirle: “gracias por todo, eres un padrazo”.

El cariño a un padre no surge de la admiración por una persona que no tiene defectos; sino ante el testimonio de una vida de entrega incondicional a su familia. Es probable que nuestros padres hayan cometido errores; la mayoría pequeños; quizás alguno no tanto. Pero son mi padre y mi madre, los que me ha criado, educado, aguantado y sacado adelante. Resulta curioso constatar que solo después del fallecimiento paterno, uno cae en la cuenta de algunos gestos de entrega muy generosa de quien contribuyó a darnos la vida.

Esta trayectoria de fidelidad, que es el nombre del amor en el tiempo -como algún sabio ha dicho-, es de una elegancia y un señorío incomparables. Nuestros padres han tenido que soportar dificultades, educando con esfuerzo su propio corazón, y han buscado el mayor bien para sus hijos. Pero, quizás lo más conmovedor de todo, es que mujer y marido han aprendido a quererse mutuamente desbrozando dificultades, hasta hacer brotar el manantial de la vida y de la alegría. La familia es una realidad plagada de inconvenientes, virtudes, enfados, risas, amor, seguridad, futuro y buen humor. Por todo esto, de la vida de nuestros padres surge su autoridad, que aceptamos libremente porque brota de su entrega sincera y generosa.

La sencilla y grandiosa alegría de una madre es algo clave para poder amar al mundo y a la propia vida. Su enorme amor a los hijos es algo que supera   los desengaños que pudieran surgirnos al paso.  Todo este claro caudal de la mejor humanidad se vertebra y desarrolla cuando dejamos que el amor divino purifique y renueve el corazón humano. De ahí nace la necesidad de pedir perdón y de perdonar -una especie de resurrección en vida- que hace hermosa la existencia. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre (Mt, 19,6)” es una norma cristiana y profundamente humana.

Soy consciente de que estas reflexiones chocan de pleno con un panorama de separaciones y divorcios que se extienden en nuestra sociedad, asolando la felicidad y el desarrollo armónico de muchos jóvenes y adultos. Ni pretendo ni soy quién para juzgar a nadie, pero me parece importante recordar referencias esenciales de vida, que se pretenden olvidar. Por otra parte, como decía mi padre, “Dios es el imprevisible”, y sabrá encontrar caminos seguros de restauración y plenitud para todos aquellos que busquen sinceramente la verdad de sus vidas, por muy problemática que sea su situación.

Sin libertad no se puede vivir, pero tampoco sin una autoridad satisfactoria que guie nuestros pasos. Ante todo, somos hijos e hijas. Negar esto, como algunos pretenden, es engañar y defraudar al ser humano. El corazón está hecho para amar; pero amar no es una emoción pasajera sino un acto libre de entrega que nos permite forjar lazos familiares de fidelidad, aquellos por los que merece la pena dar la vida.



José Ignacio Moreno Iturralde

Tuesday, June 10, 2025

Realidad, honradez y pluralidad

Hace años salían en la televisión unos muñecos animados que se llamaban Epi y Blas. Insistían mucho en mensajes del estilo: “arriba-abajo; derecha-izquierda”. Sinceramente no les encontraba ninguna gracia, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta del interés de lo que decían estos personajes.

Las cosas no siempre están claras: ¿Fue penalti?... ¿Tuviste tú la culpa de nuestro último enfado, o la tuve yo?... Hay, desde luego, muchos puntos de vista sobre la realidad, como decía Ortega y Gasset. Pero sigue teniendo vigencia el viejo y novedoso principio de no contradicción: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Uno es distinto de cero; un niño y un abuelo no se identifican; la madre es diferente de su hijo; una mujer no es lo mismo que un hombre -teniendo ambos igual dignidad y derechos-. Sin embargo, vemos que algunos de estos aspectos fundamentales son polémicos en nuestra sociedad. Los intereses personales pueden deformar la realidad porque llamar a las cosas por su nombre puede exigir honradez, una virtud que supone esfuerzo.

También es interesante al respecto redescubrir y entender la distinción entre las oposiciones de conceptos establecidas por Aristóteles: la oposición relativa se da entre términos que entre sí se excluyen y, a la vez, se reclaman -por ejemplo: madre/ hijo-.  En la oposición contradictoria un concepto es la total negación del otro -por ejemplo: ser/ no ser-. La oposición de contrarios se da entre formas de un mismo género, entre los que cabe una gradualidad -como entre amarillo y rojo-. Finalmente, la oposición privativa niega una capacidad en sujeto que podría recibirla -por ejemplo, la ceguera en un ser humano-.

