Friday, June 09, 2023

Luces amigas que nos iluminan.


Hay grandes personajes de la política mundial que han decidido cuestiones cruciales para la humanidad. Con el paso de unas pocas décadas, algunos medios de comunicación nos dan una noticia marginal acerca del estado de gravedad y dependencia de alguna de esas personalidades. Son momentos del exmandatario que quedan en la intimidad de su persona y de su familia. La dignidad humana es, ante todo, un don, un regalo, y por esto también esas circunstancias de enfermedad o limitación son relevantes, porque forman parte de una misma biografía.

La autonomía personal, así como nuestros objetivos y logros, son algo muy valioso; pero existen otros hechos que no dependen totalmente de nuestras decisiones; por ejemplo: la valoración que los demás tengan de una o de uno. Necesitamos de luces distintas a nosotros mismos para saber quiénes somos realmente, y qué es en lo que podemos cambiar. No se trata de vivir de cara a la galería, pero tampoco de formar parte de la galería de peligrosos personajes que han hecho de su propia conciencia una instancia máxima e inapelable. Éstos se han privado de la sana costumbre de ser corregidos; algo clave en la condición humana.

Saberse competente en algo es satisfactorio, pero es mucho más valioso saberse querido. Cuando alguien que valoramos nos quiere, nos sentimos llenos de sentido. Esto sucede porque no somos imagen y semejanza de nosotros mismos. Necesitamos de los demás para conocernos. También es verdad que hay decisiones que uno puede, incluso debe, tomar en contra de la opinión de muchos. Cien ojos ven más que dos, pero no siempre. La mayoría no es un criterio último de moralidad.

Las personas que han hecho de su vida un servicio a los demás suelen ser mucho más felices que las que viven, ante todo, para sí mismas. Pero los demás por sí mismos, no son un motivo totalmente suficiente. Hay ocasiones en que la generosidad es pagada con la burla, el desprecio, incluso la muerte. Esto nos lleva a la necesidad de buscar la trascendencia, el factor divino, como un agarradero seguro para que la vida de entrega tenga un fundamento suficiente. Se trata de algo que no vemos, que escapa a nuestro control y a nuestra autonomía. Pero es la opción que, con sólidas razones y libremente tomada, nos permite llevar a cabo con firmeza un estilo de vida generoso, que es paradójicamente el que más felices puede hacernos.

Por supuesto que existe un noble y saludable amor propio que nos lleva a aspiraciones legítimas y nobles, que contribuyen a nuestra felicidad. Pero centrarse solo en esto es una visión sesgada e irreal de nuestro modo de ser. La luz de nuestra vida se alcanza de un modo indirecto. Esto sucede en diversas circunstancias: al abrir las persianas por la mañana, ante la sonrisa de un hijo o de una hija, al optar por una reforma personal ante un fracaso, o ante una actitud de confianza en Dios. Cuando no cuento solamente conmigo mismo, es cuando estoy más seguro de mí mismo.


José Ignacio Moreno Iturralde

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