Monday, August 07, 2017

Conocimiento de la verdad

Nuestro ámbito de movimiento diario no parece contener demasiados secretos. Sin embargo, si una mágica fuerza nos elevara por encima de la atmósfera y nos sacara del sistema solar veríamos nuestra casa, incluso nuestro lugar de trabajo, con una morriña gallega. Si otra fuerza contraria, no menos enigmática, nos hiciera minúsculos y nos introdujera en las agobiantes angosturas del mundo subatómico apreciaríamos muy de veras la “enorme” habitación en la que descansamos por la noche. Estas fuerzas antagónicas convergen en nuestra inteligencia, es decir: en la posibilidad que tenemos de ponernos en el lugar de la realidad. Sólo cuando encontramos un sentido del universo podemos estar bien con nosotros mismos. Necesitamos mirar a las estrellas de vez en cuando, aunque resulte más apremiante arreglar el lavaplatos.

            El mundo que nos rodea

La reflexión sobre el inalcanzable sendero de la historia o el misterio del cosmos y de la propia vida es el caldo de cultivo adecuado para buscar la verdad. Sin enigmas que resolver no hay verdades que buscar. Ciertamente la pericia de un electricista, la buena mano de un cocinero o el regate certero de un buen jugador de fútbol ofrecen una gran satisfacción, sin necesidad de suponer un poderoso reto intelectual. Es más: sin estas destrezas físicas podríamos acabar en babia o en locura. ¿En que quedamos entonces?...Las fantásticas habilidades domésticas, profesionales o deportivas pueden agostarse o desaparecer por el peso de la rutina o de los años. Una buena interpretación del mundo es el marco adecuado para renovar nuestras mejores capacidades, aunque sean discretas como un pase preciso que hace posible el gol.

            El encontrarse a gusto con el mundo, a diferencia de lo que le ocurre a un alegre jilguero, no puede eludir el ejercicio de la razón. Dejar la inteligencia destartalada en el cajón de los trastos viejos es como salir de un submarino a cien metros de profundidad sin bombonas de oxígeno. El asombro ante el mundo no es sólo la admiración por una mujer especialmente bella sino también el pasmo ante realidades duras que hay que afrontar. La casa en la que de niño fui feliz con mi familia puede ser que un día tenga que dejarla completamente vacía, para venderla. Los hay, y parece que son muchos, que no tienen ni casa. La clave de bóveda está en encontrar el ángulo que une el enamoramiento respecto de la persona amada con la pérdida del inmueble inolvidable. Y esa arquitectura se encuadra en la cruz; sin ella se viene abajo el amor y el hogar, el suelo de la vida.

            Empecemos por el principio, que puede ser también el final: Arriba, abajo, derecha, izquierda...Las cosas me llaman la atención porque son verdaderas. Sólo quien está loco, o actúa como un egoísta de competición, considera que su interés es fuente de veracidad del mundo. Lo duro de esta reflexión es que ninguno somos inmunes a esta locura o a este egoísmo, en mayor o menor grado. Por este motivo el conocimiento de la verdad va parejo con el ejercicio de la honradez. Conocer la verdad de las cosas, ponerlas cada una en su lugar, es costoso con frecuencia.

Si la verdad no nos hace libres la libertad no puede hacernos verdaderos. Tener dos pulmones y un corazón no es una carga, sino una naturaleza con la que puedo cargar las cosas de la vida. Precisamente la verdad de la naturaleza propia es la que tengo que cuidar para ser racional, libre y feliz.

Abrir la mente

Desde hace siglos el razonamiento científico experimental ha resultado mucho más ventajoso que el especulativo: los conocimientos médicos y tecnológicos son un ejemplo de eficacia abrumadora. Estos factores han llevado a un cierto cansancio respecto a la reflexión teórica del mundo.

Sin embargo no es menos cierto que actualmente están en crisis valores tan importantes cómo la dignidad de toda vida humana y el sentido de la familia. Nos damos cuenta de que muchas nociones, antes comúnmente admitidas, son ahora objeto de polémica. Por todo esto es importante recuperar e innovar ideas de vital importancia sobre la realidad y la sociedad que han sido fruto de innumerables esfuerzos a lo largo de la historia. El mundo actual ha mejorado en muchos aspectos pero en otros tenemos que reaprender a vivir de un modo más humano. El camino de la más genuina Filosofía, como la de Sócrates, ha sido siempre el de abrir la mente a la realidad y hablar sin miedo con lógica y honradez.

Vamos a poner algunos ejemplos: a) El alma humana no es solo una consideración religiosa. Se trata de una noción filosófica y biológica: un principio motor de vida, una evidente estrategia de crecimiento; una “hoja de ruta del ser vivo” que en el caso del hombre tiene posibilidades racionales. b)  La inmaterialidad del conocimiento intelectual no es un asunto medieval: Puedo pensar en un incendio sin que me arda la cabeza o reflexionar sobre los esquimales sin sentir frío. c) La ley natural no es algo superado, pueden creerme: tomen una tarta con precaución y estámpensela sin saña a un viandante europeo. Posteriormente vuelen a Tanzania y repitan la operación con un aborigen. En ambos casos tendrán muchas probabilidades de acabar con un ojo morado, si bien también será golpeado el cansino relativismo que nos invade.