Pongamos algunas consecuencias prácticas de no tener claro lo dicho anteriormente. Si la relación entre madre e hijo la entiendo como una oposición contradictoria cometo un error grave, que afecta a ambos sujetos: es el caso del aborto voluntario. Si la relación entre mujer y hombre la entiendo como una oposición de contrarios, convierto esta distinción radicalmente cualitativa en algo puramente cuantitativo; es decir: me quedo con una visión puramente materialista del ser humano. Si establezco una oposición privativa entre la fe y la razón, caigo en un agnosticismo ramplón. Todo esto nos lleva a darnos cuenta de que entender las bien las relaciones entre ideas, influye poderosamente en vivir con acierto las relaciones personales.

El respeto a la realidad no significa que todos pensemos lo mismo; es precisamente el presupuesto para una legítima pluralidad, que no tiene nada que ver con una batalla campal. Esto no significa que la realidad muestre siempre una justicia. Hay muchos asuntos que han de ser modificados y mejorados. Pero hay cosas, anteriores a nosotros mismos, y que no hemos elegido, como una madre. Y, en ocasiones, se trata de cuestiones especialmente relevantes, que hay que custodiar. Respetar la realidad es lo que asegura las buenas ideas y la conducta buena. Pongo otro ejemplo: el hecho de haber nacido discapacitado puede entenderse como una desgracia, o quizás como una oportunidad de demostrar algo muy importante. Lo que nunca puede servir es para quitar valor al nacimiento de una vida humana.


José Ignacio Moreno Iturralde



Monday, June 09, 2025

Admiración ante la vida cotidiana

Cuando uno se encuentra con una persona encantadora no se pregunta… ¿Por qué existe esta persona? Sencillamente la contempla y trata de conocerla. De un modo parecido, la primera reacción ante el espectáculo de la vida es la admiración. Luego vienen efectivamente muchas preguntas sobre el sentido de la misma; pero si éstas cuestiones surgieran desde la desconfianza, se encapsulan en una lógica torcida y deprimente.

Los abundantes defectos de nuestros semejantes no se prestan a ninguna admiración, aunque sí invitan a cuestionarnos cosas; por ejemplo: ¿Cómo puede ser Fulanito tan memo? Tampoco los propios defectos resultan estimulantes, y además provocan cierta perplejidad al ver con cuanta facilidad se repiten. Es cierto que hay defectos que suponen serios males, pero otros tienen una lectura más benévola. Ser gangoso, por ejemplo, debe ser un palo; pero ser un gangoso que tiene cierto choteo de sí mismo es una genialidad. Muchas limitaciones, no todas, están configurando las naturalezas de los seres. Un jilguero no puede mugir; y si alguna vez lo hiciera entraríamos en un mundo de terror. Las limitaciones humanas son la condición de posibilidad de nuestra libertad. Las injusticias y perversidades, que ya son consecuencia de la maldad y deben ser combatidas, también pueden servir para sacar lo mejor de las personas que las sufren. Las manifestaciones de ayuda a los necesitados y de perdón a los enemigos, figuran entre las acciones más dignas de mujeres y hombres.

Estar en un atasco en la carretera o soportar una sobrecarga de trabajo no parecen cosas admirables: situaciones para ser filmadas en una buena película. Sin embargo, la metafísica tomista y la fe cristiana nos aseguran que somos mantenidos en la existencia por un ser que es por sí mismo. O sea: que la realidad cotidiana es como una novela viva que tiene una consistencia y significado muy superior a cualquier producción de Hollywood. Si un coche pasa por un charco y moja a un peatón de la calle el asunto no es agradable; pero si al señor calado le da por reírse, la escena resulta admirable y profundamente atractiva, porque esconde un misterio. Esta reacción divertida no es común, ni busca el espectáculo, pero es una manifestación de alguien feliz, que hace la vida más bonita: algo que muchos quieren admirar y vivir.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Saturday, June 07, 2025

Estar "de ida"



El paso de los años te va quitando ingenuidades. Sin embargo, la experiencia no tiene nada que ver con “estar de vuelta” de la vida, porque ese estado nos hace replegarnos sobre nosotros mismos. Los niños pequeños suelen ir bastante a su bola, pero tienen algo envidiable: una indudable orientación de estreno de la vida y de confianza en el mundo que les rodea. Me parece que un aspecto importante de la madurez radica precisamente en algo propio de la infancia: abrirse a la realidad, estar siempre “de ida”.

Lo primero que conocemos de algo es su ser, que existe. Esta perogrullada, destacada por Tomás de Aquino, conviene ser recordada. Nuestro conocimiento está naturalmente abierto a la realidad, y tiene que medirse por ella para no llegar a ser un cínico o un loco. La sabiduría no consiste en engullir datos, sino en ser colaboradores de una verdad superior a nosotros mismos. También el corazón y la afectividad necesitan salir de sus tendencias posesivas, para abrirse a dinámicas de realismo, de generosidad, y ser así capaces de querer el bien de los demás.

