Saturday, September 16, 2017

El respeto


El sentido de la creación, como antes explicamos, nos infunde admiración y respeto por la realidad. Cuidaremos a las personas, a los animales y a las cosas según su respectivo modo de ser, como es lógico. Para dejarlo más claro: respetaré con esmero a mis padres como a padres muy queridos, cuidaré de mi perro en tanto que es perro –ni más ni menos-, y utilizaré las cosas procurando que duren y sirvan. El respeto por la realidad supone una actitud positiva y noble. Respetar la realidad, especialmente a las personas, supone también un respeto por uno mismo. Nuestro modo de ser está profundamente relacionado con el de los demás; así como nuestra felicidad.

         Los roces de intereses entre personas, cuando no los enfrentamientos abiertos, son cuestiones diarias. La capacidad de comprender a los demás es clave a la hora de resolver los conflictos. C. Terry Warner[1] explica muchas cuestiones interesantes a este respecto. Vamos a recordar algunas de las que ha escrito: Es muy frecuente que percibamos a los demás según unas entendederas que pueden estar algo deformadas. Es preciso esforzarse por entender al otro de un modo positivo, como nos gustaría que nos entendieran a nosotros. Es distinto pensar de alguien que es un desastre, a considerar que ha tenido un mal día y que es capaz de hacerlo mejor. Este modo animante de percibir al otro es capaz de motivarle a mejorar, a la vez que nos mejora a nosotros mismos. No se trata, desde luego, de caer en una ingenuidad que no llame a las cosas por su nombre y sea negligente respecto a tomar medidas ante ataques y abusos. Pero es cierto, que bastantes de estas afrentas tienen un componente muy subjetivo en quien las sufre. Tomarlas con más sencillez y deportividad vital suele evitar muchos problemas.

El perdón

Warner va a más: considera que la práctica del perdón sincero es necesaria para realizarnos como personas. El perdón a otro requiere un cambio de corazón: verle con ojos nuevos. No sólo se trata de una actitud muy constructiva para los demás, sino tremendamente liberadora para quien la practica. Warner escribe para todo el mundo, pero no esconde sus creencias. Considera que, dada la historia humana con sus múltiples problemas, el hecho de que el perdón siga teniendo esa gran eficacia humanizadora se debe a que procede de una fuente sobrehumana, de Dios.

El citado autor insiste en que, por lo general, la felicidad no viene de que cambien nuestras circunstancias externas, sino de que afrontemos nuestras relaciones humanas actuales de un modo distinto. La llave que abre la solución de nuestros problemas, muchas veces, no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

Respeto y autoridad

El respeto está muy relacionado con la autoridad. Ésta requiere ser impuesta, en ocasiones, de un modo coercitivo; pero hay otros modos más convincentes a largo plazo. La autoridad de los padres, por ejemplo, requiere de un respeto a normas de convivencia que se enseñan a los hijos. Pero lo que más convence, como siempre, es el propio ejemplo. Cuando los que mandan son los primeros que respetan la convivencia y, ante todo, a aquellos que están bajo su autoridad, es cuando más necesaria se aprecia su tarea. Si un matrimonio es fiel, si un profesor es justo, si un guardia de la circulación es respetuoso, los más jóvenes aprenden a hacer caso y a valorar la autoridad. Ante todo, porque la juventud es muy sensible ante la autenticidad de lo que se les dice.

         Junto a la justicia equilibrada ante una transgresión, es importante desarrollar algo más. Justicia y benevolencia se necesitan una a otra para que no acaben degenerando en espíritu justiciero o blando. El cristianismo sigue teniendo mucho que decir al respecto. Es fácil llamarse cristiano; no resulta tan sencillo poner en práctica las exigencias de perdón y reconciliación que tal título implica. Se necesita la ayuda de Dios y la libre cooperación personal. También hay otras religiones y diversas concepciones sobre el hombre, que valoran y estimulan a la práctica del perdón.

         Me parece que acerca del respeto, como en tantas otras cosas, una virtud clave es la paciencia. En primer lugar, con nuestra propia conducta. Es frecuente que cometamos errores en el trato con los demás y esto puede desanimarnos. Lo mismo les ocurre a los otros. Generar esfuerzos por mejorar el trato suele conllevar a dinámicas de superación y de alegría. La convivencia con nuestros familiares y amigos es fuente de grandes satisfacciones. Merece la pena, por tanto, que el afecto a nuestros seres queridos se enriquezca siempre desde la base del respeto. Este será un modo de poner las bases de una convivencia más humana y feliz.

         La película “Matar a un ruiseñor”, basada en la novela del mismo título de Harper Lee, relata la vida de un abogado que tiene que defender a un hombre de color, en una etapa histórica notoriamente racista de Estados Unidos. Pero otro aspecto muy interesante de este film es el modo de educar que tiene Atticus, el abogado, a su hija –Scout- y a su hijo –Jem-. Es interesante fijarse como apoya su autoridad en el cariño, el razonamiento de los problemas, la comprensión, la tolerancia y la exigencia. Ciertamente es una película, pero se expone de un modo muy brillante un ejercicio de educación paterna muy útil y provechoso.

