Es bonito pensar en
un mundo donde los seres humanos se quisieran desinteresadamente. Un lugar de
comprensión y de ayuda, de justicia y de libertad, en el que se atienda
especialmente a los más necesitados. Una tierra de armónica igualdad y complementariedad
entre mujeres y hombres. El universo donde las tensiones y los enfados se
superan pidiendo perdón. Un modo de vivir donde unos se alegran con las
alegrías de otros, y lo celebran con fiestas divertidas. Pero toda esta hermosa
utopía social puede parecernos una monserga irrealizable. Parece que hemos
olvidado que estas nobles aspiraciones,
y muchas más, se dan diariamente en multitud de familias.
La familia, que nos
es tan indispensable como el corazón y los pulmones, sufre actualmente un
auténtico bombardeo. Parece que se tambalea. Sin embargo, tiene buena salud en
millones de hogares, e incluso en los que está herida resurgirá de sus propias
cenizas porque es el nervio de nuestra vida.
Seamos lo
suficientemente inteligentes y justos para desprendernos de una triste ceguera
voluntaria: el no querer ver, respetar y defender el lugar real de la mejor de
las utopías sociales.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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