Información sobre la fe cristiana y la dignidad humana en relación con el mundo actual
Sunday, April 06, 2025
Saturday, March 22, 2025
Búsqueda y encuentro de la verdad
Buscar la verdad es algo
profundamente humano. Se trata de un itinerario relacionado con el cariño recibido en la
infancia, con el hogar donde nos criaron y educaron. También esta búsqueda de
lo auténtico puede tener que ver con situaciones de falta de justicia en nuestra
vida y en la de los demás, que nos mueven a encontrar un sentido a algo que no
comprendemos. Por otra parte, los sueños de la juventud aspiran a algo que nos
llene la vida. Para esto habrá que ser generoso y saber rechazar ofertas
aparentemente atractivas, bajo cuya máscara se encuentra la mentira. A medida
que maduramos la realidad va imponiendo sus límites, en ocasiones bastante
precarios. Avanzada la trayectoria profesional, uno puede encontrarse con un
panorama más modesto de lo que había previsto. Y entonces parece que lo que
toca es simplemente “ir tirando”. Pero esa expresión puede esconder algo
fantástico y misterioso.
Pretender encontrar la
verdad, puede ser más un don que una búsqueda. Quizás no se trata tanto de una
conquista personal como de desembalar un gran don, que se esconde en la
apariencia de lo sencillo. Entonces uno encuentra alegría en los días, consuelo
en las cosas inexplicables, e impulso y sentido para vivir mejor.
La verdad que más nos
importa es una verdad personal, la de los seres más queridos. Por esto la
verdad más grande ha de ser personal. La gran paradoja de la búsqueda
de la verdad es que la Verdad es quien nos busca, es la que “va tirando” de
nosotros. El cristianismo afirma que Dios, en su misterio de amor personal, ha
decidido libérrimamente relacionarse con los seres humanos, de un modo
asombrosamente familiar. Es Él quien se nos ofrece a sí mismo.
A la hora de definir el
ser humano -el ejemplo no es mío- me viene a la cabeza un pollino; o sea: un
burro. Ese animal resulta -si no es rencoroso y coceador- sencillo, laboriosos
y simpático. Pero se trata de un burro que puede tener una estrella en la
frente: una visión grandiosa y alegre de la existencia, pese a sus
dificultades.
La buena filosofía nos
ayuda a conocer nuestra humilde condición, preparando el camino para encontrar
nuestra más íntima verdad personal: la estrella de la llamada divina, que a
cada uno toca descubrir. Y con esa estrella -que lleva dentro mi nombre- ya no
soy solo un burro, sino un hijo querido.
José Ignacio Moreno Iturralde
Monday, March 17, 2025
La importancia de la formación cristiana
Hace muchos años
participé en una carrera por el campo en Soto del Real. Algunos íbamos muy bien
equipados. Había un chaval que llevaba un pantalón corto raído, una camiseta y
unas zapatillas bastante elementales. Empezó la carrera, de unos tres kilómetros.
Ese chico, que era el hijo de la lechera, empezó a correr a toda velocidad y no
le volvimos a ver el pelo. Sacó muchísima ventaja al segundo. Llevaba corriendo
toda su vida detrás de las vacas: estaba muy en forma.
Pienso que la formación
no se reduce a recibir unos conocimientos; sino que tiene que ver con el
sentido profundo de la palabra forma. La forma es la configuradora de orden, de
sentido, incluso de vida. Un embrión en el seno materno puede que no tenga todavía
una apariencia, una forma accidental humana, pero su forma sustancial, profunda
-su principio configurador de vida- es el de un ser humano.
Nos interesa cuidar el
físico, y hacemos muy bien. También es muy importante poner en forma la cabeza,
la voluntad y el corazón: Educar la mente -con contenidos verdaderos-, la
libertad –con virtudes- y los afectos -intentando llevarlos hacia el bien-. Por
ejemplo: es importante saber que el amor es ante todo un acto de la voluntad y
no solo un sentimiento. Es clave darse cuenta de que los amores verdaderos son
los que nos hacen ser mejor personas. Y opino que sucede lo mismo con los
pensamientos: si no me dan paz interior, si no me hacen ser mejor, son falsos,
por muy lógicos que parezcan.
