Friday, August 04, 2017

Vivir con esperanza


Ana fue una mujer valiente, simpática y práctica. Por los aires, voló en aviones militares en tiempos bélicos del siglo XX. A ras de tierra, surtió nutritivamente a sus familiares con esplendorosas fuentes de croquetas y otras maravillas culinarias. Se río de lo lindo con sus semejantes, supo coger la vida como venía: con realismo, buen humor y con una desarmante sencillez que la hacía fuerte y segura. Hizo muchas cosas provechosas: practicó con maestría el juego del diabolo, entabló una sería lucha contra su fuerte carácter, y fue una esposa y madre ejemplar. Supo disfrutar de la vida: era sufrida, pero no sufridora. Experimentó la dureza de la enfermedad y de la muerte, con esperanza, fe, e incluso con toques maestros de buen humor. Fue feliz e hizo feliz a quienes le rodeaban. Confió en la vida, pese a todos sus sinsabores, y dejo un rastro de luz alegre. Experta costurera, supo también coser con acierto los hilos de la libertad y de la providencia.


Providencia y libertad


La libertad es una aspiración máxima de las personas y de los pueblos. Para entenderla mejor, cabe plantearse si la libertad es un medio o es un fin. De nada sirve una libertad guardada en una caja de Pandora. Ser uno mismo, o encontrar el propio estilo, es una meta positiva y conveniente, hasta cierto punto. Pero ser auténtico tiene una base previa: ser verdadero. La pura verdad es que la existencia y la libertad nos ha sido dada  sin nuestro consentimiento, dentro de un mundo inmenso muy anterior a nosotros. Por este motivo, hacer de la libertad un absoluto o un fin para sí misma es un error que deforma dramáticamente la identidad de la persona. La libertad es un medio para hacer el bien, aunque su por su propia identidad pueda utilizarse equivocadamente. Un mundo sin libertad sería un mundo inhumano en el que la vida se hace pesarosa; sin libertad no se puede amar. Sin embargo, un mundo sin límites morales es un mundo donde las órbitas de las personas colisionan ocasionando tragedias individuales y colectivas.


La providencia puede entenderse como un misterioso y buen designio que orienta y cuida nuestros pasos. Si esta providencia negara nuestra libertad, determinándola totalmente, sería aborrecible. Por otra parte, si la libertad personal estuviera sola, las múltiples injusticias y desengaños del mundo hacen de ella un intento vano y un motivo de amargura. Vemos en la historia, por ejemplo, que existen hombres sin escrúpulos que parecen triunfar y, por el contrario, muchos inocentes que son explotados, incluso asesinados. Sin una providencia que reconduzca los renglones torcidos de la existencia, la injusticia sería un nervio central de la realidad.



En tiempos donde la autonomía es un valor máximo, la idea de providencia resulta algo incómoda: se trata de algo que no podemos controlar. Algunos piensan que la providencia es una categoría religiosa que enmascara lo que sólo es azar. Al respecto caben decir varias cosas. El azar es precisamente la ausencia de explicación. La providencia es una noción que va más allá de nuestras fuerzas, pero la racionalidad de su entidad es impecable. Por el contrario, el azar sí que es un mantra de la ignorancia, de la multiplicidad de causas desconocidas. Puede ser bueno tener una aceptación práctica de un margen de azar, pero el azar en sí mismo no es más que una categoría irracional.


Providencia y libertad se necesitan una a otra: son dos aspectos complementarios de un mundo personal, donde la libertad juega un papel primordial y, por eso mismo, se mece en las aguas de la providencia con confianza y determinación. La providencia es amiga de la libertad. Chesterton lo expresaba de un modo gráfico y entrañable: "La mejor manera en que un ser humano podría examinar su disposición para encontrarse con la variedad común de la humanidad sería dejarse caer por la chimenea, de cualquier casa elegida a voleo, y llevarse tan bien como sea posible con la gente que está dentro. Y eso es esencialmente lo que cada uno de nosotros hizo el día en que nació".

Providencia y libertad establecen un marco adecuado para la esperanza. Cada uno debe hacer lo que pueda, no más, y procurar hacerlo bien. Lo que importa es poner todos los medios a nuestro alcance para conseguir algo noble y esperar que ocurrirá, lo veamos o no. Se trata de una postura sensata porque parte de ponernos en nuestro sitio, y confiar en que alguien superior a nosotros arreglará las cosas, más tarde o más temprano, en esta vida o después de la muerte.


Vivir el presente



C.S. Lewis decía que "el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad". La eternidad, lo que esta mas allá del espacio y del tiempo, contrasta con nuestra mentalidad temporal. Sin embargo, podemos entender que esa eternidad esta conectada con el tiempo, lo asume, y guarda cierta memoria de él. El modo personal de vivir el tiempo es biográfico, trasciende el momento presente. Por esto parece razonable que la eternidad sea el ámbito de vida de un ser personal trascendente al tiempo: Dios.



