Algunas veces uno se
encuentra con personas cordiales, cercanas, optimistas, que nos alegran la vida
con su disponibilidad y ayuda. Parece que estuvieran afincadas en algún lugar
seguro desde el que contemplan la vida con serenidad y alegría. ¿Cómo lo hacen?
... No sería de extrañar, que detrás de esa buena forma de carácter hubiera un
serio régimen de entrenamiento, en el que se han superado un buen número de
fracasos.
Convivir con estilo
Cuando
alguien se encuentra bien consigo mismo, está más capacitado para poder estimar
la realidad ajena. También sucede que la relación con los demás puede ayudarnos
a convivir mejor con nosotros mismos. Avanzar
en el conocimiento propio es necesario para tener acierto en el vivir. En la
medida que hallemos la raíz de nuestro ser, tendremos más opciones para no
irnos por las ramas. Conocer los propios límites y capacidades, es requisito
para acertar en un radio de acción más eficaz. Este conocimiento economiza
nuestras fuerzas y nos deja margen para la contemplación de un mundo asombroso,
repleto de realidades distintas a nosotros que pasan a formar parte de nuestras
biografías.
Cambian
los años, pero dentro de nosotros permanece una cierta interpretación de lo que
ocurre. Esta interpretación es intelectual y afectiva, personal y relacionada
con los demás. La habitación interior de nuestro espíritu es la que nos
posibilita vivir con mayor o menor plenitud, sabiendo interpretar lo que
vivimos. Tan humano es aceptarnos a nosotros mismos y saber acoger a otros
muchos en nuestro interior; como excluir con decisión algunos aspectos o
conductas negativas, propias o ajenas, que pueden arruinar la propia vida,
donde también están presentes nuestros seres más queridos.
La
categoría moral de una persona depende en buena parte de la cordialidad de sus
relaciones personales. Entre los ámbitos de convivencia más significativos
destacan la familia y la amistad. Ambas se potencian, porque es deseable ser
amigos de nuestros familiares y hacer ambiente de familia con nuestros amigos.
La alegría de la casa
No es
fácil saber si uno es la alegría de la casa; pero realmente puede serlo cuando
procura que la suya sea la casa de la alegría. De la
relación que mantengamos con nuestros semejantes, especialmente con los más
necesitados, depende nuestra valoración de la humanidad y de nosotros mismos.
Tales relaciones empezarán por un orden de compromiso y cercanía respecto a los
demás. En primer lugar está nuestra familia.
El
cristianismo ha insistido en que "lo que Dios ha unido no lo separe el
hombre". Pero tal afirmación, de probada eficacia social en la historia,
parece intolerable para algunos. Suelo decir a mis alumnos que han de querer
mucho a su padre como a su padre, a su abuela como abuela, a su novia como
novia y, si se casan, a su mujer como esposa. Sería un notorio desorden querer
al padre como a una abuela o viceversa. El amor, para ser tal, debe ser
ordenado: adecuado a la persona a quien se dirige.
Cada
persona se plantea metas. También la familia tiene unos objetivos comunes. La
fascinación por la moda de la joven Alicia no tiene nada que ver con las ideas
revolucionarias del universitario Alfredo. Las alegres tonadillas de papá son
poco solidarias con las jaquecas de mamá. La pasión futbolística de Jaime
ignora absolutamente los efectos de la edad del pavo en Elena. Pero toda esa
abigarrada colección de sentimientos diferentes es tolerable, e incluso amable,
cuando existen unos principios y objetivos comunes, que trascienden los estados
emocionales de los miembros de la familia. Si no hay más referencia que los
propios afectos e intereses, la familia no puede sobrevivir, pierde su
identidad de empresa común abierta a otras familias, y el individualismo termina
por dividirla. Sin embargo, cuando una familia tiene un norte no se
desmoronará, aunque cada miembro tenga rutas propias para lograrlo. Si hay una
misma estrella polar, al lugar que ella señala se llegará por tierra, mar o
aire, y de nuevo habrá una fiesta familiar.
Una
familia cierra las puertas a los extraños y las abre a los amigos. Pero los
miembros de la familia también necesitan de sus respectivos amigos. Una persona
sin amigos se hace extraña para los de su propia casa.
La amistad: fragilidad y fortaleza
La
gente con bastantes amigos es la que sabe querer, la que encuentra en la
amistad una satisfacción suficiente en sí misma. Tener amigos supone también
ofrecer valores que comprometen, iniciativas que aglutinen fuerzas para
proyectos diversos, de mayor o menor relevancia social. La cultura también
forma parte de la amistad. No estoy hablando de museos, en los que disfruto,
sino de tener ideas profundas y sensatas sobre la realidad que aporten
reflexiones valiosas sobre el modo de encauzar los problemas. En definitiva,
tener una personalidad bien formada es clave para fomentar las amistades.
Saber
escuchar, actividad nobilísima porque requiere sobre todo del corazón, es otra
condición para la amistad. Conviene procurar entender los problemas del amigo,
pequeños y grandes, interesantes o ridículos. No cansarse de escuchar, porque
cada día se renueva el asombroso ciclo de la vida y de las relaciones
personales. Aunque la amistad no se sostiene en el tiempo tan sólo con una
visión optimista del mundo y de la naturaleza humana. Hace falta obtener luces
nuevas y perspectivas profundas de la propia realidad y de la de nuestros
amigos
Una actitud clave es saber perdonar: tener el corazón grande para
adelantarse en solucionar un desencuentro; un conjunto de meteduras de pata de
unos y otros. Qué importante es adquirir esa deportividad en la amistad. Muchos
otros aspectos se podrían destacar en una relación tan antigua y gratificante
como la amistad.
Ahora
bien, la amistad se valora por sus fines. Si una amistad o un grupo de personas
amigas nos ayudan a ser mejores a cada uno, la cosa está bien enfocada. Pero
una amistad o un grupo de amistades que tiren para abajo: que vayan contra la
propia familia y contra las responsabilidades personales académicas y sociales
de cada uno, es una mentira de la que hay que tener la valentía de huir.
José Ignacio Moreno Iturralde
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