Todo esto no nos quita personalidad,
sino todo lo contrario: facilita la única e irrepetible identidad de cada uno y
de cada una. La forma de las formas es el acto de ser concreto que Dios nos da
a cada uno… Quizás por esto se dice que Dios, aunque seamos miles de millones,
no sabe contar más que uno.
Un chiste malo se
pregunta "¿por qué los de Lepe dedican mucho tiempo a bucear? Porque en el fondo
no son tan tontos"… Pues eso: hay que profundizar. La formación más
significativa es la que supone una transformación. Hay que formarse para
transformarse. Lo que más nos transforma es sabernos queridos, perdonados y
valorados.
El cristianismo no es un
simple curso de formación, sino un encuentro libre y personal con Dios, que nos
quiere y nos limpia las heridas interiores. Un encuentro que nos hace ver lo
que es más importante y lo que es secundario; y por esto nos hace más libres.
Un encuentro que nos transforma y nos llena de alegría.
José Ignacio Moreno Iturralde
Saturday, March 15, 2025
La fuerza de la debilidad
Cuidar a una persona muy
mayor no siempre es agradable. Hay que prestarles servicios que pueden resultar
costosos; todavía resultan más difíciles si tal persona tiene un carácter
difícil. Pero ese familiar o amigo, avanzado en años, de vez en cuando muestra
una sonrisa sincera y un agradecimiento conmovedor.
Las atenciones que se
presten a personas pobres, enfermas o discapacitadas, en ocasiones son duras y
agobiantes; pero siempre dejan una satisfacción de llenazo en el hondón del
alma. Por este motivo, la ayuda a los necesitados es un buen medidor de nuestra
talla moral.
Respecto al aborto voluntario, con todos los
atenuantes que puedan concurrir en esa delicada situación, lo que resulta
preocupante es la total ausencia de misericordia para la criatura que se está
gestando. Aceptarle sería quizás una carga, pero también probablemente una gran
alegría… En cualquier caso es un ser humano, en una situación vulnerable, por
la que todos pasamos: alguien que podría llegar, desde su debilidad, a sonreír
a sus padres. Puedo entender -no aceptar- que alguien decida eliminarle; pero
lo que considero alarmante es la convicción legal y social de que abortar es un
derecho: el derecho a matar al propio hijo de las entrañas. Cuando la ley se
basa en la propia voluntad, y no en la naturaleza de las criaturas, la sociedad
se vuelve más despótica e inhumana. Sin embargo, cuando se asume la maternidad
y la paternidad entramos en un mundo familiar, donde el amor que da fruto se hace raíz de una civilización fuerte, que da prioridad a los más indefensos.
El ser humano es siempre
una sorpresa. Por esto, es asombroso constatar cómo algunos enfermos graves son
capaces de tener buen ánimo y alegrar a quienes les cuidan. Conozco ocasiones
donde un moribundo le da por hacer un chiste, o alguien afectado por un ictus
cerebral es capaz de hacer una broma para tomar el pelo a sus acompañantes.
Esto demuestra que el espíritu humano puede tener una realidad grandiosa. Es
precisamente la debilidad la situación de la que, de vez en cuando, surge una
rayo luminoso portador de fortaleza y
alegría.
José Ignacio Moreno Iturralde
Saturday, March 08, 2025
Los pensamientos verdaderos
Con frecuencia nos enfadamos, nos constipamos, y tenemos ganas de mandar a la porra bastantes cosas. Pero toda esa fragilidad es el contrapunto para encontrar fortalezas más sólidas y permanentes. Necesitamos la ayuda de los demás y de la de Dios para continuar con más garbo la vida. Hemos de esforzarnos por procurar evitar pensamientos negativos, tristes y tóxicos porque son mentira. Hay que subir hacia arriba como los salmones y elegir pensamientos positivos, generativos de esperanza… porque nos hacen ser mejores, porque son verdad.
