Una palabra puede valer
más que cien imágenes. Sobre todo si es acertada, si nos enseña un camino
aunque no se vea. Si se trata de un mensaje que nos da ánimo, seguridad,
alegría de vivir.
Nuestro conocimiento
empieza por los sentidos, como nos enseñó Aristóteles. Pero es el conocimiento
intelectual el que es capaz de sacar conclusiones generales, opciones
empresariales, abstracción en el arte, nuevas vacunas contra enfermedades
peligrosas, caminos innovadores para ir hacia una sociedad más justa.
Hemos de partir de la
experiencia. Un experto en setas tiene que haber visto muchas; pero, si es
sensato, se informará de la sabiduría de otros al respecto: así avanzará en su
conocimiento. Podrá después enseñar muchas cosas concretas y también trazar
algunas leyes generales de gran utilidad. Somos capaces de abstraer, de
encontrar aspectos universales a partir de datos sensibles concretos: esto son
las ideas. Tener una falsa idea sobre lo que es una idea puede ser peligroso.
Cuando el filósofo David Hume afirmaba que solo existen triángulos concretos y
no generales, confundía la idea de triángulo con una especie de imagen genérica
inexistente. Hume no se da cuenta de que la idea de triángulo no es un
triángulo comodín, sino una ley; a saber: que todos los triángulos tienen tres
lados, o que la suma de sus ángulos es igual a 180 grados. Cuando el mismo
autor define la idea como el recuerdo de una impresión sensible, está cerrando
las puertas al conocimiento intelectual. Si pienso que la idea de bombilla es solamente
el recuerdo de una que he visto encendida, mi conocimiento está muy poco
iluminado. La idea de bombilla es una definición: algo que sirve para alumbrar
con luz eléctrica. El conocimiento racional me permite trascender las imágenes
para llegar al mundo del significado.
Por otra parte, puedo
tener ideas de algo que no veo directamente, a partir de datos sensibles, pero
yendo más lejos que ellos. Por ejemplo: a partir del grifo del agua de la
cocina puedo pensar en un depósito de agua que no está a mi alcance visual.
Desde la experiencia de mi vida, puedo reflexionar sobre mi conciencia.
Observando el mundo, puedo tener una idea acerca de la existencia de un
Creador.
Estamos en un mundo
comunicativo y audiovisual. Esto trae innumerables ventajas para el
conocimiento, pero también conlleva inconvenientes. Uno puede atiborrarse a
imágenes y dar muy poco espacio a la reflexión, a ir forjando un propio
criterio. Incluso la información escrita, publicada en la inmensidad de
internet, no tiene unos criterios claros de selección y de veracidad. Existen
conocimientos muy valiosos que hay que saber encontrar en la red, o que están
fuera de ella: en buenos libros, o en documentos históricos.
Actualmente se escucha
con cierta frecuencia que, en educación, los contenidos son cada vez menos
importantes, puesto que están en la red. Al respecto Hirsch[1] ha escrito un interesante
libro, en el que aporta el término capital intelectual. Si estamos hablando de
la princesa del Nilo, será muy importante saber lo que es el Nilo. Los
conocimientos nuevos se basan en los anteriores, como las capas de un buen
suelo enriquecido.
Los conocimientos no son
solamente estanterías de libros o páginas web. Suponen significados asimilados
personalmente por conocedores. La transmisión personal de un buen profesor a
sus alumnos es muy importante porque se hace entre semejantes. Es una
comunicación humana y, por tanto, especialmente significativa si es valiosa.
Así es como se llega a un conocimiento lleno de sinergias puesto que los
alumnos, elevados a un cierto nivel de sabiduría, son capaces de llegar más
lejos.
Utilizar bien la
informática y las aplicaciones es de un irrenunciable interés. Pero centrar la
innovación pedagógica exclusivamente en la tecnología, supone caer en un
formalismo muy pobre. El experto se transforma en el informático. La pedagogía
se reduce a un formalismo vistoso, pero vacío e impersonal. Se prima lo lúdico
y emocional sobre lo sabio; y eso es un serio error. Por supuesto, es muy
importante explicar con todos los recursos de vanguardia disponibles. Pero el
objetivo de la enseñanza no es saber más y más métodos digitales, sino tener un
conocimiento profundo de la realidad y del sentido de la vida. Sin esto, nos
deshumanizamos.
Hay que educar a chicos y
chicas con personalidad, cada uno con la suya, fomentando su criterio personal.
Para espolear su libertad y sus ganas de comerse el mundo, es interesante motivarles
con tecnologías atractivas, pero esto es solo el comienzo. Tienen que tener
ganas de saber y esto supone estudio, esfuerzo, amor por la verdad de las
cosas, algo mucho más importante y espiritual que desarrollar destrezas
digitales.
Las asociaciones de
imágenes son importantes y solidarias para el conocimiento. Pero la visión ha
de ser completada por la reflexión, que es algo exclusivo de los seres humanos.
José Ignacio Moreno Iturralde
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