La Junta de Andalucía ha dado la orden de retirar los crucifijos de las aulas de un colegio de Jaén que, paradójicamente, lleva el nombre de San Juan de la Cruz, uno de los santos que más gloria ha dado a la Iglesia universal, además de elevar su poesía a la cima de la literatura de todos los tiempos. En el origen de esta decisión se encuentra la denuncia del padre de un alumno que se negaba a que su hijo asistiera a las clases que tuvieran colgado el símbolo cristiano por excelencia, como si fuese algo ofensivo. Lo que llama la atención no es la denuncia de una persona, sino que haya sido acogida sin más por los poderes públicos, que deberían haber tenido en cuenta la opinión de todos los padres de familia y el valor de este símbolo. El crucifijo es un signo esencial de nuestra cultura y de nuestra tradición como pueblo. Del seguimiento al crucificado han nacido obras literarias y artísticas, empresas de largo alcance como la evangelización de América, obras de servicio a los más necesitados, y la convicción profunda de la dignidad sagrada de toda persona. De seguir esa furia iconoclasta, habría que cambiar de nombre todas las instituciones públicas, colegios, universidades, calles y plazas de toda España que lleven nombres de santas y santos que lo fueron precisamente por identificarse con el crucificado. La presencia del crucifijo en la escuela no ofende los derechos ni impide la libertad de nadie. Por el contrario, recuerda nuestra historia común, y subraya lo mejor del patrimonio espiritual y moral de nuestro pueblo. El socialista Tierno Galván dio ejemplo cuando otro socialista pretendió quitarle el crucifijo de su despacho en la Alcaldía de Madrid y le dijo. “No hace daño a nadie, es un símbolo de paz”. Así que el alumno que se siente ofendido, que cambie de colegio o que no mire, porque los cristianos estamos cansados de aguantar bastantes ofensas ya. Ya está bien señores.
Elena Baeza Villena
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