Por todo lo dicho, el presente se revela como un momento cargado de entidad. En otra conocida obra del mismo autor, "Cartas del diablo a su sobrino", un instigador del mal le dice un colega de oficio: "recuerda que nuestra tarea principal es sacar a los hombres del presente". Con mucha frecuencia, nuestra imaginación vuela a momentos y lugares que quizás no lleguemos a experimentar, mientras el momento presente se nos antoja, a menudo, como poco atractivo y carente de valor. Sin embargo, en cada instante podemos recapitular la vida, corregir el rumbo, replantear la estrategia. Podemos ponernos en condiciones de adoptar una cierta perspectiva de eternidad, serena, que suele resultar prudente y eficaz. Quizás podría definirse la sabiduría como vivir con plenitud el momento presente. Todos podemos intentarlo una y otra vez.


Josef Pieper, en su obra " Las virtudes fundamentales", destaca que la esperanza tiene mucho que ver con la aceptación de la propia vida. Sabemos que esto no es siempre fácil, especialmente para personas expuestas a duras condiciones de existencia. Antonio Ruiz Retegui, autor del libro " Pulchrum" (Belleza), también insiste en la necesidad de la aceptación de la propia existencia para la plenitud personal. Este último autor interpreta el sentido positivo de la aceptación de la propia vida, desde la perspectiva providencial de la misma. Cualquier suerte o desgracia que me toque es la mía, y yo estoy llamado a vivirla de un modo personal e irrepetible. Algo que me ha tocado no es simplemente un boleto de azar, sino un camino a recorrer. Ciertamente el Óscar a una interpretación cinematográfica no tiene que ver con la salud o con el nivel socioeconómico del personaje, sino con la profesionalidad del actor que representa a un príncipe o a un mendigo. Todos preferimos los lujos de la corte antes que los andrajos de la miseria, pese a las advertencias de la literatura de Mark Twain en su “Príncipe y mendigo”, o a la pletórica alegría de Francisco de Asís. Aunque, desde luego, una vida sencilla puede tener más felicidad y sentido que otra encumbrada.

Es verdad que la existencia trae consigo desengaños, pero estas frustraciones pueden desvelarnos mentiras camufladas; nos convencen de que habíamos puesto nuestra confianza en un lugar equivocado, o que invertimos nuestra felicidad, plenamente, en algo falso.  Entonces, se puede observar con más agradecimiento alegrías estupendas: el nacimiento de un hijo, la mirada benévola de nuestro abuelo, o la belleza de la fidelidad matrimonial.

La esperanza de los niños en la noche de Reyes Magos es de una consistencia demoledora. La mirada victoriosa de un anciano feliz, curtido en la virtud, resiste a cualquier filosofía de la inquietud y la sospecha. Confiar en lo que es digno de confianza es como flotar en el mar del mundo y poder navegar hacia un rumbo concreto. Supone la sana disposición de reposar la mente sobre la almohada de la verdad. Esperar es vivir con más intensidad, potenciar la ilusión, acercarse a la plenitud, abrirse a la magia del misterio que es la más plena de las realidades.


Renovarse



Ponernos en el lugar de la realidad es una actividad inteligente. Es muy saludable echar un vistazo al mundo, y percatarnos de nuestra humilde condición personal. Una vida sencilla, alegre y servicial, no exenta de sacrificio, puede llevar a una considerable felicidad y realización humanas. Descubrimos entonces, que las personas más sanamente ambiciosas se contentan con promocionar todo lo posible la vida de sus semejantes. Así como la sed de poder y notoriedad se devoran a sí mismas, el trabajo creativo para el servicio edifica una personalidad grande, serena y generosa.


Cuando uno quiere llegar a una meta, es preciso que cuente con un apoyo adecuado. Reducir una fractura suele ser tarea mas adecuada para un traumatólogo que para un lesionado. Darse la vuelta a uno mismo, renovarse hasta el punto de sacar oro del aparente barro de la vida cotidiana, requiere de algo más que de una piedra filosofal. Puede tener que ver con enfocar una mirada nueva sobre el mundo, los demás y la propia vida. Una mirada más clara y animosa, superior a la nuestra, que nos hace ser mejor nosotros mismos.


Las experiencias de renovación personal, físicas y morales, suelen estar precedidas por periodos de crisis. Como el sol después de la tormenta, la luz del día se valora más después de superar una sería enfermedad, o un serio desencuentro con un familiar o un amigo. Siempre, las personas más queridas y valoradas son las que supieron hacer de su vida un sí a los demás. Ese servicio no suele ser un coser y cantar. Sin embargo, poco a poco, se va abriendo paso una fuerza interior que renueva y tonifica, con más efectividad y duración que un estimulante baño en el río.



Pensar en los demás es la raíz de la cultura de la vida.  Supone quererles, luchar por hacer un mundo mejor para ellos y para nosotros. La caridad, ejercida como fin de todo acto, hace del mundo un hogar más habitable y más humano. La verdad personal se ve comunica con la de muchos otros, empezando por nuestros seres más cercanos. El amor es una suerte de renovación, de recreación de las cosas y las personas. El amor como afirmación del otro, iniciado desde el respeto, genera hábitos y cualidades resistentes y duraderas. Querer a los demás, pese a sus defectos, es un recio ejercicio que renueva la entraña del alma, rejuveneciéndola.


Ana, la intrépida joven aviadora y simpática mujer madura, es una de las muchas personas que nos han dado un ejemplo alegre de esperanza; una virtud que necesitamos desarrollar para poder amar la vida.

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