Cuando conozco algo o a alguien, hay una
apertura previa de mi razón para conocer. Esta apertura o capacidad, que forma
parte de mi persona, es anterior a mis actos concretos de conocimiento. Por
otra parte, lo que primero capto de una realidad es que es, que existe. Esta
captación es directa, la damos por sobreentendida, y es la base de todo
razonamiento posterior. Existe una conexión inmediata entre la persona que
conoce y la realidad conocida.
Lo anterior significa dos cosas. Por una
parte, no tiene ningún sentido decir que no podemos llegar a conocer cómo son
las cosas en sí mismas. Aunque, por supuesto, hay grados o niveles de
conocimiento. Por otro lado, en mi persona hay algo previo a mis razonamientos:
mi apertura al conocimiento o capacidad de conocer. Lo mismo podríamos decir
respecto a nuestros afectos y a nuestra capacidad de querer, así como a ser
queridos.
El conocimiento se basa en que podemos
entender el sentido de la realidad. Como también queremos conocernos a nosotros
mismos, tenemos que percatarnos de que nuestro ser tiene capacidades anteriores
a nuestras operaciones. Puedo equivocarme al pensar, pero esto puede corregirse
porque hay una disposición previa a conocer la realidad. Puedo equivocarme al
querer, pero es posible corregir mis afectos porque tengo una capacidad de
querer anterior a ellos. La libertad puede ser mal empleada, pero antes de esto
tenemos la facultad de ser libres. Podemos no terminar de encontrar la
felicidad, pero tenemos una evidente disposición hacia ella.
En definitiva, para poder discernir la
veracidad de nuestros pensamientos y de nuestros afectos hemos de profundizar
en el conocimiento de las capacidades previas de nuestro modo de ser humanos.
Tales capacidades naturales son las adecuadas, como lo es tener un corazón y
dos pulmones. Aunque una limitación física dificultara el ejercicio de una
actividad, tal limitación afecta a los actos, no a las capacidades: no se es
menos humano por estar en una silla de ruedas. Los actos concretos de nuestras
capacidades son los que pueden ser correctos o erróneos. Su discernimiento ético
radica en saber si nos están haciendo ser mejores personas o no. Cuando la
respuesta es afirmativa, se debe a que tales actos están en consonancia con la
rectitud de nuestras capacidades conectadas con la realidad a la que podemos conocer
y querer. Los pensamientos, afectos y obras acertados nos hacen ser mejores.
José Ignacio Moreno Iturralde
No comments:
Post a Comment