José Ignacio Moreno Iturralde
Sunday, March 02, 2025
El exceso de ambición
Soy profesor de 2º de
Bachillerato y me da alegría ver cada año como los alumnos se preparan con
empeño para la prueba que les permitirá acceder a Grados Universitarios, u
otros estudios. Tienen toda una vida por delante para hacer muchas cosas
estupendas. También da particular gozo ver a antiguos alumnos, que destacan en
sus primeros pasos profesionales. Procurar ser de los mejores en la tarea que
uno elija es una aspiración lícita y motivadora.
Sin embargo, al hablar de
estos temas, siempre recuerdo un consejo paterno, dicho como de pasada: los
males del mundo se resumen en la falta de moralidad y el exceso de ambición. El
primer elemento del mal es importante, pero voy a centrarme en el segundo.
Vivimos en una sociedad algo apresurada y ansiosa. Hacemos muchas cosas, pero
no sé si siempre tenemos un motivo profundo y convincente para hacerlas. Quizás
sea bueno plantearse, a diario, una jerarquía de valores. Como decía Stephen
Covey: puede ser interesante guiarse más por prioridades que por actividades.
No siempre resulta fácil, pero merece la pena pararse a considerarlo.
La avaricia rompe el saco
y, en ocasiones, la salud. Es magnífico plantearse retos y superarlos. El ser
humano siempre quiere superar límites. Esto puede estar muy bien en muchas
ocasiones; pero en otras no… Hay veces que hay que tener la sensatez de saber
pararse. Conocer las propias limitaciones parece que vende poco, pero puede
comprar mucho: el bienestar propio y ajeno. La prudencia es una virtud de
sabios, que suele llevar a la victoria.
Lo más paradójico de todo
esto es que mantener a raya la ambición de algunas cosas puede suponer colmarla
en otros asuntos más importantes, como puede ser dedicar tiempo generoso a la
familia. Asumir los límites no es un aburrido ejercicio de sentido común, sino
algo mucho más interesante. Cuando nos centramos en lo que verdaderamente
importa, que suele ser algo bastante asequible, somos más señores del tiempo y
de nuestra propia vida. Así disfrutamos más del momento, vamos menos agobiados
y podemos mirar con más calma y perspectiva el horizonte de los días. Estar en
lo pequeño y cotidiano, procurando hacerlo bien, puede hacer que nuestra
panorámica se ensanche: los propios límites se abren al beneficio de los demás.
Es como si se tratara de enfocar bien un telescopio, dejando de buscar hormigas
en la tierra para detectar estrellas en el cielo, para descubrir un panorama
asombroso. Se trata de una apertura de los propios límites a la realidad más
prosaica y cercana, conectada a una perspectiva de eternidad.
Recuerdo a una persona de
Las Palmas de Gran Canaria que tenía un precioso jardín, lleno de flores
magníficas. Me dijo algo que se me quedó grabado: "las cosas salen cuando
se hacen con cariño", y esto requiere realismo, tiempo, dedicación. La
mentalidad de esta persona me parece muy interesante para nuestro mundo
laboral. Claro que deseamos logros, éxitos y aumento de sueldo. Pero también
tenemos que aprender a vivir, a servir, a querer a quienes nos rodean, y para
esto es clave moderar las ambiciones, respetar nuestras limitaciones; es decir:
a nosotros mismos.
José Ignacio Moreno
Iturralde
Sunday, February 16, 2025
Continuidad entre conyugalidad y hogar
Decía Chesterton que la unión del lecho
matrimonial era lo mismo que una madre con su bebé en los brazos. Uno podría
pensar que se trata de una afirmación un tanto chocante, quizás algo
idealizada. Sin embargo, pienso que el escritor inglés puede tener razón.
Cuando pasa el tiempo, uno se acuerda con
frecuencia de su familia de origen: los que hemos tenido la suerte de tener una
infancia feliz, recordamos con gratitud aquella etapa de la vida, llena de
seguridad y de ilusión. Todo esto no hubiera sido posible sin el amor de
nuestros padres; un amor físico y espiritual.
