Saturday, September 30, 2017

La bondad de lo real


      El buen uso de la libertad tiene su base en una idea buena del mundo. Pero, después de tantas desgracias como vemos en los telediarios y alguna personal que podamos experimentar, es adecuado reflexionar acerca de que este mundo merece la pena.

La presencia del mal y su superación

En el espectáculo de la vida hay cosas maravillosas, pero no es menos cierto que, en ocasiones, suceden males tremendos ocasionados por la libertad humana, o por factores naturales. Si no tenemos alguna respuesta sobre el mal, la bondad del mundo queda en entredicho.

Recordaremos a continuación algunas ideas breves sobre el bien y el mal: lo que tiene un orden tiene un sentido, una verdad y una armonía o belleza. Algunos pensadores han afirmado que el mal es una privación del bien, que el mal no tiene en sí mismo consistencia. Sería como decir que las sombras -el mal- son por las luces -el bien-; no las luces por las sombras; aunque, a veces, las sombras sean densas. Este planteamiento se basa en el predominio del sentido positivo del mundo y en la capacidad que tenemos de captarlo. Es cierto que no entendemos muchas cosas, pero también es verdad que podemos entender algunas bastante importantes; por ejemplo, que es mucho mejor procurar ser una buena persona en vez de un sinvergüenza.

La armonía de los paisajes, el vuelo de los pájaros o el correteo de los caballos pueden ser un espectáculo estupendo. Nosotros, al apreciar estas cosas, nos damos cuenta de que están relacionadas con la bondad de lo real. Se trata de una bondad radicada en el ser de las cosas. La bondad moral, la actuación libre y correcta, se basa en respetar y adecuarse a la naturaleza de las cosas y a la nuestra. Ya hemos explicado que si los hombres fuéramos quienes únicamente dotáramos de sentido a las cosas del mundo, podríamos llegar a manipularlas a nuestro antojo. Por otra parte, la armonía de la realidad no es fruto del azar. El azar es la ausencia de sentido y, por tanto, de cualquier armonía. La armonía o la belleza del mundo es la forma de un designio de bondad, que es lógico que proceda de un Creador.

¿Dónde ponemos el centro de la ética?
       El libro “El caballero de la armadura oxidada”[1] es un cuento acerca de un hombre de batalla que siempre tenía muchas cosas importantes que hacer. Se hizo una armadura poderosa para sus aventuras; todas ellas de gran trascendencia, según él. Poco a poco se aisló de la gente, de su familia, de sus amigos. Al final se sintió solo. Intentó quitarse todo su andamiaje de metal, pero no podía. Durante una larga temporada,  lloró mucho; y ese llanto, sin que él se diera cuenta, deshizo la armadura. Volvió a ser un tipo normal, sin prisas, con capacidad de atender a su familia y a sus amigos. Fue feliz.

         Otra es la historia de un monje lama al que le asignaron una curiosa misión. Tenía que llevar un saco de piedras grandes de un monasterio a otro, bordeando un río. Acometió inicialmente la tarea con ganas, pero se fue cansando y empezó a tirar al río, una tras otra, las pesadas piedras. Al arrojar la última, un rayo de sol la traspasó y el lama se dio cuenta de que era una gran joya… ¡Había estado tirando diamantes enormes a un río profundo!

         ¿Se puede establecer algún parecido entre los personajes de las dos historias?... Vamos a verlo a continuación. Hay personas que ven en el cumplimiento del deber un fin en sí mismo: cumpliendo con las exigencias de lo que se entienda por deber, uno puede quedarse tranquilo. Otros basan su actuación en la búsqueda exclusiva del placer, objetivo que justifica muchas cosas. Estos dos modos de ver la vida, tan opuestos, tienen algo en común: su planteamiento ético está centrado en uno mismo. Uno tiene que cumplir su deber, o tiene que conseguir su placer. El activismo del caballero de la armadura oxidada y la pereza del monje lama tienen este egoísta punto en común.
        
         Tanto el deber como el placer pueden ser positivos, pero no son fines en sí mismos sino medios. La realidad, con su verdad y su bien, es la que mide la veracidad de mi deber y de mi placer. Esto es lo que no tienen en cuenta las actitudes antes citadas. Dicho de otro modo: el hecho de que algo nos agrade no lo hace bueno. Por el contrario, si algo es bueno es probable que nos agrade.

Por otra parte, un asunto puede ser un deber mío porque es bueno hacerlo; pero no es bueno exclusivamente porque sea un deber mío. En ocasiones podemos imponernos deberes que son falsos. Cuando situamos el centro de nuestra actuación en el bien de la realidad, especialmente la de nuestros semejantes, es cuando más nos realizamos como personas[2]. De esta manera nos hacemos grandes como el mundo, en vez de empequeñecer el mundo a nuestra medida. Situar el polo de nuestra atención fuera de nosotros supone un sano realismo que afirma nuestra más propia identidad abierta a la realidad.


[1] El caballero de la armadura oxidada. Fisher, R. Obelisco. 2005.
[2] Cfr Felicidad y benevolencia. Spaemann, R. Rialp. 2014

2 comments:

Javier Muñoz Pellín said...

Excelente escrito.

Jose Ignacio Moreno said...

Muchas gracias.