Un profesor tiene varias
fuentes de conocimiento: su propia experiencia vital, compañeros competentes,
buenos libros, y sus alumnos. Dar clase tiene poco que ver con estar frente a
un ordenador, aunque éste se utilice en la docencia. Un grupo de jóvenes están
mirando quién eres, cómo piensas, si sabes de lo que hablas y si crees en lo
que dices. Uno de los sentidos más destacados en la juventud es el de la
justicia y el de la imparcialidad del profesor. Pero antes, está el de la
autoridad. Que los alumnos pongan a prueba la autoridad del profesor no significa
que la desprecien, sino que quieren ver si la tienes para poder sentirse
sinceramente protegidos por ella.
Cuando un alumno o alumna nota que le interesas y que estás
dispuesto a ayudarle a superar la asignatura lo mejor posible, reacciona de un
modo positivo siempre. Aunque esta respuesta puede no ser inmediata y tardar en
el tiempo. Un profesor tiene que saber de lo que explica, sin conformarse con
lo que ya sabe. Lo que ocurre es que a veces no damos con la tecla adecuada,
para que los alumnos también participen en la construcción del conocimiento.
Por poner un ejemplo: sabemos enseñarles a tocar la guitarra; pero es menos
frecuente que saquemos tiempo e ingenio para hacer que el alumno sepa componer
sus propias canciones. Ciertamente esto les puede ocurrir más adelante, en la vida
profesional. Pero pienso que deberíamos intentarlo más veces en la escuela. Es
difícil que a un alumno se le ocurra una nueva ecuación matemática, aunque no
es imposible. Lo que sí es asequible es educarles de tal manera que ellos puedan
expresar sus puntos de vista, sus opiniones, así como que realicen trabajos
creativos, donde saquen a relucir su potencial. Es una pena cuando en un
colegio no se detectan los puntos fuertes de un chico o una chica, porque los
tiene. Llevo muchos años dando clase y pienso que no hago un planteamiento
ingenuo. Los profesores han de exigir, y esto cuesta a los alumnos. Pero todo
joven es un ser libre con ganas de saber y de hacer cosas valiosas en la vida.
Si alguien tiene la visión de una juventud apática, lúdica, atontada y sin
nervio, es importante que no se dedique a la docencia o que cambie de óptica. El ser humano es el que
es y el que puede llegar a ser. El afán por la verdad es más fuerte que la
capacidad de mentir, como el afán de querer es más fuerte que el de odiar. Esto
no se cumple en todas las personas, pero sí en una gran mayoría. Hay que creer
en los alumnos, exigirles, comprenderles, potenciar su creatividad.
Las tecnologías tienen que ayudar, y no sustituir, al
estudio. Hemos de educar a jóvenes libres, con personalidad, con capacidad de
tener ganas de hacer cosas interesantes en la vida. Pese a los inconvenientes, en la educación no solo hay que enseñar sino que
también hay que creer en quienes son
nuestros alumnos. Habrá días que con sobrevivir a las clases será bastante;
pero no todo, ni siquiera la mayor parte, es supervivencia en educación.
Hemos de enseñar que tener fragilidades es propio del ser
humano, como lo es también superarlas. Si los estudiantes ven que metemos la pata no es ninguna
deshonra, todo lo contrario, que les pidamos perdón; esto enseña muchísimo. Los
alumnos y alumnas no son unos pelmazos, sino chicos y chicas con sangre en las
venas, ganas de vivir y una libertad que no se pliega simplemente por
obligación, sino por empatía y admiración. Hemos de aprender también de las capacidades
y virtudes de los alumnos, para poder enseñarles eficazmente.
José Ignacio Moreno Iturralde
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