La santa pureza que enseña la doctrina católica
es algo nítidamente positivo. El cristianismo ve en la sexualidad humana una
fuente de expresión de amor y de vida querida por Dios para muchos, sin ser una
obligación para todos. Pero se trata de un amor comprometido, fiel, fructífero.
Marido y mujer se unen en algo que les trasciende. En el misterio del inicio de
un nuevo ser humano, hay una atracción que se convierte en vida, en
generosidad, en entrega. Es entonces cuando la sexualidad resulta plenamente
humana, precisamente porque se abre a la acción divina en el surgimiento de una
nueva persona, que es materia y espíritu. Tal es la grandeza del amor conyugal;
y, por este motivo, resulta falso reducir la sexualidad a un intercambio de
satisfacción física y emocional. Falsear la sexualidad es tan equivocado como
entender a la persona como un mero conjunto de sensaciones y de afectos; algo
que resulta despersonalizador.
Comprendo que hablar de esta manera es ir
contracorriente, en un mundo donde la sexualidad parece ser entendida por
muchos como un consumo. Sin embargo, las personas no están para consumirse -no
son objetos-, sino para unirse, a través de la amistad o de las diversas
relaciones familiares; entre ellas, la conyugal.
Del mismo modo que, en ocasiones, tenemos
demasiado amor propio o pensamos excesivamente en nosotros mismos, la
sexualidad tiene una cierta tendencia a replegarse sobre sí misma. Se trata de
una espontaneidad que hay que educar, como sucede con las otras manifestaciones
de la personalidad antes citadas. La espontaneidad no siempre es correcta; y
habrá que orientarla, especialmente cuando sus manifestaciones están
relacionadas con el respeto a la propia naturaleza o a la de los demás; y especialmente
con el surgimiento de la vida. Todo este decoro es categoría humana, no mojigatería.
Somos seres sexuados personales y esto requiere una superación de nosotros
mismos, para aprender a tener capacidad de constituir y cuidar un hogar. Con la
ayuda de Dios merece la pena, en lo que esté de nuestra parte, ser personas
familiares; es decir: profundamente humanas.
José Ignacio Moreno Iturralde
Sunday, February 09, 2025
Entendernos desde las relaciones humanas y divinas
¿Qué es lo que más
radicalmente somos? Pienso que la respuesta es hijos o hijas. Por esto, la
relación de filiación y, por tanto, las de paternidad y maternidad, no son algo
gradual y cuantitativo, sino que se trata de relaciones profundas y
cualitativas. Un niño se conoce a sí mismo, primeramente, mirando a su madre y
a su padre.
Las relaciones conyugales
se basan en un compromiso donde la mujer y el hombre se complementan y quieren
con un amor entregado, que puede hacerse vida en los hijos. Las relaciones con
hermanos y hermanas nos hacen también sabernos queridos y exigidos: nos ayudan
a salir de nosotros mismos, y hacen que aprendamos a querer.
La amistad es un tipo de
relación especialmente libre. Dos amigos o amigas lo son porque les da la real
gana. La grandeza de la amistad tiene que ver con su fragilidad. Se trata de
una relación fácilmente prescindible, pero resulta que la vida sin amigos o
amigas es inhumana. La alegría y la pena tiende a compartirse con los amigos.
En las relaciones
académicas y laborales procuramos buscar un sector de estudios, o profesional,
que se adecúe a nuestros intereses. La experiencia muestra que esto no es
siempre del todo posible. Por esto, me parece muy sano y provechoso el
planteamiento de preguntarnos: ¿Qué esperan mis profesores y profesoras de mí?
O bien: ¿Qué esperan en mi empresa de mí? Quizás lo sabemos. Tal vez sea bueno
preguntarlo en alguna ocasión. Es interesante que adquiramos un mayor
conocimiento de nosotros mismos, desde la óptica de los que pasan con nosotros
gran parte de nuestra vida cotidiana.
