Tuesday, August 06, 2019

Cordialidad



Algunas veces uno se encuentra con personas cordiales, cercanas, optimistas, que nos alegran la vida con su disponibilidad y ayuda. Parece que estuvieran afincadas en algún lugar seguro desde el que contemplan la vida con serenidad y alegría. ¿Cómo lo hacen? ... No sería de extrañar, que detrás de esa buena forma de carácter hubiera un serio régimen de entrenamiento, en el que se han superado un buen número de fracasos.

Convivir con estilo

Cuando alguien se encuentra bien consigo mismo, está más capacitado para poder estimar la realidad ajena. También sucede que la relación con los demás puede ayudarnos a convivir mejor con nosotros mismos. Avanzar en el conocimiento propio es necesario para tener acierto en el vivir. En la medida que hallemos la raíz de nuestro ser, tendremos más opciones para no irnos por las ramas. Conocer los propios límites y capacidades, es requisito para acertar en un radio de acción más eficaz. Este conocimiento economiza nuestras fuerzas y nos deja margen para la contemplación de un mundo asombroso, repleto de realidades distintas a nosotros que pasan a formar parte de nuestras biografías.

Cambian los años, pero dentro de nosotros permanece una cierta interpretación de lo que ocurre. Esta interpretación es intelectual y afectiva, personal y relacionada con los demás. La habitación interior de nuestro espíritu es la que nos posibilita vivir con mayor o menor plenitud, sabiendo interpretar lo que vivimos. Tan humano es aceptarnos a nosotros mismos y saber acoger a otros muchos en nuestro interior; como excluir con decisión algunos aspectos o conductas negativas, propias o ajenas, que pueden arruinar la propia vida, donde también están presentes nuestros seres más queridos.

La categoría moral de una persona depende en buena parte de la cordialidad de sus relaciones personales. Entre los ámbitos de convivencia más significativos destacan la familia y la amistad. Ambas se potencian, porque es deseable ser amigos de nuestros familiares y hacer ambiente de familia con nuestros amigos.

La alegría de la casa

No es fácil saber si uno es la alegría de la casa; pero realmente puede serlo cuando procura que la suya sea la casa de la alegría. De la relación que mantengamos con nuestros semejantes, especialmente con los más necesitados, depende nuestra valoración de la humanidad y de nosotros mismos. Tales relaciones empezarán por un orden de compromiso y cercanía respecto a los demás. En primer lugar está nuestra familia.

El cristianismo ha insistido en que "lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". Pero tal afirmación, de probada eficacia social en la historia, parece intolerable para algunos. Suelo decir a mis alumnos que han de querer mucho a su padre como a su padre, a su abuela como abuela, a su novia como novia y, si se casan, a su mujer como esposa. Sería un notorio desorden querer al padre como a una abuela o viceversa. El amor, para ser tal, debe ser ordenado: adecuado a la persona a quien se dirige.

Cada persona se plantea metas. También la familia tiene unos objetivos comunes. La fascinación por la moda de la joven Alicia no tiene nada que ver con las ideas revolucionarias del universitario Alfredo. Las alegres tonadillas de papá son poco solidarias con las jaquecas de mamá. La pasión futbolística de Jaime ignora absolutamente los efectos de la edad del pavo en Elena. Pero toda esa abigarrada colección de sentimientos diferentes es tolerable, e incluso amable, cuando existen unos principios y objetivos comunes, que trascienden los estados emocionales de los miembros de la familia. Si no hay más referencia que los propios afectos e intereses, la familia no puede sobrevivir, pierde su identidad de empresa común abierta a otras familias, y el individualismo termina por dividirla. Sin embargo, cuando una familia tiene un norte no se desmoronará, aunque cada miembro tenga rutas propias para lograrlo. Si hay una misma estrella polar, al lugar que ella señala se llegará por tierra, mar o aire, y de nuevo habrá una fiesta familiar.

Una familia cierra las puertas a los extraños y las abre a los amigos. Pero los miembros de la familia también necesitan de sus respectivos amigos. Una persona sin amigos se hace extraña para los de su propia casa.

La amistad: fragilidad y fortaleza

La gente con bastantes amigos es la que sabe querer, la que encuentra en la amistad una satisfacción suficiente en sí misma. Tener amigos supone también ofrecer valores que comprometen, iniciativas que aglutinen fuerzas para proyectos diversos, de mayor o menor relevancia social. La cultura también forma parte de la amistad. No estoy hablando de museos, en los que disfruto, sino de tener ideas profundas y sensatas sobre la realidad que aporten reflexiones valiosas sobre el modo de encauzar los problemas. En definitiva, tener una personalidad bien formada es clave para fomentar las amistades.

Saber escuchar, actividad nobilísima porque requiere sobre todo del corazón, es otra condición para la amistad. Conviene procurar entender los problemas del amigo, pequeños y grandes, interesantes o ridículos. No cansarse de escuchar, porque cada día se renueva el asombroso ciclo de la vida y de las relaciones personales. Aunque la amistad no se sostiene en el tiempo tan sólo con una visión optimista del mundo y de la naturaleza humana. Hace falta obtener luces nuevas y perspectivas profundas de la propia realidad y de la de nuestros amigos

Una actitud clave es saber perdonar: tener el corazón grande para adelantarse en solucionar un desencuentro; un conjunto de meteduras de pata de unos y otros. Qué importante es adquirir esa deportividad en la amistad. Muchos otros aspectos se podrían destacar en una relación tan antigua y gratificante como la amistad.

Ahora bien, la amistad se valora por sus fines. Si una amistad o un grupo de personas amigas nos ayudan a ser mejores a cada uno, la cosa está bien enfocada. Pero una amistad o un grupo de amistades que tiren para abajo: que vayan contra la propia familia y contra las responsabilidades personales académicas y sociales de cada uno, es una mentira de la que hay que tener la valentía de huir.



José Ignacio Moreno Iturralde

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