Friday, September 22, 2017

Lo primero es la familia


Chesterton escribió sobre la familia de un modo profundo y original[1]. El literato inglés contrapone la despersonalización de las grandes ciudades industriales con las comprometedoras limitaciones de los pequeños grupos sociales. Todo lo que suponga un rostro humano concreto, con el que hay que convivir, hace que la persona salga de su individualismo para abrirse a las necesidades del otro. Con una de sus muchas imágenes literarias, Chesterton afirma que llevarse bien con la humanidad es dejarse caer a voleo por una chimenea cualquiera y saber convivir con la gente que haya en esa casa, porque "eso es lo que nos ocurrió el día en que nacimos".
Frente a las relaciones ocasionales y descomprometidas, él defiende la idea del hombre que apuesta por el profundo sentido de los compromisos que adquirimos con nuestros vecinos y especialmente con nuestros familiares, muchos de los cuales no hemos elegido a nuestro gusto. Las virtudes de nuestros prójimos o próximos pueden ser tan bellas como las playas del Caribe y sus defectos tan cortantes como un acantilado, nos dice, precisamente porque suponen también una realidad que existe con independencia de nuestros gustos. De este modo la persona se engrandece, se hace a imagen y semejanza del mundo y de los demás.            
Chesterton considera que hay que querer a nuestro prójimo precisamente "porque está ahí", un motivo que para este autor es “provocativo y alarmante”. Cualquier persona que pasa a nuestro lado representa a toda la humanidad, especialmente si no la hemos elegido, porque es de hecho la muestra de humanidad que se nos ofrece. Hacer el bien a una persona concreta es hacérselo a todas, lo mismo ocurre con el mal. Hay, por tanto, un importante sentido providencial de las personas con las que nos ha tocado vivir, como ocurre también con gran parte de nuestra propia identidad. Lo que se trata es de que el hombre se encuentre a sí mismo en las necesidades de los demás, especialmente de sus semejantes.

             Chesterton relaciona la familia cristiana con la civilización del niño. Cuando el hijo se pone en primer lugar, significa que la sociedad también protege, con prioridad, a los más indefensos y desvalidos. Surge así una cultura profundamente humana en la que uno se siente orgulloso de vivir. Frente a la idea del control de la natalidad, Chesterton contrapone la convicción del control de uno mismo: una defensa de una libertad comprometida con la naturaleza de las cosas, abierta a la vida y a la prioridad del espíritu sobre la materia.
Su expresa idea cristiana de la familia se basa en una reflexión profunda e imaginativa de nuestra naturaleza, abierta a la trascendencia. En este sentido nos dice que el espíritu de la Navidad, la fiesta del hogar, es el espíritu del niño que juega seguro en su casa; es decir: el espíritu de la libertad y de la creatividad más genuinas.
En este planteamiento, vivido por millones de familias a lo largo de los siglos, se ha entendido al ser humano en sus coordenadas fundamentales. Es en la familia, como núcleo de amor y de mutua ayuda, donde un hijo o una hija se sienten seguros y con ganas de aprender lo que les ofrece el fabuloso espectáculo de la creación.
En otra de sus novelas, “Manalive”[2], Chesterton narra las peripecias de un hombre acusado de robo, intento de asesinato y secuestro. En realidad, se trataba de un marido que un día quería llegar a su casa y verla de un modo distinto. Para esto, entró por la chimenea. Poco después ató a un profesor de filosofía escéptico sobre la vida, y tiroteó su silueta sin dañarle. Tras los gritos de horror de aquél intelectual, el protagonista lo soltó seguro de que le había ayudado a recuperar el deseo de vivir. Finalmente pactó con su esposa el raptarla para irse a hacer juntos un viaje romántico. Toda esta historia estrambótica, nos quiere decir que hay que ingeniárselas para redescubrir la maravilla de la existencia en la que estamos inmersos.

Familia e identidad personal
          Otro gran pensador sobre la familia ha sido Karol Wojtyla ( Juan Pablo II), quien desde una luz cristiana ha profundizado en el misterio profundo del amor humano. En su libro "Amor y responsabilidad"[3],  explica una versión de la sexualidad profundamente positiva y, por tanto, creativa y comprometida. Según este autor, el utilitarismo en la sexualidad es la muerte del amor. La sexualidad ha de ser una entrega interpersonal llena de responsabilidad con la vida. El sexo se vive con más sentido, cuando lo preside la consigna de la generosidad en el marco estable y responsable del matrimonio.
Para Juan Pablo II, el celibato por el reino de los cielos –la dedicación al servicio de la extensión del mensaje del Evangelio, que excluye la posibilidad del matrimonio- supone un adelanto de la vida eterna donde, según la revelación cristiana, no será precisa la vida matrimonial. Lo que se desprende del pensamiento de Wojtyla es que matrimonio y celibato son dos modalidades de una misma realidad: la entrega del don de sí. Esta perspectiva, netamente cristiana, no es irrelevante para quien no profese esta religión. Se trata de valores cristianos y, al mismo tiempo, profundamente humanos. Pero para aceptar estos planteamientos es precisa "la redención del corazón", en expresión de este mismo autor. La ayuda divina es necesaria para hacer un corazón más humano, que genera sentimientos y acciones más comprensivas, tolerantes y misericordiosas. La familia es, también lo afirma el papa polaco, el lugar donde se quiere a cada uno por sí mismo. Es, por tanto, el lugar donde se privilegia la dignidad de cada hombre y de cada mujer, la mejor escuela de humanidad. Estas consideraciones pueden ser de mucha utilidad para jóvenes que están planteándose un estilo de vida donde presida el valor de la generosidad.
Por contraste, las actuales corrientes de deconstrucción de la familia, surgen de una autonomía del hombre que ha perdido parte de su relación a su propia naturaleza y al misterio trascendente del amor humano. La pertenencia a un linaje pasa a sustituirse por la de una satisfacción afectiva.
Sin embargo, como dice Chesterton, "quien se rebela contra la familia lo hace contra la humanidad”. El matrimonio entre hombre y mujer hace posible el nacimiento de los hijos y su educación más adecuada para la evolución de su personalidad. La familia es el primer núcleo de amor desinteresado y solidario entre los hombres. Por este motivo, el deterioro de la familia supone el de las personas y el de las sociedades. Por el contrario, el fomento de la institución familiar y la elaboración de unas políticas sociales que ayuden a las familias, jurídica y económicamente, supone  sentar las bases para hacer un mundo más solidario, justo y generoso. Un mundo que se entiende desde un compromiso por la búsqueda de la verdad y de la justicia, empezando por las personas más cercanas a cada uno.



[1] Cfr El amor o la fuerza del sino. Chesterton, G.K. Rialp, 1993.
[2] Manalive. Chesterton, G.K. Ed. Voz de Papel. 2006.
[3] Amor y responsabilidad. Wojtyla, K. Ed. Palabra. 2015.

No comments: