Saturday, April 20, 2019

La familia con estrella polar



El hecho de ser personas, es decir seres racionales y morales, nos hace responsables de nuestros semejantes. De la relación que mantengamos con las personas, especialmente con las más necesitadas, depende nuestra valoración de la humanidad y de nosotros mismos. Tales relaciones empezarán  por un orden  de compromiso y cercanía respecto a los demás. En primer lugar, está nuestra familia.

Suelo decir a mis alumnos que han de querer mucho a su padre como a su padre, a su abuela como abuela, a su novia como novia y, si se casan, a su mujer como esposa. El amor, para ser tal, debe ser ordenado, adecuado al sentido de quien se ama. Por otra parte, siempre es importante pararse a pensar si tal amor hacia alguien me está haciendo ser mejor persona o no. Los verdaderos amores perfeccionan las personalidades.

El cristianismo ha insistido por boca de su Fundador en que 
"lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". La institución familiar establece vínculos y responsabilidades que reclaman una ayuda incondicional permanente, como muy bien entienden los hijos. No es lo mismo que el hombre y la mujer se unan mientras les convenga, a jugarse la vida a una carta por el cónyuge; la relación y el afecto que se derivan de ambas opciones son distintos.  

A algunos les parece que el matrimonio es una superstición, una suerte de ceremonia social un tanto postiza e hipócrita. Chesterton escribió el libro titulado "La superstición del divorcio". Para este autor, el divorcio es la superstición que considera a la ruptura de la vida matrimonial como la solución mágica para rehacer la vida. Es cierto que existen convivencias matrimoniales muy difíciles, incluso imposibles, pero esto no puede hacer olvidar que una persona es una única biografía. Todo lo vivido con el primer cónyuge no puede ser comunicado al siguiente. Un divorcio es una ruptura profunda en la propia vida. Y una ruptura favorece la aparición de otras. Un matrimonio es también una promesa de toda la persona. Sí esa promesa se rompe, puede perderse la persona misma. No abordo aquí, aunque es de mucho interés, la existencia de matrimonios nulos; es decir: realmente inexistentes. 


La vida de toda persona es una misión. También la familia tiene unos objetivos comunes. La fascinación por la moda de la joven Alicia no tiene nada que ver con las ideas revolucionarias del universitario Alfredo. Las alegres tonadillas de papá son poco solidarias con las jaquecas de mamá. La pasión futbolística de Jaime ignora absolutamente los efectos de la edad del pavo en Elena. Pero toda esa abigarrada colección de sentimientos encontrados es tolerable, e incluso amable, cuando existen unos principios y objetivos comunes, que trascienden los estados emocionales de los miembros de la familia. Si no hay más referencia que los propios afectos e intereses, la familia no puede sobrevivir, pierde su identidad de empresa común abierta a otras familias, y el individualismo termina por dividirla. Sin embargo, cuando una familia tiene un norte, aunque cada miembro tenga rutas distintas para lograrlo, esa familia no se desmoronará. Si hay una misma estrella polar, la de Dios, a lo largo y al final del camino la familia estará unida. Pero si no ocurriera así, la estrella sigue estando ahí, y con la ayuda de buenos consejeros, se puede recuperar el rumbo con humildad y con luz.



José Ignacio Moreno Iturralde





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