Nos informamos de la
meteorología a la hora de hacer un viaje o emprender una excursión. De la
observación atenta del mundo han salido grandes inventos, como la penicilina;
así como multitud de beneficios prácticos. Este realismo saludable es
especialmente interesante aplicarlo en el paisaje de nuestra vida. Nos damos
cuenta que una persona generosa es más alegre y más querida por quienes la
conocen. Pero sabemos que la generosidad no es siempre premiada; sino que
incluso es atacada y pisoteada: la vida ofrece numerosos ejemplos. Sin embargo,
la persona generosa se hace mejor ella misma, al margen del reconocimiento que
otros le ofrezcan -y no olvidemos que suele ser mucho-. La generosidad nace
también de un sentido común aliado con la gratitud. La vida es un don
inmerecido y es lógico y bueno corresponder, haciendo a los demás lo que
quisieran que hicieran conmigo.
El cristianismo ofrece
algo muy animante que ha de ser acogido desde la fe, pero también desde la
razón. El misterio de la Trinidad de Dios es muy significativo: el Padre es todo
Paternidad; el Hijo es todo Filiación; el Espíritu Santo es la relación de Amor
entre el Padre y el Hijo. Un único Dios es tres relaciones subsistentes.
Nosotros somos sustancias –sujetos- que nos relacionamos. El misterio de Dios
está en sus relaciones personales. La explicación de nuestra vida está en
nuestras relaciones con Dios y con los demás. La fe cristiana nos asegura que
la generosidad, unida al sentido común y a la justicia, tiene un triunfo
definitivo, y que el amor verdadero es más fuerte que la muerte. Por esto la
vida de Cristo, Dios hecho hombre es el ejemplo máximo de una vida relacionada,
feliz, sufrida y resucitada. María y José, personas humanas que tanto saben de
lo divino, nos ofrecen con sus vidas un ejemplo lleno de una luz entrañable,
asequible, práctica y comprensiva.
José Ignacio Moreno
Iturralde
Thursday, February 06, 2025
La visión de los invidentes
Cuatro personas de la ONCE dieron una conferencia, junto a sus perros
guía, ante un numeroso grupo de alumnos y alumnas de doce años, en el colegio
donde trabajo. Algunos de los ponentes no podían ver nada y otros tenían una
visión muy limitada. Se ganaron rápidamente al público, con su amenidad y
simpatía. Entre las diversas y divertidas preguntas sobre cómo les ayudaban los
dos perros que allí estaban, serenos y eficaces, hubo una cuestión de otro
tenor: ¿Cómo se lleva el ser ciego en la vida? La respuesta de uno de los
ponentes fue lúcida. Más o menos dijo lo siguiente: puedes venirte abajo o
tirar hacia delante. Si te vienes abajo también haces que tu familia siga ese
camino; y eso no es justo. Así que hay que hay que tirar hacia adelante. Y vaya
si lo hacían: además de una exhibición de las habilidades de sus perros,
también enseñaron cómo jugar al fútbol estando ciego, con un balón dotado de un
mecanismo de ruido para localizarlo. Era la primera vez que los chavales, con
antifaz, tiraban penaltis en el patio prescindiendo de los ojos.
La actividad resultó un éxito, pero lo que más me llamó la atención fue
la llaneza, el realismo y la alegría de estas personas de la ONCE. Pensé que su
ceguera les ha proporcionado una concepción del mundo que trasmitía claridad;
con su campechanía disipaban oscuridades. Su visión del mundo parecía profunda,
sencilla y sincera. Nos enseñaron a ver la luz de la vida con una visión nueva,
más agradecida, más humana.
José Ignacio Moreno Iturralde
Sunday, January 26, 2025
El amor a la vida
En el silencio de los
campos se respira una amable serenidad. La luz del alba o la del atardecer dan
a ese panorama una calidez entrañable. En el cuadro titulado Ángelus, de
Millet, una mujer y un hombre campesinos se recogen en oración, junto a una
cesta con frutos. Es una escena llena de respeto.
La botánica, la genética
o la agronomía nos pueden dar explicaciones sobre el desarrollo de los
cultivos. Sin embargo, no deja de ser asombroso que de una semilla puede surgir
un naranjo o un limonero. En estos procesos hay un enterramiento, una especie
de muerte, para más tarde dar paso al surgimiento de árboles o plantas llenas
de vida.
