Friday, June 16, 2023

Libertad, providencia y matrimonio.

En la vida hay cosas que controlamos, y otras muchas que no. Respecto al azar me parece que es como la sal, un buen condimento considerado en dosis moderadas. Sin embargo, tomado a granel arruina el sabor y la sabiduría de la vida.

La libertad es un don y un misterio, tan profundo que incluso algunos la niegan; por supuesto lo hacen libremente. Con la libertad tenemos la alegría y la responsabilidad de ir construyendo nuestra vida. Cuando elegimos no perdemos la libertad, sino que la invertimos. Con la libertad podemos alcanzar el bien y también adquirir un amor comprometido, con alguien a quien queremos.

Entre las relaciones de cordialidad, el amor conyugal tiene unas características nuclearmente propias, que son el origen de las relaciones familiares. La familia, este árbol milenario y social que nos hermana con toda la humanidad, tiene bastante de libertad y de providencia. ¿Cómo puedo saber si ésta en la que pienso es la mujer de mi vida -hablo como hombre que soy-?... Tiene que haber un componente de atracción y de sintonía y otro de realismo: además de quererla, tiene que ser la mujer con la que me he encontrado en la vida de un modo notorio, y probablemente no buscado.

El matrimonio, entendido de un modo cristiano, echa raíces que no se nutren exclusivamente de los sentimientos, sino del suelo de la realidad. Por esto, se trata de un matrimonio que tiene grandes probabilidades de tener mucho fruto. Cuando se acepta que lo que Dios ha unido no lo debe separar el hombre, no se anula la libertad sino que se quiere una libertad confortada, animada y fortalecida en sus decisiones. También entonces se entiende que lo que Dios ha separado, el hombre no lo ha de unir, por su propio bien. Y este tipo de reflexión también vale para los que tienen compromisos de entrega que no son el matrimonio.

Una providencia sin libertad sería inhumana; tanto como una libertad sin providencia. La providencia es la realidad misteriosa por la que la libertad, pase lo que pase, halla la clave para querer la aventura de la vida; y muy especialmente la vida familiar.

Para cambiar el mundo, tengo que quererlo. Para querer a una esposa, tengo que dejarme cambiar por ella. Para amar a Dios tengo que considerar que es alguien distinto a mí y que tiene unos planes que, sin quitarme la libertad, pueden ser distintos a los que yo había pensado. Lo más divino de todo esto enlaza con lo más vocacionalmente humano: la fidelidad, el nombre del amor en el tiempo como decía Benedicto XVI. Cada una y cada uno tiene una respuesta propia y personal para esta relación entre libertad y providencia. Se trata de una respuesta que para ser satisfactoria ha de ser generosa, y de la que depende no solo la felicidad propia sino la de muchas otras personas.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

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