Friday, May 15, 2009

Creo en la Santa Iglesia Católica

La Iglesia está donde está la Eucaristía: el mismo Cristo con su cuerpo, alma, sangre y divinidad; verdadera, real y sustancialmente presente bajo las especies de pan y de vino. Por este motivo la Iglesia tiene sacerdotes que confeccionan los sacramentos: canales de la gracia divina. Sacramentos instituidos para el Pueblo de Dios, la familia de los hijos de Dios: sacerdotes y laicos –el panadero, el taxista, etc...-. Recordamos ahora que Dios no se ata las manos con los sacramentos y puede otorgar su gracia a las almas de otras maneras; pero sería un error grave no valorar estas realidades de la Misericordia de Dios para con los hombres.

La Iglesia nace de la sangre del costado de Cristo muerto. La Iglesia tiene un único Corazón: el de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación eterna. Este plan de Salvación se refleja en una frase de Clemente Alejandrino: “Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia” (Paedagogus 1, 6, 27).

El Catecismo dice en el punto 760: "El mundo fue creado en orden a la Iglesia" decían los cristianos de los primeros tiempos (Hermas, vis.2, 4,1; cf. Arístides, apol. 16, 6; Justino, apol. 2, 7). Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, "comunión" que se realiza mediante la "convocación" de los hombres en Cristo, y esta "convocación" es la Iglesia. La Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer. 1,1,5), e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo.

La historia de Abraham, Isaac, Jacob, hasta llegar a Jesucristo –Dios hecho hombre- se prolonga con la andadura de la Iglesia a lo largo de los siglos como dispensadora de los misterios de Amor de Dios con los hombres: su apasionado deseo de que seamos hijos suyos al participar en su misma vida divina por la comunión con Cristo por medio de la gracia, que es incoación de la gloria y que se manifiesta en la caridad.

La historia de la Iglesia es la historia de sus santos. En esto estamos: muchísimos procuran estar cerca de Dios a través de la vida ordinaria, con una dimensión apostólica, en preparación de la Jerusalén Celestial del final de los tiempos y en unión con la Iglesia triunfante –los bienaventuados- y la Iglesia purgante –las almas benditas del purgatorio-.

Ánimo que la vida se pasa y hay que sacarle provecho de cara a la eternidad, haciendo más humano y cristiano este mundo nuestro, con la ayuda de Dios y de su Madre.


José Ignacio Moreno Iturralde

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