Cuando se aprecia el
campo, la agricultura saca de la tierra lo mejor que es capaz de dar, al mismo
tiempo que la respeta. Por el contrario, cuando se abusa del agro, cuando la
naturaleza solo es vista en como un mercado, el ecosistema se arruina y
desnaturaliza por un pavoroso consumismo.
Si esto ocurre con el
campo y la montaña, portadores de un precioso legado vegetal y animal, algo
análogo sucede con los seres humanos. El amor a la vida humana no puede partir
más que de un inicial respeto, que es la primera forma de amor. En relación al resto
de la naturaleza, aparece ahora una esencial diferencia: la de la dignidad
personal, que todo ser humano tiene. Hay una dignidad dada, que no procede de
los méritos propios: la misma que tiene tanto un discapacitado como una atleta,
por el mero hecho de ser humanos. También hay una dignidad, complementaria a la
anterior, que se adquiere por el ejercicio de virtudes y valores. Tal dignidad
comienza precisamente en el respeto.
Dicen que el amor es
ciego. Me parece que esto es entender el amor solamente como una pasión. El
amor, cuando es profundamente humano y racional, es clarividente. Aprecia a los
seres queridos por sí mismos, y no por el beneficio que me puedan aportar. Amar
es como decir es bueno que existas, decía el filósofo Joseph Pieper. Por el
contrario, el odio a los demás sí que es ciego: desea la destrucción de
nuestros semejantes, olvidando la conexión que nos une a los demás. La fuerza
del odio provoca también una lenta y penosa autodestrucción de quien lo
ejercita.
Los seres humanos, a diferencia
de los animales, no somos solo nuestra conducta. También existe en nosotros la
capacidad de cambiar, de mejorar libremente. Somos lo que somos y lo que
podemos llegar a ser. Por esto nos podemos perdonar: un tipo de amor que tiene
la fuerza de una poderosa semilla. No es fácil saber convivir en un mundo en el
que, junto a muchas cosas fantásticas, abunda la mentira, el rencor y la
violencia. Junto a la imprescindible justicia, que es también y primeramente
una virtud personal, el amor al semejante requiere de comprensión,
colaboración, exigencia y tolerancia. Se precisa, en ocasiones, de una cierta
muerte a uno mismo, que el cristianismo relaciona con algo tan paradójico como
una Cruz portadora de vida, y de vida eterna.
Todo ser humano, desde su
inicio genético hasta su muerte natural, es una vida única e irrepetible,
digna. Se es humano no por hacer actos de hombre o mujer, sino por tener la
capacidad de hacerlos ahora, en un futuro –como le sucede a un embrión humano
-ese que todos hemos sido-, o anteriormente a una indisposición –como sucede
con alguien dormido o gravemente enfermo-. Establecer etapas de la vida humana
como eliminables es fruto de una visión materialista y eugenésica, que se alía
con una hipertrofia de la autonomía de los fuertes contra los débiles; o de una
falsa divinización del propio yo, que se pretende autodefinir con la misma
ridícula pretensión del que quisiera flotar en el mar tirándose de la cabellera
hacia arriba.
La familia humana,
enraizada en el amor de una mujer y un hombre, es el ecosistema natural de la
vida humana. En ella puede haber mucho de respeto, de amor, de justicia, de
esfuerzo y de alegría. Por esto, lo que somos radicalmente es hijos o hijas.
Solo revitalizando, en la medida de nuestras posibilidades, el árbol de la
familia, sabremos tener motivos para amar la vida. Hay que cultivar la familia,
dedicarla tiempo, poner el trabajo profesional a su servicio. Entender la
familia como un consumo de satisfacciones personales es romperla. Por muy mala
que sea nuestra situación, siempre se puede recomenzar el camino. También los
árboles torcidos, si rectifican su tronco, pueden dar frutos fantásticos. Con
la ayuda de quienes nos quieren, siempre podemos aprender y enseñar a amar la
vida.
José Ignacio Moreno Iturralde