En las facultades racionales y emocionales del ser humano, enraizadas en cada persona, se da una paradoja y es ésta: tienen que salir de sí mismas para ocupar su lugar adecuado. Es entonces cuando se llega a una situación de paz y bienestar. Existe, por tanto, un cierto principio de desorden personal, anterior a nosotros mismos: hay algo dañado en nuestro interior. Por esto, si el egoísmo es visto como simple naturalidad se cae en una ramplona animalización de mujeres y hombres; que termina en la tristeza o la angustia.  Pero también tenemos una poderosa tendencia natural a compartir la vida y alegrarnos con familiares y amigos. Muchas veces queremos sinceramente el bien de los demás e intentamos procurarlo. Hay que caer en la cuenta de que la paradoja expuesta, experimentada de modo natural, requiere de la intervención de un agente con una dimensión superior, sobrenatural o divina, que mejore nuestra libertad, haciéndonos más humanos. Es así como, siendo adultos, recuperamos la alegría de los niños.

Nos damos cuenta de que nuestra vida es breve, que hay otros que son más listos, más guapos y mejores personas que nosotros. Pero todo esto nos hace gracia y nos mueve al regocijo, porque estamos de ida hacia un bien inmenso que comprende, relaciona y trasciende a todo lo demás.


José Ignacio Moreno Iturralde


Friday, June 06, 2025

La tutoría personal escolar


En los años noventa del siglo pasado, enseñar Filosofía en un colegio de Vallecas -un barrio obrero de Madrid- me pareció algo así como ordeñar coliflores. Pero ahí estaba yo, Dios sabe por qué, presto a iniciar una áspera y fructífera etapa docente.

En aquél centro educativo empecé a preceptuar, dentro del horario escolar. Básicamente se trata de sacar de vez en cuando, de uno en uno, a varios alumnos, para charlar acerca de su rendimiento escolar, de fútbol o de algún tema que al chaval le preocupe. En los primeros meses de preceptor -término que identifico con tutor personal escolar- tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo olímpicamente. Las conversaciones entre un profe de treinta años y un muchacho de quince o dieciséis, no me parecía que tuvieran mucho recorrido. Me equivoqué.

Dedicar un tiempo quincenal, o al menos mensual, a un alumno puede ser, aunque no lo parezca, uno de los pilares de una educación más eficaz y más humana. Por supuesto, esta preceptuación se ve enriquecida y complementada con las entrevistas o tutorías con los padres de los chicos. La perspectiva de los padres es clave para poder ayudar a alumnos y alumnas. Por otra parte, el conocimiento que un profesor tutor tiene del estudiante es significativo para sus familias; a veces mucho.

La preceptuación es, para aquellos centros educativos que se la han planteado, algo importante, aunque suele ser poco urgente. Por este motivo, en el tráfago del calendario escolar, es fácil descuidarla. Chesterton no recordaba con gran aprecio a su colegio y llegó a definir así un día es su escuela: “un señor que no conozco, me enseña una cosa que no quiero”. La preceptuación está para conocer mejor a los alumnos y a sus familias. Preceptor significa “el que enseña” o “el que está adelante”. Pero para guiar bien a las personas antes hay que valorarlas mucho, y la primera muestra de esto es el conocimiento personal. Ayudar a formar personas -en el sentido de clásico de forma como principio de vida y de libertad- hace que la tarea educativa deje una huella valiosa en las vidas de quienes participaron en esta noble tarea.

Las conversaciones con los alumnos pueden parecer poco relevantes, pero van haciendo su efecto, tan invisible y eficaz como la sal -si se tiene verdadero afán de servicio al hacerlas-. En algunas ocasiones pueden surgir asuntos de más calado:  he podido ayudar a desbloquear a un alumno brillante de bachillerato respecto a una cuestión de filosofía, que le afectaba en su modo de entender la fe católica. Tranquilicé con una sencilla explicación a otro alumno más pequeño que estaba preocupado porque cuando cogió un avión con su familia, después de atravesar las nubes, no había visto a Dios…

En algunas situaciones hay que bajar los humos a algún adolescente; por ejemplo, cuando emite juicios apresurados sobre profesores. Pero también es uno el que aprende mucho de los chicos: recuerdo que un alumno con discapacidad severa desde su nacimiento no daba ningún dramatismo a su situación, era un tipo alegre y tenía proyectos estupendos para su vida.

A lo largo de varias décadas de profesor y tutor pueden llegar a realizarse miles de conversaciones, que siempre han de realizarse con un esmerado respeto a la libertad de los alumnos. A los chicos les pueden aportar referencias para la vida, y a los profesores tutores les dejan como recuerdo un surco de alegría.


José Ignacio Moreno Iturralde