Una práctica adecuada de la vida académica y
profesional es clave para el desarrollo satisfactorio de nuestra vida. Vamos a
exponer algunas ideas que pueden ayudar a los jóvenes que educamos, y a nosotros
mismos.
Un entorno emocionalmente agradable
Un curso trabajé en un conocido
instituto madrileño, en el que enseñaban unos cuántos veteranos profesores.
Recuerdo la primera vez que acudí a una reunión del claustro. Había muchas personas y el
espectáculo era intensamente tedioso. Con una profesora tuve una conversación
demencial sobre la diferencia entre los hombres y los animales: yo le hacía ver
que el ser humano es el único animal capaz de suicidarse, mientras que ella
sostenía que también hacen lo mismo los alacranes. Se estaban dando lectura a
unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones
burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino.
Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La
lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento
determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un
profesor, con mucha solera, se levantó de la silla y exclamó en voz alta: ”¡Quiero
que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada
general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó,
mágicamente, y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de
familia ejemplar y tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de
compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no
llegaran.
Sea cual sea su edad, una persona
actúa mucho mejor cuando se mueve en un marco humano de confianza; cuando se
siente a gusto y se sabe valorada y querida. El marco privilegiado para esto es
la propia familia. Aunque el colegio o el lugar del trabajo no es la familia;
todas las personas rendimos mucho más cuando se nos trata con educación,
comprensión, estima y buen humor. Esforzarse por tratar a las personas como
tales en el ámbito laboral o académico hace más fácil que su respuesta ante el
trabajo sea más libre y productiva.
Procurar hacer las cosas bien, paso a paso
Encontrarse a gusto en un lugar,
como vimos antes, ayuda a hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien ayuda a
estar más a gusto. Pero… ¿Cómo empezar a hacer las cosas bien?... “Despacito y
buena letra que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”: estas
palabras del poeta Antonio Machado contienen una gran sabiduría. Frente a las
impaciencias y al deseo de obtener rápidos resultados, el ir trabajando con
calma y perfección es una actitud que tiene mucho más largo recorrido. Lo mismo
que las plantas para crecer, los seres humanos necesitamos tiempo para ir
moldeando un carácter profesional competente. A lo largo de nuestra tarea
profesional pueden existir altibajos, sorpresas y retos agradables y
desagradables. La calma y el buen trabajo siempre son mucho más rentables que
las precipitaciones y los decaimientos. No se trata de ser un perfeccionista,
pero sí de erradicar la chapuza; así como de evitar quemar etapas necesarias
para nuestra maduración profesional y personal. El que es constante y buen
trabajador suele obtener buenos frutos con el paso del tiempo. Quizás el más
importante de ellos sea conseguir una personalidad recia y equilibrada, capaz
de prestar buenos servicios a los demás.
La diligencia es una virtud muy
importante para el que tiene metas valiosas. Quien vence la pereza de modo
habitual y acomete lo que se ha propuesto diariamente, gana terreno día a día:
una distancia larga y valiosa con el
paso del tiempo.
Lo que, sin embargo, sería
contraproducente es un hiperactivismo que adelantara excesivamente las cosas y
no diera tiempo al tiempo. Nuestro mundo occidental actual es propenso a ir a
mucha velocidad no se sabe muy bien a donde. Como dice un refrán: no hay que
correr como pollo sin cabeza.
Capacidad de concentración
Trabajar con acierto requiere
concentración. Como profesor he observado que hay alumnos que tienen facilidad
para prestar atención y otros que no. Para los que tienen esta capacidad es
mucho más fácil estudiar la asignatura con aprovechamiento. Pueden influir
muchas circunstancias, pero lo cierto es que poner atención en la tarea que se
desempeña es fundamental para hacerla bien. Las distracciones y la desgana son
humanas, pero no ayudan a un trabajo bien hecho.
Hay jóvenes más activos, o más
inquietos, que soportan con más dificultad las clases teóricas. Cada uno tiene
que ir viendo para lo que está mejor dotado. En esta experiencia habrá una
porción de errores y otra de aciertos, que con empeño diario les irán
conduciendo hacia un escenario profesional más acorde con sus propias aptitudes.
La capacidad
de concentración se desarrolla también con el esfuerzo de escuchar a los demás
y entender lo que necesitan. También se facilita con la lectura de libros
adecuados a nuestra edad y aficiones. Por otra parte, la invasión de los
dispositivos digitales como el teléfono móvil, si no se sabe dominar, puede
acabar minando nuestra capacidad de pensar y de convivir con los demás. Otra cuestión: escuchar música
durante largos periodos de tiempo, con los cascos puestos, puede producir una
excesiva estimulación cerebral. El joven acostumbrado a esas dosis de música,
al llegar a clase por la mañana puede sentir un notorio bajón de ánimo al
palpar la vida real.
Los adultos tenemos
la impresión que salir a buscar ranas, trepar con cuidado a los árboles y hacer
excursiones por la montaña es mucho más saludable que pasarse un montón de
horas delante de los ordenadores y las consolas. Pero podemos pensar que el mundo
de los chicos de hoy es distinto y hay que acomodarse a los nuevos tiempos.
Meeker en su libro “Cien por cien chicos”[1]
reafirma nuestras intuiciones camperas con datos científicos, afirmando que
aquellas actividades "antiguas" eran mucho mejores, y que es
responsabilidad de los mayores que los chicos y las chicas no caigan presos en
las redes sociales y en internet. No se trata de anular estos avances
tecnológicos, pero sí de saber que tienen un gran potencial para el bien y para
el mal. A más técnica hace falta más ética. Los padres y los educadores no
pueden desentenderse del impacto de la tecnología en sus hijos. No se trata de
desconfiar, sino de tener sentido común: conocimiento de lo que es un joven y
del impacto que puede tener sobre él la red. Dejar a
chicos y chicas jóvenes acostarse con sus dispositivos móviles puede ser una
negligencia y una imprudencia. Suelen tener acceso de todo tipo de contenidos
vertidos en la red. En ocasiones se despiertan frecuentemente de madrugada para
atender mensajes de otros amigos, con el déficit de sueño que esto supone.
Cuando hablo con algunos padres sobre esta cuestión suelo recordarles lo obvio:
que quien les ha comprado el móvil o el ordenador a sus hijos son ellos.
Recuerdo el caso de un alumno bastante inteligente, que llegaba diariamente
agotado a clase por las mañanas, por los motivos que expuse antes. Al año
siguiente fue incapaz de sacar la nota precisa para la carrera que quería
hacer, cuando tenía inteligencia de sobra para hacerlo.
La serenidad, la reflexión, la
experiencia de un silencio creador donde uno ejercita el espíritu para
solucionar problemas o plantear proyectos, es una actividad imprescindible para
tener una vida rica en significado. Fernando Alberca[2] ha insistido en la
necesidad de fomentar en los jóvenes el empleo de la imaginación para ser
creativo. Una buena motivación, una disciplina animante de trabajo y un intento
de buscar soluciones creativas a los problemas, potencia el rendimiento de los
alumnos.
No comments:
Post a Comment