Hará unos 25 años viví
unas experiencias docentes muy poco políticamente correctas. Estábamos varios días
de excursión, tres profesores y unos treinta alumnos de 17-18 años. No se lo van
a creer, pero eran todo chicos…¡Oh, segregación inhumana y opresiva! … ¿Opresiva
respecto a quién?... Era la última noche, y la obsesión de los profesores era
que ningún chaval se le ocurriera sacar nada de alcohol en su habitación.
Tuvimos una simpática tertulia después de cenar y cuando la cosa llegaba a su fin, el profe más
veterano hizo algo insólito, alarmante, quizás delictivo. Sacó una botella de
pacharán y en vasos de plástico pequeñitos dio un chupito a cada alumno. La
algarabía y el ambiente distendido hicieron acto de presencia. Las
conversaciones eran múltiples y el tiempo estaba detenido por la brisa del
bienestar. Percibí que el profe veterano animaba a un joven difícil
a mejorar en un asunto concreto; pero no se decidía el chaval. -¿Sabes lo que
te hace falta para decidirte? -le preguntó el profesor. El chico puso cara de no saber,
y el docente mágico sugirió: -¡Otra copita de pacharán! Entonces el muchacho,
iluminada su cara, afirmó: -es verdad, ahora sí que quiero cambiar.
Les cuento esta “atrocidad” porque ya han pasado cinco
lustros. ¡Qué barbaridades hacíamos por entonces! … Sin embargo, todos
los que participamos de aquellos momentos los recordamos con auténtica
satisfacción. Allí vivimos un auténtico espíritu de libertad y de amistad entre profesores
y alumnos. Con aspectos sin duda mejorables, pero con la genuina sabiduría de
lo alegremente humano. Que yo sepa ninguno de aquellos chicos cayó en la bebida; se han convertido en buenos profesionales y tienen referencias muy positivas en su vida.
José Ignacio Moreno Iturralde
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