Concupiscencia es la
tendencia posesiva que se tiene para satisfacer una necesidad. Si tengo hambre
y veo un alimento apetecible, tiendo a comérmelo. Con ese alimento no se tiene
una relación de respeto: uno no se disculpa ante un bollo antes de zampárselo.
De todos modos, conviene valorar la identidad de los objetos, aunque sea para
no coger una indigestión.
El amor supone respetar y valorar la identidad del otro. Por
eso el amor se da propiamente entre las personas. Amar a una persona no puede
reducirse a apetecerla, porque esto significaría tratarla como un objeto. Es
posible establecer relaciones humanas donde se conjugue cierta concupiscencia
abierta al amor, siempre que sea éste último el que presida la acción. Por este
motivo, es una equivocación rotunda confundir ambos términos. En la
concupiscencia uno se busca principalmente a sí mismo, en el amor se busca
sobre todo el bien del otro. Además, es clarificador saber que un amor es verdadero
si nos está haciendo ser mejores personas.
Pienso que se puede hacer una traslación paralela al terreno
de los pensamientos. Es lógico que con los pensamientos queramos resolver
problemas y encontrar soluciones. Pero hay pensamientos guiados por una lógica
de dominio, cerrada en uno mismo, y pensamientos abiertos a la realidad,
especialmente a la de los demás. Este último tipo de pensamientos son mucho más
decisivos a la hora de entender la vida y a nosotros mismos. El pensamiento
dominador, egocéntrico, acaba por producirnos tristeza. El pensamiento abierto
a lo real, a la ayuda a nuestros semejantes, suele producir alegría. De un modo
análogo al terreno del amor, es lógico tener cierto nivel de pensamientos de
dominio, pero éstos han de abrirse al pensamiento guiado por la realidad
exterior a la mente.
Podemos establecer paralelismos con otras dimensiones; por
ejemplo con la política. Esta actividad puede
concebirse como un ejercicio lamentable de control y poder, o como una noble
dimensión de servicio a todos los ciudadanos.
Incluso podríamos hablar de dimensiones espirituales
cerradas o abiertas. Una oración entendida exclusivamente como una especie de
inversión de monedas para obtener un producto de una máquina tragaperras, es
una instrumentalización de Dios. La auténtica oración tiene que ser sincera,
pero ha de estar abierta a la voluntad divina, que no es la propia.
Todas las dimensiones descritas son importantes a la hora de
educar, y orientan el propio acto educativo. A los alumnos se les pueden
imponer una serie de normas, pero no se les puede tratar como objetos. Educar
tiene relación con las nociones de guiar y de educir. Ésta última significa
ayudar a sacar lo mejor de ellos, y esto no puede hacerse si los interesados no
quieren. Querer a los alumnos, respetando y valorando su identidad, pensar en
positivo sobre sus capacidades, ayudarles con competencia profesional, y rezar
por ellos si somos creyentes, serán los requisitos para que chicos y chicas den
una respuesta personal y creativa.
José Ignacio Moreno Iturralde
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