Saturday, August 05, 2017

El rostro de la felicidad



Atreverse a ser feliz puede ser un reto sugerente para la vida adulta. A los niños no les hace falta atreverse a ser felices: con un mínimo de condiciones, lo son. En la adolescencia y la juventud existe una gran apariencia de felicidad, pero la llama cantarina de la dicha interna no es una luz fácil de conseguir. El adolescente "está, como la ropa de una lavadora, en fase de aclarado", según afirma el doctor Jesús Poveda. El joven necesita retos que merezcan la pena, pero la extendida psicología de "los botellones" llena a muchos sus estómagos, al tiempo que reduce de contenido sus aspiraciones. Por otra parte, la ancianidad es una etapa ardua en la que, entre el rescoldo de sus limitaciones, puede lucir el fuego de una elevada felicidad humana.

Una felicidad con rostros humanos

Hay muchos y buenos consejos para vivir con acierto: acostarse pronto -donde reside buena parte de la sabiduría, según el cardenal Newman-, llevar una dieta equilibrada, hacer algo de ejercicio, ser ordenado... La felicidad tiene un buen componente material: es maravilloso recuperar la salud después de una enfermedad, o conseguir el anhelado premio de la lotería. Pero la felicidad humana no puede contentarse con un sentirse bien. La alegría de vivir de un pájaro, o de un perro juguetón, no nos es suficiente. Hay otras dimensiones de la felicidad que se cultivan con ejercicios recios como procurar no enfadarse, practicar la humildad y saber perdonar.

En algunas ocasiones, la llamada de la felicidad puede plantearse como la de romper compromisos y barreras que nos parecen caducos, superados y angustiosos. Podemos buscar sacarnos el zapato que nos aprieta. Es lógico y humano tender a evitar lo que nos contraría, pero será prudente examinar con honradez si el problema está en el zapato o en el propio pie. De lo contrario, podemos quedarnos descalzos y andar con problemas por el mundo.

El bienestar y la paz interior están relacionadas con aceptar la propia realidad. Hay etapas de la vida en que esto no ofrece inconvenientes: "estamos encantados de conocernos a nosotros mismos". Otras veces, asumir los desafíos de la existencia puede resultar difícil y doloroso. Buena parte de la madurez humana consiste en distinguir las limitaciones que hay que superar de las que hay que aceptar, porque estas últimas son precisamente la condición de nuestra superación personal. La mujer embarazada, que acepta en su seno la vida de su criatura, sabe que sufrirá incomodidades. Pero se trata de sufrimientos aceptados por amor al hijo que viene de camino. Algo análogo sucede con nuestra relación con la realidad. Sólo sí la amamos, sufriendo sus inconvenientes, podremos recrearla y fraguar algo nuevo, que también nos renueva a nosotros mismos.

La más genuina alegría humana tiene que relacionarse con las caras de las de personas que nos rodean. Rostros encantadores o mal encarados, simpáticos o desagradables, pero siempre comprometedores. Especialmente nos retan las expresiones de las personas con las que compartimos lazos y responsabilidades de familia y de amistad. Compartir una sonrisa sincera y una alegría comprometida no siempre es fácil, pero nos hace felices. La felicidad propia es el reflejo de la alegría de rostros que no son el nuestro.

La felicidad tiene relación con los propósitos audaces, y la audacia real está al alcance de la mano: suele relacionarse con los compromisos. El pecado original lo es en su origen, pero realmente se trata de algo bastante vulgar.  Se manifiesta reiteradamente en el egoísmo y el orgullo. Por este motivo, educar el corazón es algo fundamental. En nuestro buen mundo, hay sin embargo un incesante bombardeo publicitario de felicidad de artificio, que plantea algunas evasiones más falsas que un diamante de plástico. En una atmósfera materialista, muchos jóvenes y no tan jóvenes parecen no tener criterios seguros para regir la afectividad, dejando que se desboque como un caballo indómito. El corazón es algo muy valioso, y sin él no podemos vivir una vida humana; pero las decisiones tienen que ser tomadas por la inteligencia y el sentido común. Un ejemplo: el volante es el que toma la dirección correcta por la que avanzara el motor. Funcionar a golpe de corazonadas es como pretender girar el coche con el motor; el mejor modo de salirse de la carretera y romperse la cabeza.

La educación del corazón depende de la educación de la inteligencia, y ésta de la verdad de las cosas. Sí el defensa es delantero y el árbitro portero, no hay quién se aclare ni quien meta un gol. El relativismo y el escepticismo se plantean de modos presuntamente intelectuales, pero enmudecen sin decir palabra a la hora de las necesidades perentorias, como comer o recibir asistencia médica. Tales necesidades plantean que es positivo e inteligente que el amor humano, y los compromisos que trae consigo, también se orienten por criterios sólidos y estables; cosa que ha de ocurrir especialmente en el matrimonio y la familia.  La felicidad no es sólo un sentimiento, y mucho menos un juego donde se deja en la estacada a personas que necesitan de nosotros. La felicidad es un fin en cuyo camino, a veces espinoso, ya se comienza a disfrutar de ella, en compañía de otros.