         Otra libro que da una visión positiva, contemporánea y muy divertida sobre la paternidad y la familia es “Papá está gordo”[2]. En esta obra se aúnan el sentido común, el realismo y la alegría de vivir para exponer la grandeza de ser padres.

Educación y respeto

En cualquier tipo de escuela pedagógica, lo más profundo de la enseñanza -en mi modesta opinión- son las relaciones que se crean entre las personas. Pero esos lazos de sincera amistad entre profesores y alumnos no siempre se logran y, de hacerlo, cuestan mucho esfuerzo. Merendar con un grupo de antiguos o actuales alumnos es una de las buenas satisfacciones de este mundo, pero hay algo que bregar antes de que esto ocurra. Hay que trabajar, aproximarse y conocerse poco a poco. En ocasiones descubriremos facetas insospechadas entre los jóvenes. En cierta ocasión pregunté a una clase de primero de bachillerato:

- ¿Siempre hay una respuesta que es la mejor para una solución o puede haber varias igualmente buenas?... Me diréis que depende del tema de que se trate. Me refiero a cuestiones humanas, a decisiones muy personales ante el rumbo que tomar en la vida... Dioni, un tipo con pinta de ser un duro vallecano, me miró con cierta desgana y respondió:
- “Oiga profe, no sería mejor dejar algunas preguntas sin responder”. Desde entonces he sido más consciente de que una de las más importantes fuentes de conocimiento para un profesor proviene de sus alumnos.

En la educación, según el profesor José María Barrio[3], hay que “saber acompañar a otras personas en su propio camino hacia dentro y, al mismo tiempo, respetando ese proceso interior, alumbrar el camino hacia la verdad que también ha de ser reconocida, no simplemente construida en el interior de cada uno”. Esta tarea requiere de un esmerado respeto a la libertad, afirma este autor, ya que "sí un educador no estuviera dispuesto a respetar la libertad del educando en sus opciones morales debería cambiar de trabajo".
A partir de este respeto, para Barrio la médula del trabajo educativo supone el "desarrollo de la racionalidad teórica, práctica, y también instrumental, por este orden". Enseñanza de conocimientos, construcción de hábitos y destreza en metodologías van tejiendo la muy humana tarea de la enseñanza, que quedaría anulada sin la existencia del respeto.

Recuerdo ahora una excursión que hice con chavales de primer curso de Bachillerato a Toledo. Eran bastante gamberros. Nada más llegar a tan noble ciudad, uno tiró un petardo en la estación de tren. Al poco tiempo, otro me enseñó una señal de tráfico que había cogido de no sé donde…Le dije que hiciera el favor de devolverla a su sitio. Otras “jaimitadas” se produjeron a lo largo de la jornada. Como profesor, traté de capearlas lo mejor que pude. Llegó la hora de comer…en un McDonald. De pronto, se sentó junto a nosotros una mujer mayor que no estaba en sus cabales y decía muchas incongruencias. Me alegró observar que todos los alumnos trataron con comprensión y máximo respeto a esa persona necesitada.


Educación en el trato

Esta virtud supone bastantes cosas, como hemos visto en el ejemplo anterior. Por ejemplo: reconocer que todos somos iguales, aunque en otro sentido también somos distintos. Mediante este esfuerzo realizamos un aspecto fundamental del hombre, que Robert Spaemann menciona al definir a la persona como “el ser que es capaz de ponerse en el lugar del otro”.  Se trata de hacernos cargo de que todos siempre queremos que nos respeten.

Este respeto también se aplica a un cortejo de aspectos de educación como saber hablar con corrección, comer, comportarse con elegancia y sencillez...Todo esto, puesto en práctica, da elegancia y señorío. 

          Otra dimensión del respeto se refleja en el vestido. El pudor es algo natural en el hombre. La naturalidad del ser humano no es la del animal, porque la persona humana es un ser  moral. Cuando se cubren partes del cuerpo para dignificarlo se cubre algo bueno en sí, pero que podría ser deseado por otro fuera de lugar y de tiempo. Si a la corporalidad humana se la despoja de su intimidad personal para convertirla en espectáculo, objeto de mercado publicitario o cinematográfico, estamos tomando a la persona humana como un producto de mercado; la estoy convirtiendo en un objeto. Esto es deshumanizador.

        Respecto al modo de vestir la ropa puede considerarse a veces como cierta expresión del espíritu. Resulta positivo intentar, si se puede, vestir bien. Caben aquí, como es lógico, una gran variedad de gustos para manifestar la alegría de vivir y la educación respecto a los demás.






[1] Terry Warner, C. Ataduras que liberan. Palabra, 2016.
[2] Papá está gordo. Gaffican, J. Palabra, 2016.
[3] Cfr. La innovación educativa pendiente: formar personas. José María Barrio. Erasmus.2013

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