Tuesday, September 19, 2017

La aventura del amor matrimonial


La complementariedad entre mujer y varón no es una cuestión exclusivamente cromosómica y hormonal. Si tan vital distinción se resolviera tan solo en moléculas, nos moveríamos en una dimensión exclusivamente cuantitativa. La complementariedad entre mujer y varón está inscrita en la lógica de la cualidad, de la creatividad y de la finalidad. Sobre estos ejes vertebradores de la vida se expanden los códigos genéticos y los diversos sistemas biológicos. El profundo valor de lo humano tiene lugar según nuestra naturaleza, con márgenes de error propios de la limitación de la materia.

La novela “El despertar de la señorita Prim”[1] nos dice que el atractivo del matrimonio no se basa tanto en la igualdad –que se da por supuesta respecto a dignidad y derechos- sino precisamente en la diferencia. El género humano proviene de la generación; inexplicable sin la distinción complementaria entre el hombre y la mujer. La naturaleza racional se manifiesta en la capacidad de ayudarse mutuamente. La igual dignidad personal del hombre y de la mujer no recae en la radical autodeterminación del propio proyecto de vida. Igualdad y diferencia se necesitan mutuamente.

 El hombre y la mujer al conocerse, se entienden mejor cada uno a sí mismo. La mujer es más receptiva que el varón; biológica, psíquica y espiritualmente. Ella puede comprender más, sufrir más y amar más. Aunque tiene igual dignidad que el sexo masculino, sus condiciones reflejan mejor la condición de criatura que nos es propia.

Una cuestión de enorme repercusión social es el ascenso de la mujer al mundo académico y laboral. Se trata de un feliz logro histórico, en el que queda mucho trecho por recorrer. Pero si ese ascenso profesional se realiza a costa de un descenso del valor de la maternidad, se produce un desorden serio.

Compromiso matrimonial

Un sabio escribió en cierta ocasión que “el amor nunca pasa y si pasa no es amor”. El compromiso matrimonial hace justicia a este amor. Cuando se ama a alguien se le quiere para siempre; de lo contrario estaremos hablando de pasión o mera afectividad, pero no de amor personal. La mutua ayuda, la conyugalidad en todos sus aspectos, requiere de personas generosas, con virtudes y aptitud para la convivencia. Esta relación entre dos es elevada a una nueva y tercera dimensión: el amor esponsal entra en una superación que se hace vida nueva. La mirada entre dos ya no se cansa porque se renueva y fecunda en un arcano de vida. Los padres se ven en los ojos de los hijos.

La esponsalidad conlleva tareas y responsabilidades primordiales como la educación de los propios hijos. Esta realidad requiere de una relación exclusiva de fidelidad. Amor esponsal y fidelidad son las dos caras de una misma moneda. No es este el momento de reflexionar sobre las posibles causas de nulidad matrimonial o de separación; sino de pensar acerca de la hondura antropológica del matrimonio humano, en una época en la que se está intentando romper la entidad natural de la familia.

La propia familia de origen supone las raíces de uno mismo. Se trata del lugar donde hay un amor incondicionado por cada uno de sus miembros. Este apoyo incondicional se da de modo natural entre padres e hijos.

La lógica de la creación lleva también a la lógica de la natalidad, de la celebración de la vida surgida del amor; engendrada en la belleza, como diría Platón. Pues bien: una cosa es tener los hijos que cada uno estime oportunos, y otra es establecer una radical separación entre la sexualidad y la paternidad.

Promover mejoras sociales, fomentar condiciones de igualdad laboral entre mujeres y varones, solucionar aberraciones como la violencia machista contra las mujeres, son una urgencia social inaplazable. Pero otra cosa distinta es disolver los fundamentos de la familia y de la sociedad en aras de una libertad poco solidaria.


[1] Cfr. El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín Fenollera. Ed. Planeta, 2013.

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