Tuesday, August 08, 2017

Cultivar la personalidad

Un buen ejercicio para mejorar el carácter puede ser este: escriba en un folio cómo es usted; cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Una vez que haya concluido, imagínese que eso lo ha escrito de sí mismo un buen amigo... ¿Qué soluciones concretas le aportaría a esa persona estimada? Una vez formuladas, enfréntese con ellas de vez en cuando. Quizás puede leer ese papel una vez al mes y, si le parece oportuno, hacer algunas correcciones.

CONOCIMIENTO PROPIO

Los altibajos diarios, nuestras pequeñas o no tan pequeñas batallas cotidianas nos enriquecen, pero también nos pueden envolver en su vorágine. Nos hacen falta criterios claros, pensados con cabeza y serenidad, para afrontar con mayor acierto cada jornada.. Lógicamente es muy importante saber aconsejarse de personas –pocas- que nos conocen y merecen nuestra confianza. Ellas pueden vernos desde un ángulo insospechado para nosotros mismos.

Con frecuencia no somos el que queremos ser. Es lógico que ocurra así porque el hombre es el que es y el que puede llegar a ser. Por otra parte, nadie tiene una perfecta autoconciencia de sí mismo. Necesitamos de la realidad y especialmente de nuestros semejantes para crecer en personalidad y madurez. Nadie, por mucho que se empeñe, es un verso suelto.

Cualquier persona mínimamente responsable lleva la cuenta del dinero que dispone o toma medidas frente a una salud que se empieza a indisponer.¿Acaso no es más importante la calidad de la propia personalidad? ¿Por qué misterioso mecanismo podemos llegar a ser tan dejados respecto a la reforma de nuestro propio carácter?... Se trata del más noble y saludable de los ejercicios para nuestra vida. Se confundiría de plano aquél que estableciera estos retos por pura autoperfección.

La persona humana sólo mejora cuando sabe vivir respecto a sus gozos y obligaciones familiares, laborales o sociales. De ningún modo la mejora del carácter es un ejercicio agobiante y tedioso de autoanálisis. Pero sí son precisas dosis de reflexión para vivir y ayudar a vivir mejor, de un modo más humano y digno.

Esta tarea deportiva y moral requiere de hábitos saludables, de valores y virtudes que consoliden, poco a poco, la expansión de nuestras mejores capacidades para vivir y convivir.

VIRTUDES HUMANAS Y PERSONALIDAD

            Si caminamos y no notamos nuestras piernas es buena señal; pero, si al andar nos duele una rodilla, la cosa cambia. Cuando en el transcurrir de la vida los días pasan raudos y fecundos, repletos de sencillez, la existencia se cuaja de sentido sin darnos mucha cuenta. Pero si nos notamos demasiado a nosotros mismos –no me refiero a estados de enfermedad-  nuestro modo de vivir puede estar mal enfocado.

            Todos sabemos que el tipo cenizo suele ser insufrible pero tal vez no reparamos en que el quejicoso, en ocasiones, podemos ser nosotros mismos. Superar estados de ánimo negativos requiere una conducta virtuosa. Al pensar en las virtudes humanas no quisiera referirme a las de “temperamentos fuertes” como el de una Agustina de Aragón, con toda mi admiración a tan ilustre señora. Más bien, quisiera recordar a personas que saben sonreírle a la vida sin esperar a que la vida les sonría a ellos. Rostros amables que esconden en la mirada una ilusión sencilla, discreta y profunda.

          Recuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileña. Había muchas personas y el espectáculo era intensamente tedioso. Se estaban dando lectura a unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino. Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un profesor veterano se levantó de la silla y exclamó en voz alRecuerdo la primera vez que acudí al claustro de un conocido Instituto de enseñanza madrileñata: ”¡Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de familia ejemplar pero tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no llegaran.

La cordialidad propia de aquel profesor era muy suya. Pero detrás de cada actuación, humanamente atractiva, se manifiesta el empleo de las virtudes.

EL CARÁCTER

Antes de proseguir quisiera establecer una distinción entre temperamento y carácter. El temperamento es fruto de nuestra genética y de nuestros condicionantes. El carácter es lo que libremente hacemos con nuestro temperamento; por esto cabe en él la virtud.

No es fácil decir algo nuevo sobre las cuatro virtudes cardinales, pero podemos recordarlas en un rápido bosquejo. La prudencia supone realismo, estar atentos a la vida y no en babia. Una consecuencia práctica, entre miles, es el consejo que afirma: ”ya que tenemos dos orejas y una boca conviene escuchar el doble de lo que se habla”.

La justicia nos encara ante nuestras responsabilidades con los demás; especialmente el servicio que les debemos por razones familiares, laborales o, simplemente humanitarias.

La fortaleza supone mantener el rumbo en cuestiones valiosas que pueden tornarse arduas. Es aquí donde podemos ver  si tenemos suficiente peso interior para no acabar desarbolados por las ventoleras de frío o de calor que desaliñan los días, pero pueden templar el carácter.

La templanza es el indispensable ejercicio interior para mantener en forma el espíritu. Intentar controlar racionalmente nuestros apetitos físicos es fuente de seguridad y de autoestima. No se puede correr el Tour de Francia si no se sabe montar en bicicleta; ni echar una carrera a nado si no se consigue flotar. Sin embargo, quizás porque no somos capaces de vivir con la suficiente deportividad, puede faltarnos la motivación y la diligencia necesaria para forjar un carácter enterizo.

