Si conozco a una persona
encantadora me quedo admirado. Cuando he dejado de verla, seguramente me
agradará volver a coincidir con ella. Pues bien, mi primera reacción cuando la
vi no fue preguntarme “¿por qué existe esa persona?”; simplemente me gustó
conocerla. Cuando un bebé sonríe a su madre no parece que se haga muchas
preguntas, pero su actitud es muy significativa. Otro ejemplo: si una noche me
da por mirar estrellas con un telescopio, me asombro ante el universo. Las
preguntas sobre el sentido de todo esto podrán venir después, en un segundo
momento.
La primera apertura del
ser humano a la realidad se basa en un conocimiento contemplativo. Tal
contemplación proviene de la tendencia a conocer la existencia de la realidad,
su verdad, bondad y belleza. No siempre resulta fácil esta admiración, por
diversos motivos subjetivos u objetivos. Puedo tener cansancio, desgana, o
simplemente no ver nada destacable al contemplar, por ejemplo, un vertedero.
Aunque las personas más creativas pueden ver lo más elemental desde un ángulo
distinto; incluso ser capaces de trascender un estado de ánimo adverso en un
toque de indudable originalidad.
Valorar mucho la
existencia normal y corriente es una sabia actitud, incluso puede ser un hábito
que surge del esfuerzo por buscar y vivir lo verdadero y lo bueno. El asombro
lleva al agradecimiento, que es un aspecto importante de la felicidad.
Una persona enseña más
por lo que vive que por lo que sabe. Si queremos educar tenemos que aprender a
ser unos entusiastas de lo que enseñamos, pero antes hemos de serlo de la
propia vida. Para esto hay que buscar motivaciones profundas basadas en la realidad
y no solamente en los volubles estados de ánimo.
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