Felicidad y fin personal

Algunos dicen que el ser humano es lo que come. Dado que esta definición es similar a la de un animal de bellotas, conviene completarla diciendo que toda persona humana es una misión. La vida nos plantea, en ocasiones, retos tan distantes a nuestros gustos como puede serlo una estrella. Pero sin astros lejanos tampoco habría un mundo humano. La ansiedad y angostura de espíritu es consecuencia de haber perdido de vista la propia estrella: la misión a la que cada uno ha sido llamado. Una vocación es más grande que el universo, por modesta que parezca, pues los retos que plantea son más profundos que el propio corazón, siendo su origen más lejano que las galaxias. Cuidar a un enfermo puede ser más importante que una teoría para salvar el mundo; porque el mundo, sin la primacía del rostro humano, se evapora y desaparece. El escritor C. S. Lewis escribió un libro titulado "Mientras no tengamos rostro", en el que plantea que el camino de la vida es una progresiva configuración de nuestra fisionomía espiritual.

Saber mirar a las personas requiere una cultura muy superior a la de un experto en historia del arte. En primer lugar, conviene recuperar la sencillez y la gratitud ante el espectáculo de la existencia. Cuando la libertad y la autonomía ponen gestó despectivo respecto a todo lo llano y normalito del mundo, hacen gala de una insoportable falta de buen humor y de sentido común.

Otra tarea necesaria es la forja del propio carácter en las relaciones personales. Virtudes como la justicia y la fidelidad han sido ensalzadas en todas las civilizaciones humanas. Sin estas virtudes, el camino de la felicidad no es practicable. Aguantarnos unos a otros es parte clave de la historia de la humanidad. En esa convivencia milenaria hay ejemplos de excelencia y de vileza. Lo más fácil para mejorar puede ser pensar en aquellos que conocemos y nos parece que, pese a sus defectos, saben hacer de la vida algo que merece la pena. En ellas hay virtudes; sobre todo la de saber querer. Se trata de personas que tienen el corazón preparado para tener franca cordialidad con los demás.

La proximidad del cristianismo

El asombroso salto de cercanía que plantea el cristianismo es el de afirmar, a los cuatro vientos, que el mismo Dios tiene un rostro humano. Este hecho histórico plantea un nuevo modo de relación con las personas, a las que el Génesis define como imagen y semejanza de Dios. El asunto no es inmediato. Por ejemplo: a veces vemos rostros de modelos en los anuncios que juntó a una notable belleza física, parecen manifestar una inteligencia más bien escasa. Además, el aburrimiento, la chabacanería o la vulgaridad, no son ajenos a la condición humana. Sin embargo, por poco agraciados que seamos, late en nuestro interior una fuerza sorprendente que asoma al rostro cuando amanecemos a la gratitud y, sobre todo, a la comprensión.

Cualquiera que no sea un ingenuo, conoce que esta vida tiene sucesos y etapas tan duras y desagradables, que parecen desafiar hasta el propio sentido de la existencia. También es verdad que se nos ofrecen muchos momentos gratos y entrañables. El cristianismo nunca ha renegado de las legítimas alegrías humanas, sino que las ha orientado hacia una plenitud de sentido. La doctrina católica enseña que las Bienaventuranzas evangélicas, fuertes paradojas que dan sentido al dolor, constituyen el rostro moral del Salvador, según afirma el catecismo católico. Algunas personas han buscado con fuerza y decisión este rostro humano y divino. En esta búsqueda, el camino del sufrimiento es imprescindible para saber encontrar el valor divino del rostro humano, donde puede descubrirse el de Dios. Sólo desde la Cruz, desde la apertura amorosa y esforzada a la realidad, encontramos la verdad de nuestra vida y la de los demás. No se trata de un culto al sufrimiento, sino de una inteligente búsqueda de rehabilitación de la propia alma. Aunque lleguen densos nubarrones y dolores, el cristianismo sabe que el rostro de Dios ha sido el de un ajusticiado, pero también el de un resucitado.

Saber disfrutar de la vida es un arte y requiere de talento natural y de capacidad de disfrutar; valores propios de todas las culturas y religiones. Lo que el cristianismo ha afirmado es que en el fondo de los hombres y mujeres que no le han rechazado, está Dios. Esta fe es la que alienta una alegría incomparable y una felicidad que, siendo un grandioso don, está al alcance de la mirada. Se trata de una felicidad que ha aprendido a mirar al mundo, de tal modo, que lo hace más feliz. Nace también así el verdadero sentido del humor, que surge de la celebración de la vida, con todo su cortejo de precariedades. Torear con salero las limitaciones de cada día, solear un día gris y lluvioso con un trabajo bien hecho, o navegar gozosamente por encima de las olas de defectos propios y ajenos son técnicas que requieren de auténticos maestros del vivir. No siempre es fácil, porque muchas cosas tienen bastante poca gracia. Pero seguramente la gracia de Dios también tiene que ver con esto: con hacer un mundo más divertido. Aunque haya muchos momentos en los que la broma no tenga ningún sentido, siempre lo tendrá una visión positiva de todo lo que acontece, algo así como una sonrisa moral y, si es posible también física, que es un signo de afirmación positiva del mundo: la señal de la Cruz.



No comments: