A la edad avanzada la podemos
observar como un periodo molesto, de escasa salud y riqueza. Todo esto es, en
parte, cierto. Pero también la ancianidad puede ser una etapa en la que el
espíritu se ejercite más en la apasionante aventura de la confianza. Se tratan
de unos años en los que puede recuperarse como nunca la ingenuidad de la
infancia, al mismo tiempo que se perfilan los contornos de nuestra más profunda
identidad. La cierta soledad puede llenarse de la compañía de una luz íntima y
blanca que ha ido guiando toda nuestra vida, muchas veces sin darnos cuenta. Una
luz discreta que se abre ante un panorama más grandioso que las estrellas. Quizás
por este motivo, la sonrisa sincera y franca de una persona mayor tiene un
atractivo humano tan conmovedor.
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