Saturday, October 21, 2017

Educar con acierto


Una práctica adecuada de la vida académica y profesional es clave para el desarrollo satisfactorio de nuestra vida. Vamos a exponer algunas ideas que pueden ayudar a los jóvenes que educamos, y a nosotros mismos.

Un entorno emocionalmente agradable

Un curso trabajé en un conocido instituto madrileño, en el que enseñaban unos cuántos veteranos profesores. Recuerdo la primera vez que acudí a una reunión del  claustro. Había muchas personas y el espectáculo era intensamente tedioso. Con una profesora tuve una conversación demencial sobre la diferencia entre los hombres y los animales: yo le hacía ver que el ser humano es el único animal capaz de suicidarse, mientras que ella sostenía que también hacen lo mismo los alacranes. Se estaban dando lectura a unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino. Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un profesor, con mucha solera, se levantó de la silla y exclamó en voz alta: ”¡Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó, mágicamente, y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de familia ejemplar y tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no llegaran.

Sea cual sea su edad, una persona actúa mucho mejor cuando se mueve en un marco humano de confianza; cuando se siente a gusto y se sabe valorada y querida. El marco privilegiado para esto es la propia familia. Aunque el colegio o el lugar del trabajo no es la familia; todas las personas rendimos mucho más cuando se nos trata con educación, comprensión, estima y buen humor. Esforzarse por tratar a las personas como tales en el ámbito laboral o académico hace más fácil que su respuesta ante el trabajo sea más libre y productiva.

Procurar hacer las cosas bien, paso a paso

Encontrarse a gusto en un lugar, como vimos antes, ayuda a hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien ayuda a estar más a gusto. Pero… ¿Cómo empezar a hacer las cosas bien?... “Despacito y buena letra que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”: estas palabras del poeta Antonio Machado contienen una gran sabiduría. Frente a las impaciencias y al deseo de obtener rápidos resultados, el ir trabajando con calma y perfección es una actitud que tiene mucho más largo recorrido. Lo mismo que las plantas para crecer, los seres humanos necesitamos tiempo para ir moldeando un carácter profesional competente. A lo largo de nuestra tarea profesional pueden existir altibajos, sorpresas y retos agradables y desagradables. La calma y el buen trabajo siempre son mucho más rentables que las precipitaciones y los decaimientos. No se trata de ser un perfeccionista, pero sí de erradicar la chapuza; así como de evitar quemar etapas necesarias para nuestra maduración profesional y personal. El que es constante y buen trabajador suele obtener buenos frutos con el paso del tiempo. Quizás el más importante de ellos sea conseguir una personalidad recia y equilibrada, capaz de prestar buenos servicios a los demás.

La diligencia es una virtud muy importante para el que tiene metas valiosas. Quien vence la pereza de modo habitual y acomete lo que se ha propuesto diariamente, gana terreno día a día: una distancia larga y valiosa  con el paso del tiempo.

Lo que, sin embargo, sería contraproducente es un hiperactivismo que adelantara excesivamente las cosas y no diera tiempo al tiempo. Nuestro mundo occidental actual es propenso a ir a mucha velocidad no se sabe muy bien a donde. Como dice un refrán: no hay que correr como pollo sin cabeza.

Capacidad de concentración

Trabajar con acierto requiere concentración. Como profesor he observado que hay alumnos que tienen facilidad para prestar atención y otros que no. Para los que tienen esta capacidad es mucho más fácil estudiar la asignatura con aprovechamiento. Pueden influir muchas circunstancias, pero lo cierto es que poner atención en la tarea que se desempeña es fundamental para hacerla bien. Las distracciones y la desgana son humanas, pero no ayudan a un trabajo bien hecho.

Hay jóvenes más activos, o más inquietos, que soportan con más dificultad las clases teóricas. Cada uno tiene que ir viendo para lo que está mejor dotado. En esta experiencia habrá una porción de errores y otra de aciertos, que con empeño diario les irán conduciendo hacia un escenario profesional más acorde con sus propias aptitudes.

         La capacidad de concentración se desarrolla también con el esfuerzo de escuchar a los demás y entender lo que necesitan. También se facilita con la lectura de libros adecuados a nuestra edad y aficiones. Por otra parte, la invasión de los dispositivos digitales como el teléfono móvil, si no se sabe dominar, puede acabar minando nuestra capacidad de pensar y de convivir  con los demás. Otra cuestión: escuchar música durante largos periodos de tiempo, con los cascos puestos, puede producir una excesiva estimulación cerebral. El joven acostumbrado a esas dosis de música, al llegar a clase por la mañana puede sentir un notorio bajón de ánimo al palpar la vida real.

         Los adultos tenemos la impresión que salir a buscar ranas, trepar con cuidado a los árboles y hacer excursiones por la montaña es mucho más saludable que pasarse un montón de horas delante de los ordenadores y las consolas. Pero podemos pensar que el mundo de los chicos de hoy es distinto y hay que acomodarse a los nuevos tiempos. Meeker en su libro “Cien por cien chicos”[1] reafirma nuestras intuiciones camperas con datos científicos, afirmando que aquellas actividades "antiguas" eran mucho mejores, y que es responsabilidad de los mayores que los chicos y las chicas no caigan presos en las redes sociales y en internet. No se trata de anular estos avances tecnológicos, pero sí de saber que tienen un gran potencial para el bien y para el mal. A más técnica hace falta más ética. Los padres y los educadores no pueden desentenderse del impacto de la tecnología en sus hijos. No se trata de desconfiar, sino de tener sentido común: conocimiento de lo que es un joven y del impacto que puede tener sobre él la red. Dejar a chicos y chicas jóvenes acostarse con sus dispositivos móviles puede ser una negligencia y una imprudencia. Suelen tener acceso de todo tipo de contenidos vertidos en la red. En ocasiones se despiertan frecuentemente de madrugada para atender mensajes de otros amigos, con el déficit de sueño que esto supone. Cuando hablo con algunos padres sobre esta cuestión suelo recordarles lo obvio: que quien les ha comprado el móvil o el ordenador a sus hijos son ellos. Recuerdo el caso de un alumno bastante inteligente, que llegaba diariamente agotado a clase por las mañanas, por los motivos que expuse antes. Al año siguiente fue incapaz de sacar la nota precisa para la carrera que quería hacer, cuando tenía inteligencia de sobra para hacerlo.

La serenidad, la reflexión, la experiencia de un silencio creador donde uno ejercita el espíritu para solucionar problemas o plantear proyectos, es una actividad imprescindible para tener una vida rica en significado. Fernando Alberca[2] ha insistido en la necesidad de fomentar en los jóvenes el empleo de la imaginación para ser creativo. Una buena motivación, una disciplina animante de trabajo y un intento de buscar soluciones creativas a los problemas, potencia el rendimiento de los alumnos.





[1] Cien por cien chicos. Meg Meeker. Ed. Ciudadela. 2011.
[2] Cfr.Todos los niños pueden ser Einstein. Alberca,F. Ed. Toromítico, 2011.

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