Los términos dignidad y
persona resaltan la especial importancia del ser humano. Cada individuo de la
especie humana es un ser libre, moral y, por esto, irrepetible. Es alguien
capaz de interpretar la historia y el mundo que le rodea, elaborando una respuesta
personal con su propia vida.
La palabra persona hunde
sus orígenes históricos en la cultura griega, con sus representaciones
teatrales, y romana, con su concepto de ciudadanía. Pero es la religión
cristiana, en parte heredera de la judía, la que potencia máximamente la idea
de dignidad de la persona al entenderla como imagen y semejanza de Dios, aplicada a todo ser humano.
En el mundo occidental
actual se ha desarrollado la noción de libertad o autonomía como algo clave de
la persona. Al mismo tiempo, se insiste cada vez más en la noción de justicia o
igualdad, referida a la relación entre hombres y mujeres, pero también entre
todos los seres humanos entre sí. Sin embargo, autonomía e igualdad pueden
anularse una a otra si no se respeta la naturaleza del ser humano.
La naturaleza es algo
dado, de lo que partimos. La cultura puede mejorarla, pero no desfigurarla
según la voluntad propia o de los que tienen el poder. Esto lesiona la
igualdad de los seres humanos y seguirá abriendo brechas de injusticia. Solo
con el sentido de creación, de un orden dado por una realidad superior a
nosotros mismos, establecemos el marco de convivencia adecuado entre autonomía
e igualdad. Pretender que la autonomía de la razón es la que tiene que
redefinir toda la realidad, es una equivocación que conlleva graves consecuencias.
Entre todas las instituciones
humanas, la familia entendida como la unión estable entre mujer y hombre,
abierta a la posibilidad de los hijos, es el logro más natural, bello y
satisfactorio, para conjugar autonomía e igualdad en el amor. Una familia
firme, vigorosa, con las adaptaciones a nuestro sistema de vida y de trabajo
actual, es un reto esforzado que merece la pena. Relativizar y desnaturalizar a
la familia, como está sucediendo de un modo arrollador en la actualidad, es un
camino de deshumanización y de falsedad. Reparar y mejorar nuestras relaciones
familiares, en la medida de lo posible, es un camino de sabiduría abierto a
experiencias de vida llenas de significado.
Solo redescubriendo el
valor y la alegría de la familia, sabremos encontrar la armonía entre autonomía e
igualdad y, por tanto, el sentido de la dignidad humana.
José Ignacio Moreno Iturralde
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