Wednesday, August 16, 2017

Mujer y madre


Es preciso educar la mirada para contemplar la condición femenina. La feminidad tiene que ser apreciada por sí misma. La feminidad es escucha, acogida; puede ser una ráfaga de alegría o un amanecer de contento. También es orden, comprensión, economía tan exigente que puede prodigar con frecuencia extraordinarios. La feminidad es temperamento, es un dulce darse con voluntad indómita y enamorada. Se trata de una genial ingenuidad porque la condición femenina es sencilla en su raíz. Su madurez radica en su realismo y como es realista tiene buen humor. 

Feminismo profundo

La mujer es la tierra madre; el humus de todas las patrias, el corazón de casi todos los hombres, la causa de muchas banderas. La condición femenina es reina y señora porque reina sirviendo; de ahí surge su fortaleza vital, su posicionamiento firme en la vida, su ser fuente de alegría, su descomplicación.

            La mujer ama más porque su visión es intuitiva, nuclear, detecta a la legua al que ama y al que sólo desea. La mujer es especialmente apta para amar, para darse, y el amor es imprevisible. Por esto la condición femenina se bandea con soltura en el oleaje de la vida, las coge al vuelo, las ve venir…y, si son para bien, no las deja pasar.

            La feminidad es colores en la merienda, primor en la tarta de cumpleaños, perfume tenue en la ropa lavada, inteligencia preclara en la dirección de empresa, tesón y esfuerzo en el estudio universitario, serenidad en el trabajo, mirada coqueta que rompe el corazón del hombre.

           La envidia, la ostentación, el orgullo…son serpientes que la muerden, pero  frecuentemente con poca eficacia porque en su sangre está el antídoto de la generosidad. Otra es la epidemia verdaderamente grave que asola ahora la feminidad: el progresivo corrompimiento de su identidad. No se trata sólo del burdo, ciego y pandémico afán de pretender reducir su ser mujer a ser hembra, sino de algo más sutil: hacerla creer que su dignidad radica exclusivamente en su libertad y autonomía…Éste es el terreno abonado para su infecundidad biológica, “artística” y personal.

            Hemos de salvar la identidad de la mujer de hoy para salvar a la humanidad de la idiotez y del abatimiento. Este empeño impulsa, cómo no, tantas buenas conquistas sociales que la mujer ha logrado; pero no debe permanecer en un silencio suicida ante la falta de respeto a la condición femenina. Quienes se saben más hombres pensando en su madre me entenderán. Quienes hayan visto vivir y morir con alegría a la mujer de su vida suscribirán estas frases escribiéndolas mucho mejor.

La grandeza de ser madre

La maternidad es la roca del alma para el hijo, el corazón de la mujer y la felicidad que habita en el esposo. Ser madre es ser incondicional, es vivir para los seres queridos. Las personas, despojadas de sus madres, serían dramáticas marionetas de un mundo errático. Desde luego no me refiero tan solo a una maternidad biológica sino también espiritual, de acompañamiento humano con el ejemplo, el servicio, la exigencia y el cariño. Por este motivo hay huérfanos que pueden encontrar una auténtica nueva madre y mujeres que, sin haber concebido ningún hijo, encarnan una maternidad operativa y decisiva para las chicas o los chicos a los que atienden. La maternidad es un mirar hacia, una intuición comprensiva superior a cualquier razonamiento. Se trata de una relación tan fuerte que establece los vínculos más primordiales entre los seres humanos. Genera las más auténticas sonrisas y establece con los hijos los más sencillos y mejores juegos. Maternidad y filiación son tendencias profundas y simultáneas que posibilitan la entidad de la persona misma. Ser madre es querer transformar en vida el amor por el esposo, vivir más, realizar la feminidad en la dura y entrañable pedagogía del amor sabio.

Ser madre es compartir con el esposo tareas del hogar, aventajando al marido en  soltura, gracia y economía. La maternidad se extiende a una multitud de cosas: El mantel de la merienda, la camisa que combina bien, el tenue buen olor del hogar, el guiso acertado, la negación precisa a un capricho inconveniente de un hijo, lo cotidiano hecho con encanto, el genio, el realismo de una vida que sabe vivir con alegría y encara la muerte pensando en los demás.

Las cosas hoy son complejas porque se han perdido capacidades de ver lo evidente. Por este motivo cambiamos ahora el ritmo de la narración. Pese al actual auge mediático de la ideología de género, seguimos pensando – bruscamente- que el  pecho femenino es algo especialmente apropiado para dar de mamar. La intuición felina con la que hago tan arriesgada afirmación se basa en el hecho de que todos los mortales nos hemos alimentado de los benditos pechos de nuestras madres.
Un pecho que da vida no sólo da la leche del cuerpo, sino la del espíritu: el de la maternidad y la familia. Esta vitalidad genuinamente femenina es la fuerza de la tierra y de la humanidad. Tal casta de maternidad construye una biografía de biografías: un hogar; el último baluarte contra los tiranos. El temple y la decencia de la madre modela una familia, a la vez que encuentra en sí misma  un manantial de ingenio y de eternidad.

El hombre, perenne marmolillo –excepto en sus raptos de juventud- gira inconsciente y atolondrado en torno a su verdadero eje o quicio: su mujer. Y el hecho de que prospere ahora el desquiciamiento no es otro que la ruptura de ese eje. Cuando un hombre y una mujer construyen, con los ladrillos de los días y el cemento de un amor entregado, su casa y su familia, se construyen y se aseguran a sí mismos. Cuando hombres y mujeres revolotean  divorciándose y volviéndose a casar en matrimonios de papel de fumar no habitan en hogares, sino en grutas: porque sus espíritus pueden ser  como cuevas de atractiva entrada pero de tenebrosa e incapaz acogida. Sus entrañas se llenan de murciélagos.

Una feminista americana dijo que la familia es un “confortable campo de concentración”. Ocurre precisamente lo contrario: la familia es una concentración de campo confortable; si se cultiva. La madurez consiste en trabajar para conseguir fruto; no en disfrutar trabajosa y estérilmente. Es estupendo que una mujer sea presidente del gobierno, por ser capaz; no por ser mujer. Es fantástico que el hombre cocine en la casa, si aprende a cocinar. Pero es esperpéntica la situación que desatiende y discrimina a la familia, al son del berrido del cuerno progresista. Chesterton decía que quien se rebela contra la familia se rebela contra la humanidad; a mí me parece que se rebela también contra sí mismo.

Cuando pase este otoño de decadencia, dispersando las hojas muertas, siempre llega la primavera revigorizante de la vida. Allí siempre está el rostro amable y acogedor de una madre, donde uno puede reconocerse como un ser humano.

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