Se han escrito muchos
libros y ensayos sobre la felicidad. Pero lo verdaderamente relevante es
encontrarse con una persona feliz. Se dirá que la felicidad es un estado
incierto e intermitente, pero la verdad es que hay quienes lo tienen bastante
consolidado. Parece que el salero y la alegría les salen sin esfuerzo, que les
son connaturales. No estoy muy seguro de que sea así. Vienen a mi memoria
varios familiares y amigos, destacables por su acierto en el vivir. Se trata de
personas maduras, que han tenido que afrontar problemas serios y que, sin
embargo, dan un tono alegre y atractivo a sus vidas y a la de quienes los
rodean. Son personas que nos dan referencias. Una virtud destaca en ellos y
ellas, quizás no la más importante pero si muy resultona: la sencillez. Al
escuchar esta palabra, habrá a quienes les produzca rechazo: asocian sencillez
con monotonía, aburrimiento, o espíritu básico. Esta interpretación es
superficial. La sencillez da fuerza interior, descomplica, permite centrar el
tiro en lo que verdaderamente importa, llamar a las cosas por su nombre, y no
preocuparse en exceso por cosas que realmente no merecen la pena. A quienes
viven así también se les puede considerar “personas bombilla”, tal y como les
llama Viktor Küppers, en sus animantes sesiones de motivación. La luz de estas
personalidades no es deslumbrante, pero sí entrañable, e ilumina el hogar y el
interior de quienes tienen cerca.
Recuerdo una ocasión en
la que un familiar muy querido tuvo que sufrir una seria humillación. Su rostro
contrariado no manifestó indignación ni rebeldía, sino una sencilla y sabia
aceptación, ya que en la vida, con cierta frecuencia, hay que tragar cosas
desagradables. Comprendo que, al no especificar más, haya quienes no estén de
acuerdo con esta postura. Pero para mí ese ejemplo ha sido de enorme utilidad
al tener que asimilar algunas situaciones molestas, procurando darlas una
respuesta serena e inteligente.
La sencillez apunta a
algo profundo, en ocasiones difícil y siempre asequible: la aceptación de la
propia vida. Claro que somos libres, y que tenemos que procurar mejorar nuestra
situación personal y el mundo que nos rodea. Pero lo más urgente es procurar
estar en paz con nosotros mismos. Como somos seres familiares y sociales, solo
podemos lograrlo si tenemos una buena relación con nuestros familiares y
conocidos. Es decir: solo se puede aspirar a ser feliz si uno aprende a querer.
El rotundo ejemplo de
aceptación de la propia vida que vemos en Cristo, es una fuente de luz y de
gracia para los cristianos y para todo hombre de bien. El misterio del Dios
hecho hombre es inabarcable, pero tiene mucho que decirnos respecto a amores no
correspondidos, traiciones y sufrimientos. Al mismo tiempo nos habla de
alegría, de sabiduría, de amor maduro, de generosidad, de resurrección y de
renovación de todas las cosas.
La aceptación de la
propia vida no es fruto de un ejercicio de autoayuda; es un don recibido, que
hay que pedir, y libremente asumido, por el que una persona se sabe
profundamente querida por alguien que es muy valorado por ella. El teólogo
español Antonio Ruiz Retegui afirmaba que San Agustín no cambiaría su
tempestuosa vida por la del virginal San Luis Gonzaga; sencillamente porque no
era la suya. Al entender la propia existencia con un componente providencial,
que no depende de la propia voluntad, se encuentra el sistema de referencia
adecuado para entenderla y vivirla mucho mejor.
José Ignacio Moreno Iturralde
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