En la vida de toda persona hay cuatro
dimensiones nucleares: el conocimiento, la libertad, el convivir con los demás
y la capacidad de querer[1].
Estos aspectos nucleares son promovidos y educados principalmente en la
familia. Ahí es de donde parten las señas de la propia identidad y las raíces
de la educación.
La escuela, en sus distintos
niveles, complementa esa educación, y supone un valioso agente capacitador y socializador.
Si el colegio o instituto se toma en serio el educar personas, tendrá que atender
a esos cuatro aspectos nucleares, antes citados. Por este motivo, es tan
importante que exista una buena comunicación entre los padres y los profesores.
Esto redundará en una mejor formación para los alumnos, y en un ejercicio
profesional más satisfactorio para los docentes.
Pese a las limitaciones de la
realidad educativa, o tal vez incluso gracias a ellas, hay que educar el
conocimiento con contenidos valiosos y métodos competentes. Pienso que es importante
que toda la necesaria innovación metodológica no olvide que es un medio, no un
fin. El fin es ayudar al buen desarrollo de la persona que cada alumno es. La
escuela es también un ámbito de libertad; ciertamente limitada y forjada en
virtudes valiosas, pero necesaria. Sin libertad la persona se ahoga, no
puede aprender. Las relaciones de convivencia son un ámbito de educación
imprescindible para aprender a ser feliz. La capacidad de querer y de ser
querido, empezando por el respeto, es la condición de una educación
profundamente humana y significativa.
Dado que las personas tenemos una
misma dignidad, pero características diferentes, es muy importante atender a
esta diversidad; pero de verdad: con planes de educación realistas que contemplen recorridos curriculares plurales, que
funcionen, donde el fracaso escolar tienda a cero; y con ratios
profesores/alumnos razonables, entre otras cosas.
Cada persona es una novedad en el
mundo. Todos los chicos y chicas llevan un punto de genialidad, porque pueden
interpretar personalmente la vida y aportar su perspectiva única y personal. Si
los estados invirtieran seriamente en educación, formativa y económicamente, potenciando
la iniciativa docente pública y privada -ambas son aliadas si lo que se trata es de favorecer a los alumnos y a sus familias-, se produciría el mayor avance de su historia.
La consideración pesimista de la persona y de la familia, junto con una visión gremial de los alumnos, es el mayor freno a la educación. Un motor de auténtico progreso educativo ha de tener en cuenta el valor insustituible de cada persona y de su enorme capacidad de renovar el mundo, si se le ofrecen las condiciones adecuadas.
La consideración pesimista de la persona y de la familia, junto con una visión gremial de los alumnos, es el mayor freno a la educación. Un motor de auténtico progreso educativo ha de tener en cuenta el valor insustituible de cada persona y de su enorme capacidad de renovar el mundo, si se le ofrecen las condiciones adecuadas.
José Ignacio Moreno Iturralde
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