VIRTUDES MISTERIOSAS PERO CERCANAS

Existen otro tipo de virtudes relacionadas con las cardinales a las que me quisiera referir. Tanto en las cardinales como en las que ahora paso a exponer recuerdo algunas ideas del pensador alemán Joseph Piepper de su libro Las virtudes fundamentales.

         Vamos a 100  kilómetros por segundo alrededor del sol, en una gigantesca bola azulada, sin despeinarnos. Estamos constituidos  por un ADN del que se han empezado a saber cosas desde hace pocas décadas. No es necesario un frío muy intenso para que el común de los mortales se vea afectado por un catarro; ni un calor extenuante para sufrir una insolación.

Traigo estas frases a cuento de que no parece muy serio darnos una excesiva importancia. La libertad humana es un don irrenunciable; pero otra cosa muy distinta es inflarla y desarraigarla de los límites y precariedades de la vida hasta llegar a resultados ridículos y, en ocasiones, penosos. La libertad no es un fin para sí misma y, como el dinero, hay que saber invertirla en bienes.

            Confiar parece una opción razonable, dentro de unos márgenes amplios. No es absolutamente imposible que mi abuela me envenene con una sopa, ni que me caiga un tiesto en la cabeza cuando paseo por la calle, pero si sigo por estos derroteros mentales acabaré probablemente en un manicomio.
           
Realmente los timos y robos están a la orden del día, pero las ayudas y servicios están a la orden de los minutos. La propia vida es un riesgo y me parece que somos mayoría los que consideramos que es un riesgo que merece la pena correr. El hombre no está llamado a hacer cosas posibles sino a realizar ciertos imposibles.

Pondré algún ejemplo: vivir la fidelidad matrimonial hasta la muerte; desterrar toda forma de odio de nuestros corazones; llegar a la fecha de jubilosa jubilación después de cuarenta años de profesor de enseñanza media. Estas auténticas hazañas, entre muchas otras, van más allá de nuestras propias fuerzas y, sin embargo, las hemos visto hechas realidad en muchos de nuestros semejantes.

Desde olimpos lejanos, o quizás muy cercanos, surgen oportunos vientos que ayudan eficazmente a la travesía de nuestra vida por el gran mar del mundo. Para llegar al final, donde unos auguran cataratas negras y otros divisan claras riberas, tal vez haya que pasar por alguna de esas desagradables cataratas para arrivar a aquellos lugares luminosos. Conviene tener fe; sin confiar no podríamos ser humanos.

ESPERANZA, BENEVOLENCIA, JUSTICIA

El presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad, decía C.S. Lewis, el autor de las famosas Crónicas de Narnia. Sacarle provecho al ahora, venga como venga, es sabiduría. También lo es esperar: el gordo de la lotería, un trabajo mejor, o la anhelada media naranja. Una persona necesita de la esperanza para no desfigurar su espíritu; pero, en ocasiones, no es fácil esperar.

            Tener esperanza debe ser algo razonable. Estar esperanzado requiere tener ya una prenda de lo que se espera. La esperanza en la vida nace de aceptar nuestra situación, sea cual sea, como consecuencia de tener un motivo suficientemente profundo y verdadero para sacar adelante nuestra biografía. Tal motivo puede ser mucho más asequible de lo que pensamos. Pienso que se vincula con realidades sencillas, cercanas, que al asumirlas –quizás sin mucho entusiasmo- contribuyen a hacernos mejores personas. Una persona con esperanza es atractiva; infunde deseos de vivir.

            Salir a la calle y ver a la gente “cada vez más guapa” –como decía un sabio alegre- no es tanto cuestión de agudeza visual como de luz. Saber querer, saber afirmar la vida personal de los demás, no es siempre fácil; incluso, puede ser muy difícil. Después de todo, la vida tiene mucho que ver con aguantarnos unos a otros; pero esta recia madera puede convertirse en un peso frío e inútil o en una magnífica hoguera, en torno a la que se sitúa la familia y la amistad. La mayor parte del éxito está en encontrar la cerilla adecuada. No suele estar lejos de nosotros, pero puede hallarse olvidada o mojada; y no por esto es irrecuperable.

            La benevolencia es el más hermoso de los dones; pero tiene que estar sopesada en la balanza de la justicia. Sin justicia la benevolencia puede caerse de lado haciendo el ridículo. Algo similar o peor puede ocurrirle a la justicia si en un plato tiene afrentas y en el otro venganza. Es entonces cuando la humanidad de la balanza se parte en dos. Pero en caso de cierto desequilibrio, personalmente preferiría la inclinación a la benevolencia.

La luminosidad hace cambiar completamente la perspectiva de los paisajes. Suelen alternarse periodos de claridad y de oscuridad, más o menos intensas. Pero siempre, por encima de las nubes o a la espalda del planeta, está el sol. Saber de la existencia de esa luz -que no es propia- y actuar en consecuencia, cuando se siente o cuando se oculta, supone encontrar el misterio que hace germinar la vida propia y la de los demás.

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