Ampliar el mundo

Se ha hecho popular la expresión “es lo que hay” para afrontar con sereno realismo el día a día. Ahora bien... ¿Qué es lo que hay? Si pensamos un poco  nos damos cuenta de cosas fantásticas: Nuestro nombre y apellidos son la vanguardia de un linaje milenario. El latoso teléfono móvil que usamos es una de las muchas consecuencias de la historia de la investigación humana. Las venas de mi peludo brazo me hermanan con algún simpático y allegado Cro Magnon. Hoy estamos trenzados con un pasado remoto; convendría tenerlo más en cuenta. El tiempo es una paradójica realidad donde se entrelaza el pasado, el presente y el futuro en la propia vida personal. El presente, decía Lewis, es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad.

            Tenemos más posibilidades de las que parece a primera vista: Cada persona es capaz de ponerse en el lugar del otro; por eso cada hombre representa a la humanidad. Siempre recordaré un periódico en el que aparecía la cara de gran alegría de varios bomberos cuando sacaban viva a una chiquilla, entre los escombros de un terremoto. Esa capacidad de comprender la realidad, especialmente a sus semejantes, es lo que lleva afirmar a Spaemann que el ser humano es un símbolo del absoluto. Estamos “conectados en red” no solo con toda la historia sino con el más allá que trasciende la historia, cuya claridad está en este mundo como la luz en un lago, sustentándolo en su ser. Caer en la cuenta de esto supone una revalorización inmensa de nuestra vida concreta. Cada persona es única e irrepetible, pero esa individualidad se enriquece inmensamente si es capaz de darse más y más cuenta de muchos e importantes factores que hacen posible su existencia.

             Gestionar lo que elegimos es importante; pero sacar el máximo partido a lo que nos toca es también de mucho interés. Se puede soñar con la realidad y aumentar en un realismo optimista. Del encuadre que hagamos de lo que nos ocurre depende mucho la veracidad de nuestra biografía.


               Los argumentos de autoridad

           Si un astronauta en un paseo espacial encuentra una botella ingrávida que contiene un mensaje no podría sobreponerse a la curiosidad y la abriría inmediatamente. Si ese mensaje fuera el trozo de un mapa del universo la cosa se pondría muy interesante, aunque se tratara de la broma de un marciano. Si otro astronauta, en distinta misión galáctica, encontrara una nueva botella ingrávida con otro mapa cósmico complementario al encontrado anteriormente por su colega, las misiones espaciales se convertirían en una fabulosa versión del juego de la búsqueda del tesoro. Podrían tratarse de mensajes falsos, pero su contenido sería portada en todos los medios de comunicación. Desde luego si tuvieran un mínimo de rigor comenzarían a ser tenidos en cuenta por la comunidad científica.

            Desde hace mucho tiempo sabemos que la tierra no es el centro del universo y que nuestra galaxia es una entre miles. Desde hace más tiempo todavía conocemos que sabemos muy poco, aunque cada vez sepamos más cosas. Sin embargo, los argumentos de autoridad tienen hoy poca acogida en la opinión pública, salvo que se refieran a la salud o al dinero. Ciertamente si una conversación o un debate que se redujera a espetar argumentos de autoridad sería insufrible; pero de ahí a negar cualquier tipo de argumento de autoridad sobre el sentido del mundo y de la moral hay un abismo. Por esa grieta profunda se despeñan muchos de nuestros contemporáneos. A algunos les parece que dejarse ayudar por quien sabe más es una falta de personalidad; sin embargo se trata de una falta de inteligencia. Pretenden saltar de una azotea a otra como el personaje de Neo en la película de Matrix; pero la realidad no es matrix y el tortazo es de mucho cuidado.

            Si alguna institución o personalidad histórica nos traza un planteamiento del sentido de la vida de probada virtud es de locos no examinarlo con detenimiento. La autoridad verdadera potencia la verdadera libertad. Nuestro mundo occidental ha enloquecido de desconfianza respecto a los argumentos de autoridad. Ante realidades que engloban un misterio insondable muchos parecen insonorizan los oídos y cegar los ojos. Por esto es bueno recordar que sin autoridad no hay autor, ni trazas, ni sendero, ni designios: La racionalidad humana se convierte en una botella insignificante que se extravía en el espacio.

           Con la verdad y el mundo por montera

            Las atrocidades de Aüschwitz y de Katin son verdad, pero no son toda la verdad. El espíritu humano está hecho a prueba de bomba. Por otra parte, el impulso de vida que configura el fabuloso conjunto de verdades del universo tiene una consistencia entitativa de una intensidad insondable. La Luz de la luz no es captada por nuestros sentidos; pero esto se debe a su excesiva fuerza, no a su debilidad. Sin embargo, la inteligencia humana puede ir más allá de los sentidos corporales y apelar al sentido común que tiene mucho que ver con la humildad intelectual. Desde esta situación podemos encontrar la sencilla verdad de nuestra vida, con sus penas y alegrías. Esta vereda llega a resultar paradójica cuando se entiende que es la verdad la que nos busca a cada uno. Puede que, en ocasiones, queramos huir de ella, pero será porque hemos desdibujado sus facciones. La verdad es siempre esperanzadora porque nos trae consigo la paz y la felicidad.


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