Todos
tenemos entre nuestros familiares o amigos a personas a las que admiramos
especialmente. Suele tratarse de hombres o mujeres generosos y alegres. Gente
con la que da gusto estar, porque viven de un modo animante y entrañable. No
son superhéroes, porque todos tenemos limitaciones y defectos. Estas personas
también los tienen. Pero saben querer bien a los demás y a sí mismos, son
bastante felices y hacen felices a los demás.
Este saber
vivir y llevarse bien con la vida, y consigo mismos, les hace ir, permítaseme
la expresión, como con “dos copas morales de más”. Tienen facilidad para
fijarse en los aspectos divertidos de la vida, incluso en un contratiempo. Si
se tratara de personas ñoñas o inmaduras no despertarían nuestra admiración.
Nos gusta estar con ellas precisamente porque no son unos ingenuos, tienen
experiencia y han sabido afrontar dolores y obstáculos, quizás muchos. Se trata
de personas que han conseguido dar un sentido positivo a la vida y lo
transmiten. Con frecuencia son realistas, pegados al terreno y con sentido
común. Todos podemos intentar, a nuestro modo, ser uno de ellos.
Churchill
afirmaba que la victoria es “ir de fracaso en fracaso sin desanimarse”. Con el
propio carácter quizás ocurra lo mismo. Una buena personalidad no se consigue
de la noche a la mañana; es consecuencia de una vida en la que se ha optado por
ayudar a los demás, con el propio ejemplo. En este empeño cometeremos múltiples
fallos. Pero de ellos se aprende y, en la ascensión de los años, uno puede ir
alcanzando cotas de panoramas abiertos y bonitos que enseñar a los demás.
El hombre es
un ser diseñado para ser amado y para amar. Puede decirse que la madurez está
en tener un amor sabio: un conocimiento suficiente y certero de la realidad y
una visión positiva de la gente, a pesar de sus pesares y de los nuestros. Todo
esto no tiene nada que ver con ser un ingenuo y dejarse engañar. Sí que tiene
relación con saber perdonar; dándonos cuenta también de nuestras propias
fragilidades, que también necesitan de perdón.
Muchas de
estas personas buenas tienen una fe que les ayuda a sobreponerse y a sonreír,
tirando hacia adelante, sabiendo que no solo actúan de cara a los demás sino
sobre todo ante Dios. La fe cristiana,
si se sabe llevar a la práctica, tiene una fuerza maravillosa para vivir
de un modo profundo e ilusionante.
El buen
humor tiene que ver con el buen amor. Una persona que va contenta por la vida
es más fácil que tenga la chispa y el gracejo que hacen el día a día más
agradable y humano. Es verdad que hay situaciones que no se prestan en absoluto
al buen humor. Pero no es menos verdad que hay tantas cosas buenas, empezando
por la propia existencia, que pueden celebrarse con algo de salero y simpatía.
El buen
humor tiene algo que ver con el reconocimiento de los límites de este mundo
que, a veces, son simpáticos. Lo más difícil y, lo más divertido, es reírse de
uno mismo. Realmente si supiéramos hacerlo lo pasaríamos estupendamente.
La madurez
es un proceso de formación de la propia personalidad, teniendo en cuenta a las personas que mejor
nos sirven de referencias positivas: las que de un modo práctico nos ayudan a
llevar una vida mejor, más humana. Cuando la gente joven ve a una de esas
personas, dice para sus adentros: “de mayor me gustaría ser así”.
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